Mar 26.12.2006
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MUSICA › JAMES BROWN MURIO AYER A LOS 73 AÑOS A CAUSA DEL AGRAVAMIENTO DE UNA NEUMONIA

La Navidad negra del padrino del soul

Inclasificable, histriónico y con una vida de película, fue una de las grandes figuras de la industria del entretenimiento. Artífice de los comienzos del soul y del nacimiento del funk y redescubierto más adelante por el hip hop, participó de algunos de los cambios culturales fundamentales del siglo pasado.

› Por Roque Casciero

Desde que la música popular comenzó a grabarse y a difundirse en todo el mundo, han existido artistas cuya influencia se ha extendido durante varias décadas. También hubo y hay otros que han vendido montañas de discos y ganado fortunas. Existieron aquellos cuyas posiciones políticas han dividido las aguas en determinados momentos. También estuvieron quienes inventaron lenguajes musicales novedosos. Y más allá de cualquier categoría, existió James Brown. El Padrino del Soul, El Hombre Más Trabajador del Showbusiness, El Funk Soul Brother Número Uno, El Señor Dinamita: apodos pergeñados por él mismo, pero que tampoco alcanzan para describir a uno de los que le cambiaron la cara –para mejor– a la música y la cultura del siglo XX, y cuyo legado todavía no ha sido suficientemente explorado, pese a que, ya en la era del hip hop, se trató del artista más sampleado de la historia. Brown murió el día de Navidad de 2006, a los 73 años, por complicaciones derivadas de una neumonía que le descubrió su dentista. Lo que parecía una dolencia menor, al punto de que ya lo habían autorizado a cantar el sábado próximo, devino en un ataque cardíaco. Justo a él, que había hecho del ritmo su vida y su elemento.

Si ya tuvieron su película Ray Charles y Johnny Cash, otros dos iconos de la música norteamericana con historias complejas y apasionantes, no tardará demasiado en llegar la biopic de James Brown. Y entonces se contará, para aquellos que no lo sepan, que James Joseph Brown nació el 3 de mayo de 1933 en Barnwell, Carolina del Sur, y que no tuvo precisamente una infancia fácil: sus padres lo abandonaron a los cuatro años y vivió en Augusta junto a su tía, que regenteaba un burdel. En la película habrá imágenes del niñito James recogiendo algodón y lustrando zapatos, y se prestará crucial atención al momento en el que fue preso a los 16 años por un robo, porque fue en la celda donde conoció al cantante Bobby Byrd. Entonces, el director se pondrá melodramático y contará la epifanía del adolescente. Ni el box ni el béisbol: será la música su camino de salida de la vida de miserias. Y entonces la cámara mostrará al actor que haga de Brown cantando “Please Please Please”, su primer hit.

Para quien decida filmar El Padrino del Soul (¿alguien puede apostarle a otro título?), el problema será transmitir con algún grado de fidelidad la personalidad maniática de Brown cada vez que pisaba un escenario. Porque era ahí donde este tipo bajito y negro (y orgulloso de serlo) entraba en combustión. Su espontaneidad era producto de un calculado trabajo, sus movimientos impredecibles cortaban el aire y dejaban perplejos a quienes lo veían (entre otros, unos muchachos llamados Mick Jagger, Michael Jackson y Prince), sus gritos guturales eran la explosión audible de un cuerpo poseído por el ritmo. Una grabación de 1962, Live at The Apollo, es la muestra más cabal de ese hombre que, por esos días, era parte de una de las revoluciones de la música negra del siglo XX, el paso del Rythm & Blues al soul. Pero Out of Sight, su trabajo siguiente, sentó las bases de un nuevo movimiento sísmico lascivo y sudoroso, que terminaría de configurarse con los exitosos Papa’s Got a Brand New Bag y I Got You (I Feel Good): James Brown, solito y solo, había inventado el funk.

A pesar de haber dejado atrás la pobreza, el Padrino del Soul no se olvidaba de sus orígenes ni de los problemas que sufría la comunidad negra. En los años de la lucha por los derechos civiles, su voz se alzó con la canción-eslogan “Say It Loud - I’m Black and I’m Proud”. Después del asesinato de Martin Luther King en 1968, un concierto de Brown en Boston fue transmitido por televisión en todo Estados Unidos. Y el presidente Lyndon Johnson le agradeció públicamente al cantante sus llamados a la calma. Pero no sólo era política su orgullo negro, sino también sus manifiestos carnales como “Get Up (I Feel Like Being a Sex Machine)”, que desestabilizaban la moral y el orden públicos. Una razón más para agradecerle a James Brown.

