MUSICA › VICTOR HEREDIA VUELVE A HACER “TAKI ONGOY”, VEINTE AÑOS DESPUES
Se trata de una de las obras conceptuales más importantes de la música popular argentina. A pedido de su público, el cantautor la tocará entera a principios de diciembre, en el teatro Opera. Heredia explica el cambio de actitud de la sociedad respecto de la problemática indígena. “La gente se avivó de que aún hay pilagás, quechuas y tobas”, señala.
› Por Cristian Vitale
Desde hace exactamente 20 años, el término Taki Ongoy ya no significa una sola cosa. Por supuesto que sigue manteniendo su definición histórico-política original (primer movimiento cultural indígena organizado contra los conquistadores españoles, 1560-1572), pero con un plus estético-militante inesquivable: el nombre de la obra de Víctor Heredia que se instaló, subterráneamente y luchando muchas veces contra la censura “democrática”, en una de las obras conceptuales más importantes de la música popular argentina. Una obra que supera al artista para impregnarse el imaginario. Transformarse en patrimonio de todos. Los 20 años del doble significado tienen que ver, precisamente, con su fecha de edición (fines de 1986) y la bienvenida novedad es que su autor decidió volver a tocarla entera, después de dos décadas. “No se me había ocurrido hacerlo –dice Heredia a Página/12–, pero es un buen momento, porque hay un reconocimiento de la obra por parte del Estado y de la misma sociedad sobre una realidad histórica que se ignoró muchas veces y que Taki Ongoy desnudó en su momento: la existencia de las naciones indias con su problemática. El empujón me lo dio gente que entró a la web para pedirme que volviera a hacerla. De 100 mensajes que llegaban, 80 hablaban de la obra.”
Bajo mandato soberano, entonces, el cantautor interrumpió la difusión de su segunda novela, la flamante Rincón del Diablo. También hizo una impasse con el trabajo relacionado con su próximo disco –poemas suyos musicalizados por Silvio Rodríguez y Pedro Aznar, entre otros– para presentar Taki Ongoy el 1º y el 2 de diciembre en el teatro Opera aprovechando, claro, las ventajas tecnológicas de ahora. “Después de cinco Luna Park repletos y de llevarla a la mayoría de las provincias no la presenté más, porque era un trabajo engorroso. Nos costaba trasladar los equipos y la escenografía. Me acuerdo de que los diferentes niveles de tensión en las provincias nos quemaban los equipos y que requeríamos de un andamiaje especial para colgar las pantallas. La última estación fue La Rioja.” En el devenir, Heredia sólo tocó clásicos como “Aya marcay quilla” o “Veinte mil años patria”. En otras palabras, fue generando una demanda inconsciente, de a pedacitos, para que muchos exigieran su vuelta a escena. “Ahora es más simple porque, si bien se perdieron algunas diapositivas, digitalizamos todo el material y ya no necesitamos colgar tres pantallas y ensamblar doce reproductores de diapositivas. Con un DVD solucionamos todo.”
Las imágenes son parte fundamental de la reproducción de la obra en vivo. Acompañan y fortalecen los conmovedores discursos en off y grafican las artesanías y los monumentos que Heredia menciona. “Es para que los chicos vean que fue una cultura impresionante. Muchos pensaron que Taki Ongoy era un rescate musical y nada más lejos de eso... Así se la escamotearon a los chicos. Por suerte se utilizó en colegios y universidades por puro interés de los docentes.” Pero además, y fuera de estudios muy específicos de academia, miles de personas del pueblo raso y anónimo se enteraron de “la historia de los vencidos” a través de ella. De la viruela y las fiebres traídas por los españoles que relata Héctor Tealdi en los textos en off; de los 56 millones de nativos masacrados; del ingreso sanguinario de Pizarro al Cuzco en 1531 o de la traición de éste y el sacerdote Valverde, que terminó con el descuartizamiento de Atahualpa; de la rebelión de Túpac Amaru que acabó con su cabeza en la pica; del alzamiento diaguita de 1630 al comando del bravo Juan Chalimín para vengar y dignificar su sangre o de los ocho millones de muertos en la minas del Potosí. Y, sobre todo, de un dato revelador: que la patria tiene 20 mil años. “Sin dudas, la obra cumplió con su objetivo de obra disparadora, despierta conciencias”, sostiene el cantautor.
–¿Qué factores humanos, estéticos e ideológicos lo llevaron a componer una obra de semejante magnitud?
–Justamente el descubrimiento de un enorme concepto estético, artístico y social que fue ignorado por nuestra educación. Porque nosotros estudiábamos a los celtas, los griegos, los caldeos, los romanos, los egipcios. Aprendíamos a dibujar de memoria un friso romano, hablábamos mucho del arco arquitectónico romano... pero nadie nos contó la historia del aya marcay quilla, del cumbi o de Titu Cusi. Es más: en mi época nos decían que la Argentina era un país agraciado socialmente porque no había indios ni negros. Terrible. Una falacia gigantesca que atentaba contra nuestro sentido de pertenencia. Independientemente de los rencores que pudo causar la obra, ésta es la verdad.
