Sáb 14.04.2007
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MUSICA › EL REGRESO DE SUMO EN EL QUILMES ROCK

Un fantasma de veinte años

El retorno fue como podría preverse: anárquico y desordenado, pero cargado de emotividad. Arnedo, Mollo, Sokol, Daffunchio, Pettinato y Troglio se dieron el gusto y se lo dieron a 50 mil fans.

“Ahora sí, después de veinte años podemos decir que el alma de Luca descansa por primera vez en paz. Fue una noche mágica e inigualable.” Terminaba el show típicamente demoledor de Divididos y tres intro en flash de “Next Week” cristalizaban el secreto mejor guardado del Quilmes Rock: el retorno de Sumo. Hasta ese momento, que Pettinato define con justeza, era apenas un rumor. Una posibilidad. Una ilusión para las casi 50 mil personas que poblaban River. Después, el sueño realizado. El orgullo del “yo estuve ahí” que Germán Daffunchio, con su habitual sarcasmo, predestinó múltiple: “Los que tenían la leche de ver a los integrantes de Sumo juntos, se la sacaron. Se me ocurre que, con el paso del tiempo, van a ser más de cien mil las personas que digan que estuvieron esta noche. Pero ya sabemos cómo es todo”. Los acordes inconclusos del clásico de Sumo fueron el plafón sonoro para que, de a uno y caóticamente, Daffunchio, Sokol, Pettinato y el legendario Súperman Troglio –con una pollerita escocesa– se sumaran a los sudorosos Arnedo y Mollo y encararan –todos y a la vez– “Crua-Chan”, aquel raro experimento gaitero que abría After Chabon. Y el delirio: efectivamente, el prodismo sin Prodan existe.

Pettinato da otra vez en la tecla cuando, entre abrazos, chistes al oído y desensambles varios, manda “siempre fue así... nunca nos entendimos”. Es que el retorno fue como podría preverse: anárquico y desordenado. Poco ensayado. Primaron la emotividad y el sentimiento sobre la exactitud de ejecución. Un permiso que sólo puede ocurrir, sin que a nadie le importe, en circunstancias únicas e irrepetibles. “Vamos a tener que ensayar más, porque los veinte años de inactividad se notaron y mucho”, dijo Sokol, con el hecho consumado y ante la risa de todos. La tríada, suponemos prevista, prosiguió con “Divididos por la felicidad” –cuántos significados sigue encerrando este título aún– y el funky disco “De be de”, que Arnedo y Daffunchio compusieron junto a Luca poco antes de su muerte. El “somos todos divididos, divididos, las pelotas” de la popular sepultó viejos rencores. Lo que hubo no fue división: fue felicidad.

Casi no hizo falta que Ciro Pertusi –porque también tocaron Attaque 77, Bad Religion y Catupecu Machu– abriera su show crepuscular con un mensaje trillado a esta altura del rock. “Estaría bueno que no haya rivalidades estúpidas. Aguanten (todas) las bandas y Bad Religion, mi preferida.” Nadie estaba dispuesto a eso. Attaque cumplió con su punk-rock rápido y eficaz, “de memoria”, resuelto en 19 canciones. Apenas una del nuevito Karmaguedón (“Buenos Aires en llamas”) y el resto, un mix de clásicos con picos y mesetas: “Western”, “El cielo puede esperar”, “El perro”, “San Fermín” y el siempre necesario “Setentistas” con el “30 mil desaparecidos ¡presente!”, como primer motor –un linde ideológico que también asumirían Divididos, dedicando “Vida de Topos” al “maestro soñador” Carlos Fuentealba, y Las Pelotas, pidiendo por Julio López en “Desaparecido”–. Mismo amperaje para Bad Religion, que encajó ¡25 temas! en poquito más de una hora. Punk californiano. Melódico, ligero, estribillero y primera mancha para el festival: muchos fanas de Bad no lo vieron y otros llegaron para “Allong the way” y “Sorrow”, los últimos temas de la lista. ¡Eran seis y media de la tarde! “A esta hora, generalmente estamos durmiendo”, dijo el cantante Greg Graffin después del recital.

El sandwich entre Las Pelotas y Divididos –Catupecu– se reinventó, como siempre, a sí mismo. Zeta al bajo, Javier Herrlein en batería y Fernando Ruiz Díaz entregaron un set, aunque previsible en parte, nutrido de rescates emotivos: versión potente de “Persiana Americana”, aura new age para mostrar otro plan B de Cuadros dentro de cuadros y pura experimentación con un dueto imaginario entre los hermanos Ruiz Díaz. Fernando en vivo, y Gabriel, vívido en pantalla, improvisando bajo y guitarra –gran producción–, un delirio sonoro llamado “Tangoide”.

Militantes del legado mágico, cancionero y onírico de Sumo, Daffunchio, Gabriela Torres, Schachtel, Sussmann, Jove y “El Bocha de la gente” dieron un show simplemente hermoso. Con canciones que pegan en eso que está atrás y no se ve (“Día feliz”, “Cómo se curan las heridas”, “Esperando el milagro”, “Shine”), otras psicodélicas, duras (“Tiempo de matar”, “Desaparecido”) y reagges que acarician el alma (“Transparente”, “Hawai”), el grupo jamás decepciona. ¿Temas nuevos?: algunos. El que da título al disco (“Basta!”), “Como un buey”, “Siento” y “Ya no estás”.

Divididos cumplió con la otra pata de la herencia antes de la suma final. Arranque con rémora enérgica de Pappo’s Blues –“Sucio y desprolijo”–, desarrollo con “Salir a asustar”, “Ay, qué Dios boludo”, versión rompeportones de “Voodoo Chile”, que suele ser el cenit, la síntesis de lo que Divididos puede dar en estado puro, y un páramo para el alma –“Spaghetti del rock”–. Y un final que se desentendió de la lista de temas: “Next Week” no fue. El chiste de Catriel Ciavarella, amagándolo tres veces, fue el comienzo del flash más esperado en años por el rockero medio argentino. Así se curan las heridas.

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