MUSICA › DUO MALAMBOS, PROYECTO PARALELO DE AZICRI Y GIMENEZ
› Por Cristian Vitale
Adi Azicri es el que, allá lejos en el tiempo, fundó Clap con Diego Frenkel, Christian Basso y Fernando Samalea. El que después vivió en España –primer lustro de los noventa– y tocó guitarras en los autoexpatriados Lions in love, Pachuco Cadáver y Willy Crook. El que, de regreso en el país, fue convocado por Man Ray, Axel Krygier, Adicta, Sergio Pángaro y Kevin Johansen para desenredar estéticas antimainstream y el que produjo uno de los discos más integradores (toba-electrónico) de los últimos tiempos: Tonolec. Pablo Giménez viene de otro palo. Es el que acompañó al Chango Farías Gómez en tiempos de La Manija. El que, viviendo en Estados Unidos, se integró a las excentricidades del irlandés Ed Dunne, y el que volcó su versatilidad instrumental –bajo, trombón, guitarra, percusión– a artistas disímiles: Chico Novarro, Suna Rocha, María Volonté y Buenos Aires Negro, entre ellos. Ambos se conocieron hace cinco años, como los dos músicos de La Portuaria que sostienen su sonido cosmopolita desde el fondo del pasillo. Y ambos, ante la prevalencia mediática de Frenkel y Sebastián Schachtel, encararon su caminito al costado del mundo con un dúo (Malambos) y un disco tan revelador como indescifrable: Ke chi, ke cha. “El dúo surgió sin demasiada preconcepción, apenas la de no limitarnos a ser el bajista y el guitarrista de La Portuaria. Lo interesante fue la manera en que universos bastante distantes como el de Pablo y el mío, empezaron a congeniar”, dice Azicri.
La amistad fue mutando en música según pasaban las giras. Pablo y Adi, además, comparten habitaciones de hotel y dicen que el disco se originó en tiempos muertos. “En los viajes largos, teníamos mucho espacio para llenar con ideas, historias, chistes, música o remates de frases brillantes. Así se nos ocurrió el dúo. Usamos bien los tiempos muertos. Cuando empieza el boludeo, la cabeza atraviesa buenos momentos para bajar”, sostiene Giménez, que ingresó a La Portuaria en el 2000. “Recién llegado de Holanda, donde tocaba como sesionista en grupos de salsa, vino el Colo Belmonte y me ofreció entrar a la cooperativa. Yo no acepté y les dije que mejor me pagaran un fijo, porque siempre fui independiente”. Fue aceptado. Grabó 10 mil kilómetros, Río y es la pata tanguero-folklórica de un grupo que insiste en sus pretensiones universalistas. Y también la del Dúo Malambos. Mientras Adi encara la arista funky, la mano de Giménez acerca el folklore al swing de los años ’20, la salsa y los aires electrónicos. “Somos dos músicos profesionales que ya pasaron los 30, pero que recuperan la impronta de dos amigos con ganas de jugar con la música”, sintetiza.
Ke chi, ke cha, editado por el sello Los Años Luz, consta de diez canciones cuyo método de composición es tan sorprendente como ellas: de esos chistes y frases que nacen en las giras, salen nombres bizarros a los que después hay que ponerles música. “Siempre andamos con lápiz y papel a mano. Aparece un nombre, que es un concepto sin música, y después lo transformamos en canción. Nos juntamos en casa a tocar y decimos ‘esta vestimenta le queda bien a este título. El desafío fue contener toda esa locura con música”, explica Azicri.
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