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Lunes, 30 de octubre de 2006

MUSICA › ENTREVISTA AL MULTIINSTRUMENTISTA ALEJANDRO SANTOS

“Siempre busco un equilibrio”

 Por C. V.

La biografía de Alejandro Santos es como la de todo animal-músico ajeno al mercado. Es, por tanto, un mix de penurias y satisfacciones que el multiinstrumentista –una especie de Orozco que tocó con todos– pilotea con total dignidad. La vacuna se la aplicaron hace 24 años, cuando ninguna compañía quiso reeditar Candombe del Parque Chacabuco –su disco debut– pese al mini éxito de ventas que había tenido la primera tirada y el efecto dura hasta hoy. Visión Panamericana, flamante cuarto CD de su entrecortada producción es, por estética, encare independiente y libertad artística, un disco anticash. “Bastante regalo tengo con tocar la música que me gusta. Es cierto que a mucha gente le gusta más escuchar canciones armaditas que pasan 18 veces en la radio y no músicos que improvisen, pero es el precio que hay que pagar”, razona ante Página/12, antes de presentarlo hoy en Notorious. Vacunado y entero, entonces, a Santos le sale un sol de entre los ojos cuando puntea el seleccionado de músicos que lo ayudaron a armar su fino ensamble de candombe, bossa nova y jazz. Figuran Osvaldo Fattoruso, Daniel Binelli, el Chango Farías Gómez y Daniel Maza, entre otros. “Me pasé un año mezclando, preproduciendo y eligiendo músicos. Y acerté: es un seleccionado de música rioplatense”.

El poder de convocatoria del hombre recibido en la Berklee ancla en el trabajo concienzudo, de hormiga, que sostiene desde principios de los ’80. Es innumerable la cantidad de músicos con los que tocó: Fito Páez, Baglietto, Jaime Torres, Dino Saluzzi, Luis Salinas, Manolo Juárez, Jaime Torres, Lito Vitale y María Creuza, entre otros. Pero él elige dos para explayarse. Uno es Miguel Abuelo. “Tocábamos en dúo con Marcelo San Juan en un boliche de Palermo, y él caía siempre a tocar después que nosotros. Nos hicimos amigos y yo me quedaba zapando con él. Un copado. Vino varias veces a ensayar a casa y me contaba sus aventuras. Me involucró en su vida y su maravillosa filosofía... cero preocupación, todo alegría.” El otro es Al Di Meola, luminaria de la guitarra con quien grabó Flash on Flesh y giró casi dos años. “Fue una experiencia intensa. Los tres primeros días de ensayo me paseó por todos los rincones. Ensayábamos 14 horas por día y el tipo decía ‘mal’. Una exigencia tremenda. Entrábamos al sótano al mediodía y salíamos a la madrugada. Hasta que me dijo: ‘quedaste en el grupo’. Fue su único halago. Es un perfeccionista exigente y obsesivo.”

Los vaivenes de su producción solista se relacionan con varios hiatos. Además de dedicarse a tocar para otros, Santos es a su modo un trashumante. Tras el ninguneo en que cayó Candombe del Parque Chacabuco se vio obligado a emigrar. Probó suerte en Europa, pero le fue mal y voló a Estados Unidos, donde una larga estadía de cuatro años le viabilizó un contrato discográfico –editó 5 Carnavales 4– y un sesudo aprendizaje. “Me pasaba 14 horas por día dentro de la universidad, estudiando y ensayando para tocar los fines de semana. En EE.UU. me sentí mejor, allá es normal ser extranjero. En vez, los gallegos, los franceses y los alemanes te miran como un semáforo. Sos una miseria caminando por la calle”, recuerda.

–¿Cuánto cambió, en términos de composición, después de estudiar jazz en EE.UU.?

–Las raíces siempre están. Tal vez, los acordes de mis últimos discos suenan más jazzeros, pero no mucho más. Siempre busco un equilibrio.

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