El Funk Soul Brother Número Uno fue de los primeros músicos en convertirse en celebrity: se compró restaurantes y varias radios, se vestía de manera cada vez más extravagante, viajaba en su jet privado... En 1974 echó más leña al fuego en Zaire, cuando cantó antes de la legendaria pelea entre Muhammad Ali y George Foreman. Pero desde mediados de los ’70, los hits comenzaron a ralear, las críticas a acusarlo de repetirse, y empezó a tener problemas con el IRS (la AFIP de Estados Unidos) y con sus propiedades. El nunca dejó de llevar su show por los escenarios del mundo, para hacerle honor a su sobrenombre de El Hombre Más Trabajador del Showbusiness, pero su importancia en la cultura popular llegó a tocar fondo. Le llegaría la revancha con una nueva revolución de la música negra. En los ’80, cuando ni siquiera tenía contrato discográfico, apareció el hip hop y James Brown se convirtió de golpe en el tipo más cool del mundo: el pionero Afrika Bambaataa lo buscó para el single “Unity” y, desde Public Enemy hasta los Beastie Boys, todos sampleaban al viejo JB. De hecho, se dice que el beat de su instrumental “Funky Drummer” es el ritmo más sampleado de la historia. Brown aprovechó el buen momento con un hit de fuerte contenido político, “Living in America”, que apareció en la película Rocky IV.

Más argumento para la biopic: mientras su carrera experimentaba un inesperado renacimiento, los demonios que siempre habían atormentado a Brown regresaron a escena. Además de las denuncias por malos tratos de varias de sus esposas (la última fue en 2004), y de los cargos que se le hicieron por drogas y violencia, el cantante fue noticia en 1988, cuando entró armado a una oficina de seguros pegada a la suya, amenazando a los empleados porque, dijo, habían usado su baño privado. La policía lo persiguió a los tiros por varios estados y fue sentenciado a seis años de prisión. En esos días, era bastante común la frase “liberen a James Brown” en cuanto evento de la industria musical se hiciera. Finalmente, lo soltaron bajo palabra a los 15 meses y debió hacer trabajo comunitario durante un año más. Cuando salió de la cárcel volvió a publicar algún que otro disco con material nuevo, que nunca estuvo a la altura de sus mejores épocas, y a continuar con su obstinada y noble tarea de ser el Primer Trabajador de la Música.

En ese plan, Brown visitó tres veces la Argentina. La primera fue en 1997, cuando repasó las razones de su leyenda en Obras, el Hard Rock Café y el Gran Rex. Para esa época, sus shows ya tenían mucho de vodevil al estilo Las Vegas: presentadores, una orquesta enorme que tocaba un rato largo antes de que él apareciera, versiones de “Macarena”... En 2003, en el Luna Park, fue más lejos e incluyó un interludio con ¡un mago! Su última visita, en marzo del año pasado, fue un poco más sobria, aunque siempre persistía la sensación de que había que estar ahí para ver a la leyenda, como en un gesto de admiración por lo que Brown había sido más que por lo que era en ese momento.

El viernes pasado, como todos los años, Brown había entregado juguetes a chicos con infancias difíciles como la suya. El sábado fue al dentista, en una visita de rutina, pero éste advirtió que algo no andaba bien. El domingo, los médicos lo encontraron bien y lo autorizaron a cantar la semana siguiente. “Soy El Hombre Más Trabajador del Showbusiness y no voy a decepcionarlos”, anunció. James Brown murió en una Navidad negra. Ahora, vuelve a la memoria la coreografía del cansancio que Brown hacía sobre el escenario: un asistente se acercaba a secarle la transpiración y luego tiraba la toalla al público, él simulaba estar exhausto y de repente... un giro inesperado, un pasito que desmentía los 70 y pico, y una vez más la mueca de asombro de la platea. Fue en su último concierto en Buenos Aires. Ese en el que homenajeó a Ray Charles y en el que, de vez en cuando, dejaba escapar algún destello de su glorioso pasado y, con un grito de animal herido por las urgencias del sexo, trasladaba a su público a otra era. A ésa en la que James Brown era bestia escénica, revolucionario de la música, inventor de géneros, libertador de los cuerpos y las almas al ritmo del funk y el soul.

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