Domingo, 25 de marzo de 2007 | Hoy
MUSICA › PET SHOP BOYS EN EL ESTADIO LUNA PARK
Por Daniel Jiménez
Cuando pasadas las veintidós las luces comenzaron a apagarse lentamente, las casi ocho mil personas que poblaron el viernes a la noche el estadio Luna Park iban a adentrarse en un ligero viaje a través del “entretenimiento electrónico”, como lo definió el cantante Neil Tennant. Esto es: un tour de force de casi dos horas donde el dúo británico Pet Shop Boys sacó a relucir las (bien) ganadas medallas que viene defendiendo desde hace más de veinte años, en un show poco ambicioso pero taxativamente acorde con el manifiesto que los londinenses puede proponer desde un escenario.
Aunque sería muy osado afirmar que las audiencias nunca han definido el perfil del artista, la importante proliferación de pinzados y sweaters al cuello que ocuparon tanto la platea como el campo definían involuntariamente a una música cuyo grupo de pertenencia parecería haberse quedado afuera de esta generación pop.
Pero el tiempo le ha dado a Pet Shop Boys la sabiduría suficiente para envejecer con elegancia y conquistar las pocas y nuevas aldeas hasta donde hoy puede arribar un estilo en desuso como el electro pop. Y esa sabiduría, casi despojada de pirotecnia y cotillón visual, es responsabilidad de ese señor maduro con pinta de cochero fúnebre británico llamado Neil Tennant. Dos décadas después, su característica voz nasal sigue siendo igual de sugerente, dulce y fascinante, evitando que su falta de carisma sienta la necesidad de acudir a la demagogia compulsiva o la arenga fútil. Algo que uno nunca podría esperar del calladito Chris Lowe, a quien los plomos deben haberse llevado una vez concluido el show confundiéndolo con parte de la escenografía. De jeans, campera amarilla y gorra blanca, el programador con menos onda del planeta parecía estar jugando backgammon en un club de té de Yorkshire y no en un concierto. Pero detrás de esa desidia, sus secuencias precisas y oscilantes manejan el concepto tecnológico y multimedia que la banda explota en vivo, respetando de manera sacra y nota por nota el libreto original.
“Left to my Own Devices” fue la apertura oficial a la pista de baile del Luna, que sólo tomaría esa forma con los viejos e inoxidables clásicos que se dispararían recién a la mitad del set para regocijo de los fans. El dúo siempre supo el momento exacto para dar el golpe. Luego de la seguidilla compuesta por “Minimal”, “Integral”, “Rent” y “Dreaming of the Queen”, la fiesta sólo iba a hacerse esperar unos minutos.
Como un sobrio maestro de ceremonias impecablemente enfundado en un smoking negro, Tennant sabe caminar al escenario y lo hace con movimientos seguros y espaciados. Zigzagueando entre los bailarines y con un discurso más bien económico, la mitad viva de los Pet Shop Boys presentó en sociedad “I’m with Stupid”, una crítica y feroz mirada a la relación entre George W. Bush y Tony Blair que forma parte de su último disco, Fundamental. Pero lo que en un recital de rock podría despertar la reprobación popular, aquí pasó desapercibido. Las imágenes del bueno de George sobre la bandera norteamericana ni siquiera llamaron la atención del público, más preocupado por hacerse de su propio metro cuadrado para entregarse al baile que en meterse en diatribas políticas. Finalmente, y luego de una versión acústica de la melancólica “Home and Dry”, se abriría el dancefloor, que iba a tener su puntapié inicial en la representación ambigua y teatral de “The Sodom & Gomorrah Show” (con desfile de soldaditos incluido) y en la efectiva lista de aquellas gemas del pop electrónico más eufórico y ochentoso: “Domino Dancing”, “Herat”, “Suburbio”, “West End Girls”, “It’s a Sin”, “Always on my Mind” –la perla de Elvis Presley rescatada de 1972– y el himno de los que aún viajan al Oeste, “Go West”. Esta última con la inexpugnable coreografía de casamiento que desató un mar de brazos levantados y ululantes en las parejitas que inundaron la platea y que recuperaron por doscientos pesos una parte de su adolescencia que creían perdida. Solamente quedaría lugar para “Being Boeing” y los infinitos agradecimientos de Tennant, quien se fue con la misma sonrisa de los que saben que la vigencia y la madurez pueden llegar a ser un buen hogar donde vivir. Aun con muebles viejos.
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