MUSICA › ALGUNOS APUNTES SOBRE UNA NOCHE CON MAS DE UN PREMIO DISCUTIBLE
› Por Karina Micheletto
Cada año, la industria local de la música se pone sus mejores galas y elige a sus hijos dilectos. Esta vez, el gran ganador coronado fue Gustavo Cerati, como antes lo fueron Andrés Calamaro o Babasónicos. Pero hubo más. Más allá y más acá del Oro, pasaron 39 rubros con los que Capif delimita el universo posible de la música. Los resultados dejaron gustos más dulces que otros. No porque todo premio no implique una gran carga de subjetividad (y por eso jamás podrán conformar a todos), sino porque, a veces, la misma idea de los rubros se desdibuja en el camino.
Que Rubén Rada, con sus cuarenta años de carrera a cuestas, suba a recibir el premio Artista de Rock Revelación, es algo que no se explica ni siquiera con el hecho de que haya agradecido personificando a su alter ego Richie Silver, que por lo visto recién arranca con esto de la música. Tampoco queda claro qué se entiende por “Nuevas Formas” de folklore, cuando se nomina a Amboé, Los Alonsitos y Raly Barrionuevo junto con Juan Falú y Raúl Barboza, o por qué Susana Rinaldi gana como Mejor artista de canción testimonial. Cuestiones que se entienden si se imagina cuán difíciles deben ser las negociaciones a la hora de definir rubros y candidatos.
En un segundo nivel estaría el tema de los aciertos estéticos, aquí es donde todo premio se vuelve inobjetable. Y aun así hay que señalar lo mal que suena que “el Chinito” (el chico de siete años que salió del programa de Tinelli y derrocha simpatía, pero como es lógico tiene mucho por aprender) le haya ganado como Revelación de Folklore a artistas como Luna Monti y Juan Quintero. O que Javier Calamaro (con todo el respeto que merece su esfuerzo) se imponga en dos rubros de tango, por sobre candidatos como Raúl Lavié o la Típica Fernández Fierro.
Más allá de formas y gustos, hay una verdad de Perogrullo que tiene que ver con lo que Gustavo Cerati, el gran ganador de estos premios, dice en la entrevista que acompaña esta nota: “Todo premio es real hasta cierto punto. ¿Cuántos discos geniales no van a ser nunca parte de una fiesta como ésta? Hay otra verdad evidente: que esta ficción compartida sirve a todos, artistas, gente de la industria, hasta a los políticos en campaña, como Daniel Filmus, que desafió la tormenta para llegar a mostrarse al Luna Park. Y que también sirven para dejar un par de bellas postales: Leopoldo Federico o Mariano Mores, como grandes ganadores aplaudidos de pie; León Gieco y Esteban Morgado siendo reconocidos por el trabajo solidario del segundo volumen de Las estrellas no sólo brillan en el cielo, canciones a beneficio de la Casa del Teatro que este diario editará en breve.
Más allá de la música, a esta altura el folklore de los Gardel tiene sus ritos instalados. Están las alfombras rojas que destilan el glamour posible: la de este año, pasada por agua, dividió a los artistas por un lado y la fauna de representantes de discográficas y agentes de prensa que suelen acompañarlos por otra entrada. Así que muchos tuvieron que abrirse paso al grito de “¡Soy famoso, soy famoso!”. También hay momentos innecesarios: Ricardo Montaner cantando “Nostalgias” con una orquesta típica, por ejemplo. Baches interminables para ajustar los tiempos de la fiesta a los de la televisación. Una sala de prensa sponsoreada por una marca de cerveza, con periodistas que siguen los premios por la tele. Pero sobre todo hay muchos músicos y mucha gente que vive de la música. Hasta el año que viene, cuando todos vuelvan a cantarle a Gardel.
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