–¿Cómo fueron los primeros pasos?
–Empecé a indagar un poco y lo sorprendente fue que los mismos españoles cuentan esta historia. Si tomás la mayoría de los libros de los escribas que venían con Pizarro, cuentan la verdadera historia. Y además, la enorme impresión que ellos sufrieron frente a un movimiento como el de Taki Ongoy o el levantamiento de los Valles Calchaquíes, una guerra que duró 130 años; 13 de terror y el resto de levantamientos constantes por parte de gente que intentaba defender territorios avasallados por otra cultura. Me di cuenta de que le faltaba un pedazo grande a lo que nos habían enseñado.
–En el escrito que grafica el disco, usted dice que no intenta hacer antihispanismo. Pero muchos reaccionarios lo tomaron así...
–Es que siempre nos hablaron del beneficio de la cultura europea, y claro que es bienvenido; quién puede negar la belleza del castellano, de El Quijote o de lo que vino posteriormente: García Lorca, Machado, pero, ¿y lo que había acá no tenía ningún valor? A mí me bastó viajar un poquito para descubrir la magnitud de lo que habían sido las culturas precolombinas. Y esto no se puede callar... Esa fue la propuesta: sumar el pedazo sustancial que faltaba.
–Con el agregado emocional que dispara la música. Se han escrito libros como Los sometidos de la conquista, de Ricardo Rodríguez Molas, las Crónicas indígenas de Miguel Portilla, incluso el muy popular Las venas abiertas de América latina de Galeano, pero una obra musical parece operar con más eficacia en términos de alcance popular.
–Es probable, pero hay libros que son una fuente impresionante. Por ejemplo, el de Natham Wachtel, un belga que recopiló todos los escritos militares o de la Iglesia, de la etapa en que las tropas españolas entran al Cuzco, hoy Perú. En esa época, vivían 10 millones de personas contadas por ellos... Y a los 170 años había sólo 3 millones y medio. Se habían comido 6 millones de personas. Recién en 1967, Perú, constituido como nación, alcanza la tasa demográfica que había perdido en 1565. Digo: lo que se borró de un plumazo es sustancial para reconstruir un sentido de pertenencia que nos enorgullezca. Por eso, uno de los textos dice: “Qué hubiéramos sido si hubiésemos podido ser”.
–Hay otra frase demoledora para los sectores ultramontanos, o los católicos prohispánicos: “¿Quién puede entender al dios de estos hombres?”. ¿Qué reacciones generó en su momento?
–El obispo de Lomas de Zamora en ese momento pidió horca, excomunión y cualquier cosa contra mí, porque consideró que la obra era anticristiana. Y es todo lo contrario, porque denuncia a los falsos cristianos que, bajo la excusa de la cruz, vinieron a robar, masacrar y torturar. La frase que mencionás es justo la que lo ofendió. Y es real, porque los indios tenían dioses que no representaban ninguna maldad. Al menos no cortaban pies ni orejas a los “infieles”. Esos católicos sí lo hicieron y es una verdad evidente.
–También es muy fuerte la frase de “Encuentro en Cajamarca”, cuando le dan una Biblia a Atahualpa para que “oiga la palabra del nuevo dios” y el cacique la tira porque no escucha nada...
–Valverde le dice “escuche” y Atahualpa, pobrecito, se la pone en la oreja y, como no escucha nada, le dice: “Tu dios no me quiere hablar”. Y le tira la Biblia al piso. Eso desató una matanza y murieron más de 200 peruanos ahí.
–¿Qué otro tipo de problemas ligó, además del pedido del obispo?
–Ufff. En Avenida de Mayo hacían cola para putearme. La obra fue vilipendiada y las radios no se atrevían a pasarla. Sin embargo, de a poco se transformó en una especie de emblema de los reclamos indígenas.
–Igual, algo pasó en estos 20 años. En 1986 aún funcionaban resortes de la dictadura en términos culturales y educativos. Hoy, descartando el parque jurásico, queda poco de ese totalitarismo residual...
–Sobre todo la conciencia de la gente respecto de los reclamos territoriales de los sectores nativos. La gente se avivó que aún hay pilagás, quechuas y tobas. Y de la necesidad de una educación bilingüe... ¿O acaso tenés que hablar castellano para ser alguien? El mapuzungun para un mapuche es esencial.
–¿Fantaseó con hacer una segunda parte que refleje matanzas más “recientes”, como la de Napalpí o la conquista del desierto?
–Empecé a escribir una obra con Pacho O’Donnell sobre la religiosidad y la estructura social mapuche, pero es complicada. Estamos dando vueltas alrededor de eso con el apoyo del pueblo mapuche.
–¿Cuál fue el precio económico que tuvo que pagar por Taki Ongoy?
–Venía de vender más de 700 mil discos con “Sobreviviendo” o “Soldaditos de plomo” y, de repente, silencio absoluto. Me comí un garronazo, una suerte de censura que después se fue perdiendo. No todos los que me censuraron estaban en contra... A muchos los sorprendió la verdad.
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