MUSICA › RICARDO MOYANO, GUITARRISTA RADICADO EN TURQUIA
El intérprete y compositor habla de su experiencia multicultural. Participará de Guitarras del Mundo, que empieza hoy.
› Por Karina Micheletto
Hoy comienza el Festival Guitarras del Mundo, que durante trece días programa a ciento cincuenta destacados guitarristas argentinos y extranjeros en setenta ciudades del país (ver aparte). Ricardo Moyano es uno de los habitués del festival, un intérprete y compositor que aborda los géneros tradicionales del folklore argentino influenciado, entre otras cosas, por el folklore de Turquía, donde vive desde hace catorce años. El próximo viernes 20 de octubre Moyano actuará en el teatro IFT, además de presentarse en algunas de las ciudades programadas en el festival: Capilla del Señor (viernes 13), Berazategui (domingo 15), Villa Gesell (martes 17), Mar del Plata (miércoles 18), Comodoro Rivadavia (sábado 21) y Trelew (domingo 22).
El padre de Ricardo, el escritor Daniel Moyano –autor de cuentos y novelas como El vuelo del tigre y Tres golpes de timbal– fue secuestrado en La Rioja en marzo de 1976. Una vez liberado, logró exiliarse y radicarse en España, donde además de seguir escribiendo fue obrero de una fábrica de maquetas. Así que Ricardo, con 13 años, cambió el paisaje riojano por el madrileño, donde comenzó a estudiar en el Conservatorio Superior. Pero sus primeros maestros de música fueron su padre (violinista amateur, además de escritor) y su madre (“una maravillosa maestra de música que hizo cantar a medio La Rioja”). “La música siempre estuvo en la familia y en la casa. Pero sobre todo me dediqué a la guitarra porque era un inútil para el fútbol”, se sincera Moyano en diálogo telefónico con Página/12, con un acento en el que se cuelan sus años de extranjero mezclados con cierta tonada norteña.
–¿Como es enseñar música latina en Estambul?
–Allá son mucho más cabeza abierta que en Europa. Para ellos la guitarra es un instrumento extranjero, no pertenece a la tradición de los instrumentos de la música clásica. Como en todos lados, la gente más conservadora es la más estricta, en Turquía les corresponde ese rol a los que tocan el laúd. En Estambul y en Esmirna, a 700 kilómetros de Estambul, donde también di clases, en varias escuelas ya había cátedras de guitarra latina, flamenca, jazz. Como en todo, en la enseñanza del instrumento se ha ido evolucionando, y ya era hora de que dejasen de considerar sólo la guitarra clásica como la buena, la blanca. ¡Hay guitarras un poquito más cabecitas negra que también son muy lindas!
–En su carrera abordó música barroca, folklore argentino, turco, jazz, tocó con orquestas sinfónicas... ¿Por qué tanta amplitud?
–Porque he intentado hacer lo más que he podido. Pero la música barroca, en especial, fue un gran amor del pasado. Estudié mucha música del Renacimiento, años, con fervor. Le puse tanto ahínco, que con el mismo ahínco la dejé. Entre otras cosas porque me resultaban más entretenidas otras músicas, que me permitían tocar más fácilmente con otra gente. Así que abandoné un camino de hiperespecialización en una música que ya nadie escucha. Cuando me fui a Francia y vi que mis colegas eran tan burros tocando música antigua allende los Pirineos como aquende los Pirineos, decidí cambiar de rubro, para no tener problemas con los colegas.
–¿Y por qué tendría problemas?
–Los guitarristas en general en Europa no tienen trabajo o si lo tienen son bastante ariscos para tirar un hueso a un colega. Hay una buena mafia que concentra la plata de las subvenciones, y si no formas parte de ella no tendrás nunca acceso a la música, y a la barroca en especial, porque encima los que se dedican no tienen ni puta idea. Cuenta mucho más si te compras una ropa o una vigüela del siglo XV que si tocas bien. A mí me ofrecían grabar con laúd, pero no con guitarra, por ejemplo. Así que ahí empecé a tocar música sin partituras, con diversos grupos de música argentina tradicional, donde aprendí rasguidos que no conocía, cosas tradicionales como el chamamé, por ejemplo.
–Pero su música no es para nada tradicional.
–Bueno, ¡me sale así! Sale muy mezclado, después de tantos años en Turquía me salen unas turcadas bárbaras. Yo tengo la suerte de haber aprendido guitarra por dos vías: en el conservatorio y tocando con mis amigos. Y de esas guitarreadas he aprendido cosas fundamentales, que afloran cuando toco y cuando compongo. A través del conservatorio obtuve otras cosas, como por ejemplo las transdisciplinas del mundo artístico: la arquitectura, la plástica, la literatura...
–¿Todo eso lo aplica en su música?
–Por supuesto.
–Hay cartas que se escribió con su padre que desembocaron en cuentos de su padre. ¿Usted también las transformó en música?
–No, a mí no me salen esas cosas. Lo que hice una vez fue darle una traducción de la novela de mi padre El trino del diablo a Carlo Domenicone, un amigo italiano que vive en Berlín. Compuso una obra fantástica que estrenamos con la Filarmónica de Berlín y que me encantaría tocar en la Argentina. Yo no hago asociaciones de ese tipo, no me inspiran ni las lecturas ni las imágenes.
–¿Y entones qué lo inspira?
–No sé, ni idea. Yo agarro un acordecito y voy tirando de un hilo hasta encontrar algo. Pero no es que me despierto en mitad de la noche con una sinfonía tratando de salir. Nadie compone así. Bueno, a mi amigo Carlo le salió así... Digamos que yo tengo que trabajar más.
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