Un guitarrista nacido en Salta y radicado en Europa había tocado obras de Gerardo Gandini, Alberto Ginastera y el Cuchi Leguizamón. Dino Saluzzi había viajado con su grupo y se presentaba también con el cuarteto de cuerdas Rosamunde, con el que había grabado la obra Kultrum. Estaban allí, también, las bagualeras Balbina Ramos y Melania Pérez. Y, entre ensayo y ensayo, en esa abadía cistercense del siglo XIII convertida más adelante en hilandería y finalmente, en la sede de la Fundación Royaumont, Manfred Eicher, el legendario creador del sello discográfico ECM, intentaba –infructuosamente– aprender a bailar chacarera.

Era 2003 y ese encuentro, ideado por Frédéric Deval, director en ese entonces del departamento de músicas orales e improvisadas de esa Fundación, se proyectó en el tiempo. Allí mismo volvieron a estar, el año pasado, Saluzzi con su grupo y aquel guitarrista, Pablo Márquez, que es hoy, también, una de las estrellas de ECM donde publicó primero un disco con música de Luys de Narváez y, más cerca, una bellísima edición dedicada a Leguizamón. El Cuchi bien temperado inaugura, además, junto a El valle de la infancia, de Saluzzi, el plan de ediciones locales de ECM, encarado por la oficina argentina de Universal. “El desafío era poder llevar esas piezas a un lenguaje guitarrístico, con un cierto grado de ‘estilización’, un desarrollo instrumental, y que no perdieran su fuerza y su estética originales”, dice Márquez a Página/12, poco antes de su presentación oficial del disco en la Argentina, hoy a las 18 en la Usina del Arte (Caffarena y Pedro de Mendoza, en La Boca).

En la misma sala, una semana antes, el guitarrista protagonizó un concierto extraordinario junto a la cantante María Cristina Kiehr, recuperando algo que era corriente en la época en que vivió Franz Schubert y que luego fue perdiéndose: las versiones de sus canciones con acompañamiento de guitarra. Schubert y el Cuchi, en todo caso, para él no pertenecen a mundos distintos y, mucho menos, antagónicos. “Hago muchas músicas diferentes. Toco muchísimas obras contemporáneas, varias de ellas las he estrenado, y he estudiado en particular la música antigua. Cada uno de esos mundos tiene sus reglas y su interioridad pero no hay unos superiores a otros. Uno no toca peor o con menos dedicación cuando toca ciertas músicas y no otras. Simplemente, no se ama una sola cosa. Y, por supuesto, entregamos lo mejor que podemos a cada una de las cosas que amamos.” El disco dedicado a Leguizamón, cuenta Márquez, provocó una catarata de mensajes preguntándole “dónde se compraba, cómo se conseguía”. Sabe de la crisis del mercado discográfico en el mundo y de su extrema gravedad en la Argentina, donde salvo por uno o dos bastiones especializados prácticamente ha desaparecido del todo. Sin embargo, opina, “era esencial que este disco estuviera aquí. Que la gente lo pueda comprar ya es un logo importante.”

En cuanto a su abordaje de la música del Cuchi, Pablo Márquez cuenta que para él fue importante sentir “que tenía cierto grado de libertad para moverme por ese universo que propone Leguizamón pero también pudiendo aportarle lo que yo podía poner allí. El desafío más grande, tal vez, fue ese: no perder la esencia”. El concierto pertenece al ciclo bautizado Planeta Cuchi y será compartido entre Márquez y el dúo de la cantante Silvia Iriondo con el guitarrista Quique Sinesi. “La idea es contraponer, quizá contrastar, versiones cantadas con instrumentales”. En su trabajo de relectura, o de recreación de la música de Leguizamón, no obstante, va mucho más allá de la idea de arreglo o versión. Más bien se trata de un proceso de traducción. Y, claro, de interpretación.