MUSICA › DIEGO FRENKEL, ENTRE LA PORTUARIA Y SU CD SOLISTA, “MUSICA PARA BEBES”
El cantante y compositor se refiere a los ciclos de la banda, que le permitieron, en un intervalo, grabar un disco basado en la observación del crecimiento de su segundo hijo. No es el único miembro de La Portuaria que buscó otros caminos. Adi Azicri y Pablo Giménez, bajista y guitarrista, respectivamente, alumbraron el Dúo Malambos.
› Por Cristian Vitale
De la misma manera que León, el nombre de su primogénito, no alude a Trotsky, Tolstoi o Gieco; Ringo tampoco es por Bonavena o Starr. Su mujer, Paula Neri, le puso así simplemente porque le parecía bello. El segundo hijo de Diego Frenkel, que hoy transita el año y medio, podría llamarse de cualquier otra manera, pero jamás evitar el rol que le tocó cumplir como musa de papá: el líder de La Portuaria, banda que se presentará este viernes en La Trastienda, concibió el disco instrumental que hace años quería hacer y le puso, arrastrando su esencia a todos los Ringos del mundo, Música para bebés. “Lo mejor de lo creativo es cuando hay un intercambio con otro”, resume. Frenkel está completamente relajado. Bebe gaseosa y adivina el disco que suena de fondo, en el bar de Palermo: “Debe ser el último de Ben Harper”. El mesero ratifica, pero no se lo puede vender: “Es importado, sale 80 pesos” y todo vuelve a Ringo. La cara del bebé ocupa casi toda la tapa del disco. Tiene unos ojos negros grandísimos y con la mano izquierda sostiene un auricular. La portada es tan austera, despojada y sencilla como la música que está dentro. “No es un disco para bebés sino para compartir con bebés, porque relata el estado de un ser humano. Si no supieras que es para bebés, sería como una obra compuesta con un estado de ánimo particular. Está inspirado en lo que Ringo me produce a mí, y lo que la música provoca en él”, dice el cantante, redondeando el significado de esta especie de boomerang de sensaciones.
La obra contiene 16 piezas, divididas en dos segmentos relacionados con los primeros días del ser humano: actividad y descanso. 15 son instrumentales y otra, que Frenkel le hizo a su otro hijo cuando empezó a caminar, cantada. A las del primer bloque, las domina un sonido que el creador –mientras se le pegan maníes en la garganta– define como subacuático o intrauterino. Las resonancias que produce el piano sordinado, deja el clima poblado de notas conmovedoras. “Cuando nació Ringo, en su segundo día de vida, me senté en el taburete del piano, sosteniéndolo con la mano izquierda, con el pedal de resonancia abierto y el piano sordinado para obtener un volumen bajo y sin estridencias. Le tocaba simples y suaves melodías, armando paisajes sonoros que me ayudaban a conectarme con su estado de reciente llegada al mundo, y comprendiendo que a él también lo ayudaban a conectarse suavemente con su propia llegada”, narra. Alejado del mundo exterior, Frenkel dedujo que la calma del bebé, en esos momentos, tenía que ver con el modo de audición intrauterino: la misma placidez que tenía un adulto al reconectarse con sus primeros momentos. “Tocar con él en brazos se convirtió en un ritual, que generó en mi mujer la idea de hacer un disco”, señala.
–¿La aceptó de entrada?
–No. Al principio, me pareció una idea bastante loca, pero después me prendió. Además, hacía rato que tenía ganas de hacer un disco instrumental, y fue éste fue el marco ideal, porque siempre se necesita un concepto que te limite.
El segundo bloque –“Actividad”– tiene que ver con el desarrollo de crecimiento de Ringo. El sonido fue pasando de su “intrauterinidad” inicial a algo más vivaz. Frenkel empezó a generar juegos con samples y elementos orquestales. “En el Estudio se armó una gran sala de juegos y ambient –comenta–, fue un disco hecho de la manera más relajada, lúdica y placentera posible.” Los únicos agregados humanos al material casero fueron las voces de Mayra Bonard en “Caballito” y “Sábado”, y la percusión en disco de plástico, del productor Fernando Taverna, en “Ringotone”. “No iba a meter ningún tema cantado, pero mi manager, Lilia, me sugirió que incluya ‘Corre chiquito’. La verdad, fue la ocasión ideal, sino jamás lo hubiera grabado. Fue la única canción que compuse para un niño chiquito, tan específicamente”.
–Es el tema nexo entre el bloque de actividad y el de descanso. A propósito, la división de segmentos parece un tratado de musicoterapia para niños...
–Es que tenía que dividir los ambients de piano, que habían surgido en relación con ese estado de calma intrauterina, de colchón cósmico, del que le sigue: que es la evolución del bebé entrando en la lógica del mundo... gestos, gateos, palabras.
–El disco está basado en la observación del crecimiento de un bebé. ¿Qué fue lo que percibió en él mientras tocaba?
–Fue lo crucial, porque yo veía la reacción anímica de Ringo segundo a segundo. Hay ciertas sonoridades, tonalidades menores que el adulto goza. No sé, escuchando a Schubert o a Nick Cave, por ejemplo. Bueno, el bebé, en la misma circunstancia, llora. Incluso, Ringo lloraba con algunas temas de La Portuaria, porque las tonalidades eran menores. Son muy sensibles a esos estímulos primarios... yo sabía los volúmenes que podía manejar y, cuando encontraba algo, él se extasiaba.
–¿Resultó inconveniente combinar el trabajo profesional de La Portuaria con el proceso de grabación del disco?
–Los efectos de Río (último disco de la banda) fueron trabajosos: la venida de David Byrne, el video que tardamos muchos en hacer... terminé bastante cansado. Entonces sobrevino un impasse, que aproveché para entrar a grabar. Salí de un lugar de mucha exposición –fotos, giras, notas, shows– y me metí para adentro. Me vino bien, porque convertí en arte un estado de ánimo de vacío. Esos trabajos me otorgan aire, estímulo y hacen fluir otra parte de mi vida musical.
–Fuga hacia atrás: ¿cuáles fueron las razones de la separación de La Portuaria en 1997?
–Tocar con amigos de muchos años, con los que te criaste de adolescente, termina en relaciones que explotan a nivel personal. Todo se enquilomba y llega un momento en que nadie puede sostener un proyecto. Pasó eso.
–¿Y cómo surgió la idea de reagruparla cuatro años después?
–Surgió después de haber pasado por miles de proyectos: mi disco solista, Bel Mondo. Sebastián Schachtel y yo decidimos volver. Primero se integró Christian Basso, pero después siguió con sus proyectos propios y apareció el Colo Belmonde.
–¿Están pensando un nuevo disco?
–Estamos en las fases preliminares. El momento de Devorador de corazones es el más funk y bailable de nuestra carrera, después hemos pasado por momentos muy variados, que no tienen que ver con ese estado de ánimo: hablo de Perfidia y de, incluso, Río. Ahora, se generó la necesidad de hacer un disco que reconecte con aquel espíritu funk y afro, empezamos a hacer temas desde ahí. La Portuaria es como si fuera una compañía de teatro: tiene un espectáculo acústico y otro festivo, y ahora estamos entrando en otro momento festivo. Es como un ciclo.
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