MUSICA › ENTREVISTA A TILIN OROZCO Y FERNANDO BARRIENTOS
Al dúo mendocino, que tocará hoy en Cosquín, lo produce el ganador del Oscar. “Es lo mejor que nos pudo pasar”, admiten.
› Por Karina Micheletto
Desde Cosquín
Entre las propuestas de la heterogénea programación de Cosquín, esta noche habrá lugar en el escenario Atahualpa Yupanqui para los modernos sonidos cuyanos que acerca el dúo mendocino Orozco-Barrientos. Llegan a esta plaza por tercera vez, con un par de logros bajo el brazo: después de ganar el premio del Festival de la Canción de Viña del Mar 2003 con la canción “Pintadita” pasaron a ser los artistas mimados de León Gieco, que los invitó a abrir algunos de sus conciertos. Y también de Gustavo Santaolalla, que de inmediato se propuso como productor de Celador de sueños, su álbum debut. Con Santaolalla ya están trabajando en un segundo disco, que estará listo este año. Mercedes Sosa y Teresa Parodi son otras colegas que los invitan con frecuencia a sus recitales. Al llegar a Cosquín, dicen que no tienen más que palabras de agradecimiento para este festival. Y, cuando regresen a Buenos Aires, los espera un recital gratuito en el Parque Irala de La Boca, este sábado.
El original abordaje del folklore –principalmente cuyano, con esas cuequitas y tonadas poco escuchadas en las formaciones actuales– de Orozco-Barrientos incluye letras propias, que escapan de la temática habitual del género, y músicas que traen ecos de otras influencias como el rock. Como tantos otros, el dúo tiene una historia de trajinar las calles y peñas de este Cosquín, demo en mano, repartiendo grabaciones a quien quiera escuchar. Como tantos otros, dicen que fue en la peña coscoína del Dúo Coplanacu donde les dieron “una primera mano importante”. Más tarde fue León Gieco el que se encargó de hacerle llegar un demo a Santaolalla, quien enseguida los llamó para ofrecerles su producción. “Cuando ganamos en Viña del Mar le llevamos la Gaviota de Plata de regalo a León, porque considerábamos que él había hecho mucho para que nos la dieran. Como siempre, generoso, él no la aceptó. Nos cargó, nos dijo que ya tenía muchos premios”, recuerda Tilín Orozco. “Ahí le dimos el demo, que era de lo más caserito, con una guitarrita en la tapa. El dijo: esto no es para mí, el que lo puede hacer es Santaolalla. Nosotros lo miramos como diciendo: ¡qué vivo! ¡Y si fuéramos Simon & Garfunkel no estaríamos acá!”, se ríe. “A los 10 días recibí un llamado: ‘un momentito, por favor, le va a hablar Gustavo Santaolalla desde Los Angeles’. Pensé que era un amigo que me estaba haciendo una joda”, continúa Fernando Barrientos.
–¿Qué significa contar con la producción de Santaolalla?
Tilín Orozco: –¡Casi todo!
Fernando Barrientos: –Es lo mejor que nos pudo pasar. Más allá de lo grosso que es, encontramos un tipo increíble, un amigo. Trabajar con él es una satisfacción.
–Cuando hay un productor importante, suele existir el peligro de que su trabajo quede por sobre el de los intérpretes. ¿Tuvieron ese temor?
T. O.: –Eso le pasa a Emilio Stefan: todo lo que hace suena igual. A Santaolalla no. No se puede comparar a Café Tacuba con Café de los Maestros, a Molotov con Arbol, a Kronos Quartet con nosotros. La capacidad de un gran productor es la entrega total y absoluta a lo que imagina que debe ser, sin cambiar la esencia de lo que escuchó antes de meter mano. El tipo respeta por sobre su persona al artista que tiene al lado.
F. B.: –Su trabajo nos potenció, no cambió lo que veníamos haciendo. Yo nunca había grabado un disco tan bueno antes. Ese es Santaolalla. No notás que está, pero si lo sacás, se te cae el kiosco.
–Suele mencionárselos a ustedes entre los nuevos valores, aunque ya tienen una carrera hecha. ¿Falta recambio en el folklore?
T. O.: –Claro que hay recambio, pero no están buceando. Nosotros ahora estamos en Buenos Aires, pero nadie va a Tucumán o a San Luis a buscar cuáles son los nuevos valores. Tiene razón: ¡ya estamos viejos para ser el folklore joven! (risas). Pero no tiene que ver con la edad, porque conozco viejos pelotudos de 21 años y pendejos de 70. Alguien dijo que uno tiene la edad de sus proyectos, y es verdad.
F. B.: –Quizá sí somos nuevos valores para el gran público, que no nos conoce. Uno tiene que ser consciente del lugar que ocupa: en Cosquín, junto con nosotros toca el Chaqueño. ¿Cuántos van a ir a vernos a nosotros y cuántos al Chaqueño? Mejor no saco cuentas porque me deprimo (risas). No somos músicos populares todavía, estamos trabajando para eso. ¡Por eso venimos siendo nuevos valores desde hace veinte años! (risas).
–Cosquín es la vidriera del folklore, pero no siempre recibe bien a quienes no están instalados masivamente. ¿Cómo evalúan los pros y los contras del festival?
T. O.: –Cuando aceptás unas reglas de juego, no hay contras. Subir a Cosquín es pura ventaja: el festival más importante del folklore nos abre las puertas para escuchar nuestras canciones. No tenían la obligación de llamarnos, y lo hicieron. Somos agradecidos.
F. B.: –Cuando voy a Cosquín y veo a esa cantidad de muchachos con la viola en las esquinas, me emociona pensar en los sueños que se manejan ahí. Además, pesa la historia que tiene ese escenario: lo pisaron Atahualpa, Mercedes, Cafrune, el Cuchi, todos. No me olvido más la primera vez que subimos, en 2005. Abrimos con una tonada, sólo guitarra y voz, bien abajito, intimista. Estaba hasta las manos de gente. Y el silencio que se hizo, frente a esa propuesta y canciones que no conocían, fue increíble. Sólo por eso, vamos a estar eternamente agradecidos.
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