MUSICA › ENTREVISTA A ROLANDO GOLDMAN
Es charanguista y funcionario. Como cuadro político, activó la presentación de las orquestas estables en fábricas recuperadas.
› Por Cristian Vitale
En la puerta del despacho de Rolando Goldman hay una placa que llama la atención: Osvaldo Zubeldía. ¿Acaso existió un músico, pintor, director de cine o artista con ese nombre? No. Efectivamente se trata del más exitoso DT de Estudiantes. “El que inventó el fútbol arte” (¿?), según los pinchas acérrimos. El director de Artes de la Secretaría de Cultura de la Nación es uno de ellos y se enorgullece, vía pasión, de que el espíritu de Zubeldía sobrevuele el enorme edificio de la Secretaría de Cultura de la calle Alvear. Dentro del despacho no hay demasiados iconos. Apenas una banderita argentina, una pila de CD a punto de caerse y una foto de la asonada del 19 de diciembre de 2001, en la que aparece como partícipe. Viejo militante del Serpaj de Adolfo Pérez Esquivel, compañero de las Madres, charanguista y ex secretario general del Sadem, Goldman ocupa el sillón desde hace tres años y funciona como una especie de motorcito de ideas en la gestión Nun. Y su suma ideológica explica por qué Zubeldía y las rebeliones populares pueden, también, ser cultura. “Nuestra idea base es tomar a la cultura como algo más amplio que las artes, incluido el profundo contenido social que debe tener.”
Goldman tiene 45 años. Hace diez comparte un dúo con Raúl Malosetti –acaban de editar el disco 10 y 6– y sostiene que la gestión pública es apenas una coyuntura. “Yo soy, ante todo, un músico y un militante.” Charanguista estrella de los primeros piquetes (Jujuy, Cutral-Có), medio anarquista, fundador de Viracocha, aquel grupo de música latinoamericana que tocaba en las multitudinarias marchas posdictadura, compañero de Marcelo Moguilevsky (“Con Mogui tocábamos con poncho en Europa... muy bizarro”, ríe), Goldman pudo concretar rápidamente una obsesión: hacer tocar a las orquestas estables en las fábricas recuperadas. “La mayoría del pueblo no va al teatro por razones culturales. Lo siente como algo ajeno, que pertenece a otra clase de gente. Creemos que es una obligación del Estado, que estos organismos que sostenemos entre todos estén al servicio del pueblo. Por eso, arrancamos en marzo de 2004 con el programa Música en las Fábricas”, sostiene con inconfundible tono de cuadro político.
–¿Cómo lo tomaron los músicos?
–Bueno, algunos no querían ir, y otros lo tomaban como algo pintoresco. Con el tiempo, todos se fueron entusiasmando... lo fueron entendiendo como algo serio. Básicamente, porque la emotividad que aparece en esos conciertos es mucho más fuerte que la que aparece en las salas convencionales. Para nosotros fue una definición política.
–¿Qué otros proyectos tienen “definición política”?
–El programa “La música de todos”, que tiene presencia en escuelas de diez provincias. Repartimos material gráfico con elementos culturales de cada provincia. Y un disco con temas de músicos de todo el país, es una especie de mapa musical, que mezcla a Goyeneche con Aimé Painé. También están las orquestas infantiles de los barrios pobres. Ahora estamos con una experiencia piloto en el Barrio El Tambo de La Matanza: 60 pibes tocando guitarra, sikus, charango y pincullos, y lejos de la delincuencia.
–¿Acumuló muchos desencantos durante estos tres años de gestión?
–Algunos. En general, los organismos estables configuran un lugar de conflicto permanente, pero también alegrías y logros. Ejemplo: este año ha habido cambios salariales muy favorables para los integrantes de los coros estables. Por ejemplo, el Coro Polifónico Nacional hacía décadas que era personal contratado... los músicos vivían como una utopía la posibilidad de ser estables. Hoy lo son. También, los sueldos de la Orquesta Nacional de Música Argentina, el ballet y los coros, desde el año ’73, por un decreto de Lanusse, estaban a un 70 por ciento de los de la Sinfónica Nacional, y ahora se han nivelado. Digo, el desencanto que tengo es que no han disfrutado de los logros. Ni siquiera armaron un espacio entre compañeros, para disfrutar de los logros.
–Músicos que pasaron por la gestión pública, como Litto Nebbia o Emilio Del Guercio, renunciaron disgustados por trabas burocráticas.
–No es mi caso. Es cierto que lo administrativo es un tema, porque gran parte de la gestión implica llevar adelante expedientes. Pero son necesarios, y es importante que haya claridad y orden con los papeles. En términos de presupuesto, por supuesto nos gustaría tener más, pero lo que hay alcanza para llevar adelante lo que se quiere hacer.
–También fue secretario gremial del Sadem. ¿Cómo le fue?
–Estuve cuatro años y mi gestión coincidió con la primera Marcha Federal. Desde el sindicato convoqué a una cantidad de músicos que tocaron el Himno en vivo, después de la marcha. Algo que nunca se había hecho.
–¿Qué opina de la polémica entre el sindicato y los músicos independientes que desembocó en la anulación del Decreto 520?
–La Ley del Músico es una herramienta muy valiosa, pero la instrumentación que ha hecho el Sadem no ha sido para nada feliz. Salir a perseguir a los músicos fue un boomerang.
–¿Cuál es el rol de ustedes en el armado de la nueva ley?
–Estamos trabajando en dos direcciones: una vinculada a las relaciones laborales de los músicos independientes, y otra que enfoca a la creación de un instituto de la música con características similares a las que existen para el cine o el teatro. Además, hemos habilitado una sede para que se reunieran los músicos convocados.
–¿En qué situación está el proyecto?
–Hay un borrador. Tenemos que juntarnos con los legisladores de la Comisión de Cultura de Diputados. La idea es tomar los reclamos de los músicos y otras cuestiones que ellos no contemplan tanto, como el tema asignaciones familiares y seguridad social. Una vez, planteé que había que observar lo que pasaba legalmente con los peones rurales o con los obreros de la construcción, en tanto trabajadores golondrinas... y algunos músicos se me ofendieron: “Cómo vas a decir que nosotros somos como albañiles”.
–¿Cómo congenia la profesión del músico con la del funcionario?
–Siendo músico, no podría continuar con esto sin seguir siendo músico. Es parte de lo mismo. Me pasaba igual cuando estaba en el sindicato. Hay mucha gente que ingresa a un espacio así y deja de tocar, entonces empieza a ver las cosas de un lugar distinto al que hay que mirarlo. Además, la gestión es transitoria y yo voy a hacer música toda la vida. Tengo que mantener mi fuente de trabajo. Toco menos que antes, pero sigo.
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