Sábado, 24 de marzo de 2007 | Hoy
MUSICA › ENTREVISTA A IVAN NOBLE
Su último disco, Intemperie, refleja sus intereses y su estado de ánimo actual.
Por Cristian Vitale
Por Cabello viene un 188 cortando clavos. Al llegar a la placita Alvarez, esa que parece una herradura, el chofer exprime los frenos y se escucha un chillido agudo. Un musculoso rubio muta en morado: el colectivo le frena a 20 centímetros. Vecinos se aglomeran en torno de la careta pálida del fisicoculturoso muchacho, pero Iván Noble no: él permanece impasible. Sentado en una mesita de ajedrez, habla de los libros de Alejo Carpentier que leía su madre y pregunta, como quien no quiere la cosa, cómo son esas banditas que llenan Obras. Gardelitos, Mancha de Rolando. “Vendrían a ser el rock barrial de hoy”, dice el cronista. “¡Ah!, mis nietos”, reflexiona Iván. “Mirá qué loco, casi ni los conozco. Qué viejo estoy, che.” “No está claro si es o se hace, pero en su vida han pasado algunas cosas como para desviarlo de las corrientes turbulentas que piloteó con Los Caballeros de la Quema –¿los abuelos del rock chabón?–. Hace tiempo trocó las brumosas luces de Padua por las claras de Palermo y las comidas salteadas por el placer de la cena en familia.
Intemperie, su flamante tercer disco solista, pinta este estado de cosas. “Durante años, el chaleco inviolable de los rockeros fueron el volumen, la distorsión y la actitud pero a mí hace muchos años que me gustan las canciones. ¿Quién sabe dónde voy?”, duda. Intemperie, cuya tapa muestra a su hijo Benito, con chupete, rasgueando las cuerdas de una criolla, tiene 13 tracks. Todos, excepto “Canción del jardinero”, de María Elena Walsh, compuestas por él y todos enmarcados por un clímax íntimo, artesanal, casi unplugged. “Es el primer disco donde quedamos en bolas las canciones y yo. Supongo que es una buena foto de mi momento personal. Incluso, en un principio se iba a llamar ‘En ojotas’”, se ríe. Amparado en una banda solvente (Gerardo Farez, Guillermo Vadalá, Marcelo Predacino, Sufián Cantilo y Pol Neiman), Intemperie se presentará en vivo el próximo 5 de mayo en el Teatro Coliseo. “Como músico soy bastante tonto, entonces tengo que tener músicos vivos alrededor”, agrega, sarcástico, con un porrón de cerveza entre manos.
–“Fueron tiempos deliciosos, yo sé”, se oye en “Causas perdidas”. “Vuelve peluca”, también remite al pasado. ¿La nostalgia es instintiva o racional?
–No sé. Tal vez esté cambiando de piel, y dicen que cada vez que uno cambia de piel, homenajea a los tiempos pasados. Definitivamente, tengo una mirada melancólica y crepuscular.
–Otras canciones cargan una especie de violencia de imágenes. Los discos rayados de Sinatra que menciona en “Lágrimas de cabernet”. O eso de desayunar pan duro si no encuentra cianuro, porque alguien “lo echó a cascotazos de sus besos”. ¿Están inspiradas en Julieta?
–Que yo sepa, no me rayó ningún disco... aunque ganas no le faltan (risas). En serio, yo no sufrí mucho de amor, pero siempre me parecieron más elegantes las historias de pérdida que las de encuentro. Tal vez porque desconfío de la gente que anda por la vida triunfando. Dicho de otra manera, prefiero un tipo esperando a alguien que se fue, que a otro festejando la conquista del viernes pasado. No sé celebrar.
–La invocación al pasado y las historias de perdedores son tópicos recurrentes del tango. ¿Cree que sus letras tienen un aura tanguera?
–Sería un honor. Pero Cátulo Castillo y Homero Manzi eran tipos con recursos literarios muy grandes. Manzi era de la calle pero había leído a Shakespeare. Esos tipos que se juntaban en San Juan y Boedo sabían de box, de turf pero también podían hablarte de la Guerra Civil española o de Dalí. Son esas cosas que el rock perdió a partir de los ’90 en pos de la universidad de la calle. El rock, en cambio, no tuvo ganas de ilustrarse.
–“Bienbenito” es la bienvenida de su hijo al mundo. ¿Cómo hizo para evitar los lugares comunes, en una canción de ese tipo?
–Cuando nació, me pregunté si le iba a escribir una canción rápidamente y supuse que no. Me pareció que iba a ser difícil no ser cursi. Me acostumbré a andar con los ojos llenos de lágrimas cuatro o cinco veces por día, y pensé que cualquier canción que tuviera que ver con eso iba a ser irremediablemente cursi. Cuando me saqué de encima esa idea, tal vez escuchando “Esos locos bajitos” de Serrat o “Vos sabés”, accedí. Mirá si me pisa el 28 sin haberle hecho por lo menos una.
–Los consejos no son los que le daría una carmelita descalza: no poner la otra mejilla, mentir “con elegancia”, presentarle el mundo como un lío.
–Me influyó mucho “Herencia para un hijo gaucho” de Larralde. La verdad es que todos mentimos con elegancia. Le digo que está bueno que se cuide de los hijos de puta, pero nunca poniendo la otra mejilla.
–En Nadie sabe dónde, su anterior disco, versionó “Ella ya me olvidó” de Leonardo Favio, y en éste “La canción del jardinero”, de Walsh. ¿Encontró un hilo entre ambos?
–La simpleza. Son canciones casi diáfanas, de esas que a mí no me salen. Admiro a los tipos que juegan a un toque y, con seis frases, se acercan mucho a la belleza. Uno, a veces, da tantas vueltas para llegar a eso que, finalmente, termina embarrando todo con adjetivos y pretensiones.
–En “Olivia”, usa falsete por primera vez. ¿Por qué el riesgo?
–Me animé, porque a los 39 años, podés hacerlo sin sentir que te van a tirar con un tetrabrick desde la segunda fila. La canción empezó como un chiste porque imaginé cómo hubiese sido una canción para una nena. Pero después terminó como un homenaje a las mujeres que la piden siempre en mitad de la cancha.
–En “A los leones” se va a escuchar a Dolina porque no soporta una ausencia. ¿Lo sigue ahora que pasó a Radio Diez?
–De vez en cuando sí. Igual, él no necesita que yo lo banque. Creo que nos debemos una discusión muy grande sobre lo que significa ser auténtico o no. No me gustaría que todo termine cambalacheado, pero hay que tener cuidado con las miradas de trazo grueso. Yo creo que Dolina no es ni dos centímetros menos inteligente por estar en una radio no deseada por la mayoría de la gente que lo escucha. Es muy difícil pensar en cuáles son los territorios vírgenes hoy. ¿Quién es el bueno? Me parece que todos tenemos el culo bastante sucio como para andar pidiéndole al prójimo que sea la persona más impoluta de la Tierra. Tal vez porque esté cerca de los 40, sólo me importa lo que la gente hace y no dónde lo hace.
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