MUSICA › UN RECORRIDO POR LAS PEÑAS ALTERNATIVAS DE COSQUIN
Constituyen un festival paralelo. Por la mística que se genera se destacan las del Dúo Coplanacu y La Fisura Contracultural, donde se baila, se come y se bebe hasta que sale el sol.
› Por Karina Micheletto
Desde Cosquin
Gran parte de la fiesta de este festival, que en la televisión aparece reducido a lo que pasa en la plaza principal, transcurre en las peñas que todos los años generan su propio mini Cosquín paralelo. Cada una con su perfil propio, las peñas marcan terreno con una oferta que incluye la posibilidad de sentarse a escuchar, pero también bailar, comer o tomar algo, y dejar transcurrir la noche. Dos son las que congregan a gran parte del público joven, generando un pequeño circuito bolichero: la del Dúo Coplanacu, que desde hace doce años construye una mística alrededor de los grupos que programa en su escenario, y La Fisura Contracultural de Jorge Luis Carabajal, una suerte de after peña donde pueden sonar Peteco Carabajal o Manu Chao, hasta que las velas no ardan, o hasta que los inspectores municipales lo permitan.
A eso de las dos de la mañana, la peña del Dúo Coplanacu alcanza su momento cúlmine con la actuación de los dueños de casa. La pista folklórica arde: la zamba o la chacarera habilitan el levante que los nuevos ritmos electrónicos coartan en otras tierras. Los fans del Dúo saben que hay hits que tienen sus códigos: llega “Peregrinos” y una lluvia de servilletas de papel, arrojadas con ánimo de fiesta, o de cancha, anuncia el tema que todos corean de punta a punta. La peña funciona en el patio de un colegio, y en la zona al aire libre, alejada del epicentro del baile, otros bailarines viven su fiesta. Dos parejas de cincuentones siguen zambas y chacareras poniendo intención en cuerpo y cara. No la tienen tan clara como los estilizados chicos que despliegan sus habilidades coreográficas en la pista, pero aquí, señores, también vuelan hormonas en cada vuelta de pañuelo al ritmo de la zamba.
La peña tiene sus históricos: El Negro Valdivia, locutor oficial (que hasta tiene un tema que habla de él, “Celador de sueños”, de los Orozco-Barrientos), Valerio y el Turco, encargados de Alfonsina, la cocina de la peña. Una gran tela pintada, con un retrato que también está en el arte de tapa del último disco del Dúo, recuerda a Rafael Touriño Cantos, el artista plástico que se encargaba de la escenografía de la peña. Los grupos que llegan a llegar a tocar aquí (y se llevan la bendición de haber pasado por un escenario peñero de calidad) mandaron durante el año un mail a la página del Dúo, con una muestra de lo que hacen en mp3. “No rechazamos a nadie, buscamos que los que vengan tengan la misma onda de la peña”, explica Roberto Cantos, del Dúo Coplanacu. Por aquí pasan unos diez artistas por noche, que no se repiten. Y pasaron algunos de los que ya tienen un nombre en el folklore joven. “Pero nadie ha surgido en una peña –aclara Cantos sobre el derrotero que debe seguir todo artista para alcanzar algún grado de reconocimiento–. También viene gente a la que no le interesa ‘surgir’: tocan, nos recontra sorprenden, y se van.”
Cantos acaba de bajar del escenario de su peña y tiene la camisa empapada. Los bailarines se acercan a saludarlo, otros lo dejan pasar con respeto. “Nos gratifica poder compartir un espacio digno con los colegas. Acá el músico es respetado, querido, nadie toca menos de veinte minutos, hay buen sonido y buenas luces. Nos sentimos en serio iguales a todos ellos”, marca el músico. La programación de los próximos días anuncia a gente como Mariana Carrizo, Fulanas Trío, Tonolec, Juan Iñaqui y Emiliano Zerbini.
A unas cuadras de allí, La Fisura Contracultural comienza a ponerse “a punto” alrededor de las cinco de la mañana. La fiesta llega a extenderse hasta las diez, pero no es el caso de esta madrugada. A las 6 en punto (hora en que vence el permiso municipal), los inspectores hacen su entrada triunfal y cortan la peña en su mejor momento. El fervoroso público peñero no se amilana: sale en manada a la calle, y sigue allí la peña como si tal cosa: están los que tocan (esta vez unplugged), los que escuchan, los que bailan, los que beben lo que alcanzaron a traer en mano. Ya es de día y la fiesta se transforma en una estudiantina bulliciosa. La peña callejera no podrá extenderse mucho: al rato cae la policía, en tres camionetas. Desbande y partida con la música a otra parte. Un grupo se aleja cantándole a la policía que mañana volverán, y es probable que cumplan con su promesa.
El responsable de La Fisura es Jorge Luis Carabajal (hijo de Agustín y primo de Peteco), uno de los exponentes más rockeros de este linaje santiagueño que sigue extendiéndose generación tras generación. Su peña arrancó hace cuatro años en un local donde entraban unas cincuenta personas, y ahora ocupa la parte de atrás de un hotel, con palmeras, paredes onduladas y una pileta a la que cubrieron con maderas para ganar espacio. La ambientación hace pensar en un Miami folklórico, contribuyendo a la sensación del visitante primerizo de que ha llegado a un lugar rarísimo. Los que pasan por el escenario, cuenta Carabajal, tienen que traer un repertorio propio: nada de andar repitiendo la chacarera de moda. El músico se enorgullece de que la suya sea una de las pocas peñas que pagan a los grupos que actúan. “Se destina un porcentaje de las entradas, que es intocable. Con eso queremos ver si otras peñas imitan el gesto”, explica.
Esos músicos que ocupan los escenarios de las peñas son los que trajinan las calles de este Cosquín mostrando una parte del sentido de este festival: el de vidriera privilegiada, arriba y abajo de la plaza oficial, para proyectarse a todo el país. No es fácil llegar: los costos de estadía son altos y las peñas no pagan cachet. Así que todos juntan durante el año, y aquí desarrollan sus estrategias de venta de discos o pasadas de gorra. El grupo Cosa de Duendes, oriundo de Río Cuarto, tiene una grilla bien armada: vinieron a quedarse todo el festival y consiguieron actuaciones en la peña de los Copla y La Fisura, pero también en la Chayera, la de Facundo Toro, la de Los Carabajal, la de Presagio, y hasta en la Confitería La Real, que también funciona como peña y after peña pero en versión tranquila, con un público que va a tomar algo y escucha desde las mesas hasta entrada la madrugada. En Río Cuarto tienen un bar que también funciona como centro cultural y les permitió juntar lo suficiente para alquilar aquí una casa, en lugar de ir al camping como años anteriores. Eso sí: cuando llega el momento de pagar el alquiler, habrá que salir a vender discos para llegar con las cuentas, que nunca cierran como se esperaba. Cosa de Duendes tiene temas propios, suena bien y seguirá trabajando para lograr la meta de todos los grupos que llegan a mostrarse aquí: un espacio en el escenario Atahualpa Yupanqui, ese que está bendecido por los más grandes del folklore.
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