Lun 16.04.2007
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MUSICA › LOS PIOJOS, INTOXICADOS, KAPANGA Y OJOS DE BRUJO EN EL QUILMES ROCK

Tiempos de rock nacional y popular

En la cancha de River hubo épica barrial, lluvia, delirio y también intolerancia, en este caso con los catalanes Ojos de Brujo. El festival terminó anoche, con la actuación de Aerosmith.

La tercera jornada del Quilmes Rock presentaba para una gran parte del público que se acercó hasta el estadio de River diferentes condimentos como para pasar una buena tarde de acción: algunas certezas, una que otra incertidumbre, un misterio y una expectativa muy difícil de contener. Y, salvo en el caso de Kapanga (una de las certezas), todos los actores estuvieron a la altura de lo que se esperaba, más allá de una tonta exposición de intolerancia que ya tenía un antecedente registrado el año pasado durante el Pepsi Music.

Porque lo de la banda de Quilmes fue, desde donde se lo mire, perfecto. Comenzaron bajo un diluvio una hora después de que se abrieran las puertas con poco más de cinco mil personas en el campo e intentando capear el sonido. Y lo que podría haber sido un ambiente adverso para un artista encumbrado, Kapanga lo convirtió en una fiesta inolvidable que, sin dudas, se enmarcará dentro de las mejores actuaciones que se recuerden de esta edición. Con un show potente, festivalero y emocionante, los creadores de la pizza de la risa demostraron que el tiempo suele ser un gran amigo, cuando la convicción y la fe se transforman en objetos de valor.

Con más de diez años en el lomo, el grupo comandado por el Mono Fabio entregó un set contundente y descontracturado, generando la mayor cantidad de pogos consecutivos del día. Pero a su habitual faena le sumó un marco conmovedor, responsabilidad de la lluvia y de ese simpático frontman con facha de pizzero que se sabe divertir sin caer en el desmadre y la improvisación. Ya sea arrojándose en palomita sobre la pasarela, cantando sobre una bicicleta en movimiento, mezclándose entre la gente y poniéndose las pilchas de exquisito maestro de ceremonias. Porque el Mono no puede estar quieto. Y si a eso le sumamos una lista irresistible (“Fumar”, “Desearía”, “En el camino”, “El universal”, “Rock”, “Bisabuelo”) y la devolución de un público entregado, solo pueden faltar las papas fritas. Que llegaron para un memorable Top Five del pogo argentino que recorrió, en una especie de ranking radial, veinte segundos de las cinco canciones más barderas del rock argento, de acuerdo con el songbook de Kapanga. Así pasaron “Cielito lindo”, “Y lo que quiero es que pises sin el suelo”, “El final es en donde partí”, “El ojo blindado” y “Ji ji ji”, dejando a la monada al mango y servida en bandeja para El Tri.

Con el campo hecho una sopa, los mexicanos comandados por el interminable y verborrágico Alex Lora salieron a entregar lo de siempre: un generoso corazón que bombea rock en su estado más bruto y seminal y que se ganó a lo largo de una hora el respeto de los ansiosos fans piojosos. Con una formación ajustada y sin fisuras –también sin muchos riesgos–, entregaron una buena dosis de rock visceral y cabrón, que tuvo sus puntos más altos en “Triste canción de amor” –conocido aquí por La Renga- y un dudoso blues dedicado a las víctimas de Cromañón, que se lanzará junto a su nuevo disco solo en Argentina.

Los catalanes de Ojos de Brujo sabían que su extraña ubicación en la grilla los iba a exponer a más de cincuenta mil almas impacientes que querían ver a Los Piojos y que no profesan justamente la biblia del flamenco políglota. Y se lo hicieron sentir, aunque haya sido el set más reducido de todo el evento. Chiflidos, algunos objetos voladores y el clásico y tortuoso gesto de reprobación de cientos de manos empezaron a exigir su salida, más allá de que el combo haya capeado el temporal dignamente. Un salivazo de intolerancia que estos formidables músicos no merecían. “Venimos de lejos, tened un poco más de respeto”, lanzó sin esperanza Marina, su cantante, al promediar el show. Pero no había caso. Abajo, un mosaico de insultos. Arriba, una actuación impecable de un sound system que conjuga el flamenco y el hip hop de manera magistral y que, quedó demostrado, no está destinado a los grandes estadios sino a la atmósfera intimista de un teatro, además de haber sido programados de una forma innecesaria y casi suicida.

Y ese clima de revuelta y tensión se iba a prolongar hasta que llegara un espectáculo inesperado y difícil de explicar. Recreando la escenografía y la esencia de Grandes Valores del Tango, los Intoxicados montaron una pieza al estilo televisivo donde Dady Brieva, peluca rubia, traje negro y un tanto desencajado, ofició de Silvio Soldán. Con sus familias sentadas en mesas improvisadas sobre el escenario, los de Piedrabuena brindaron un show tan desconcertante como adictivo. Versiones calientes e inspiradas, como “Lo artesanal”, “Fuego” y “Quieren rock”, y excursiones al borde del abismo, como “Reggae para los amigos” y “De la guitarra”. Tal vez la falta de conexión entre conductor e invitados y un cierto e inevitable aroma a Midachi hicieron que por momentos lo que se estaba viviendo en River se pareciera peligrosamente a un deslucido piloto cómico para televisión.

Pero aún faltaba el grand finale. Porque a poco menos de dos meses para que esté en la calle su nuevo material, Los Piojos son conscientes de que están ante el cierre una etapa. Aquella fiebre de estadios de los ’90 y un repertorio plagado de hits tiene fecha de caducidad. ¿Puede una banda con casi veinte años de trayectoria, cincuenta mil personas a favor y la aceptación popular ofrecer un mal show? Sí, puede. Pero es casi imposible que eso suceda. ¿Alguien puede negar que “Te diría”, “Maradó” o “Pistolas” son canciones que, en la voz de una multitud, logran emocionar? Pero esa etapa que parece finalizar le abre al grupo de Ciudad Jardín una ventana hacia un futuro intrigante, del que adelantaron “Difícil”, una balada orillera que va a formar parte de lo que vendrá. Los Piojos impregnaron el ambiente del aroma rioplatense que guardan desde sus orígenes en densas expediciones instrumentales, como en “Ay ay ay”, con un intermezzo de “Orugas”, de Las Pelotas. Después de una versión libre y en armónica del Himno Nacional argentino, un final hipnótico con “Morella”, “Labios de seda”, “Genius”, “Arco” y “El balneario de los doctores crotos”, convirtió el campo de River en un gigante hormiguero en retirada, bajando la persiana con “Finale” y su lista interminable de banderas.

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