Dom 03.06.2007
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MUSICA › ENTREVISTA A JOAN MANUEL SERRAT Y JOAQUIN SABINA, ANTES DE LA GIRA QUE EMPRENDERAN JUNTOS

“Lo importante es no defraudar al Nano”

Aunque coincidían en una mutua admiración, nunca se habían juntado para grabar ni para actuar. Ahora, que tienen la sensación de gozar de otra oportunidad grande en sus vidas, se plantean un nuevo desafío. Durante seis meses girarán por España y América latina. Harán siete shows en la Argentina.

› Por Jesús Ruiz Mantilla *

Desde Madrid

Esa curiosa y sanísima combinación de utopía y desgarro, de denuncia y escupitajo. Esa ración doble de dandy y rufián, de bon vivant y canalla, de yerno perfecto y oveja negra, de hermano mayor responsable y bala perdida es la que encarnan como nadie Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina, estos dos maestros de la vida y la carretera, catedráticos del explosivo, sutil y emocionante arte de mezclar sobre el territorio de una guitarra el verso y el acorde.

Estos días hacen las maletas; guardan reposo en Madrid, donde Serrat acaba de estrenar casa, y paren con ensayos y sesiones de trabajo esmerado Dos pájaros de un tiro, la gira que los llevará durante seis meses por España y América. Desde el 29 de junio, cuando arrancan en Zaragoza, hasta el 20 de diciembre, cuando cerrarán el quiosco en Montevideo, recalarán en cerca de sesenta ciudades (en la Argentina brindarán siete conciertos, entre Buenos Aires, Rosario y Córdoba), polideportivos, plazas de toros..., en un periplo que apuesta antes por la espectacularidad, con más de diez músicos en la banda, que por el intimismo que tan magistralmente han sabido dominar ellos en otros escenarios más recogidos.

Parecería que ambos ya se han juntado muchas veces para salir por esos mundos de Dios, pero no ha sido así. Han cantado con otros –con Miguel Ríos, con Víctor y Ana, con Fito Páez–, pero nunca juntos. Otra cosa es que existan pocas casas en España donde en un registro a fondo no aparezca, sin revolver mucho, algún disco de los dos, seguramente bien guardado en el escondrijo de las estanterías, que son la física de nuestra memoria sentimental, los lugares donde recogemos el anhelo, los sueños y las derrotas que muchas veces nos han dejado retratados a todos en sus canciones.

No hace falta casi preguntar qué razones los han llevado a juntarse. No lo habían hecho nunca hasta ahora en gira ni en disco. Lo primero, el puro capricho, el gustazo de compartir escenario entre dos que se admiran. Después, quizá, algo que últimamente los ha unido más si cabe: la sensación de gozar de otra oportunidad grande en sus vidas, de haber sido premiados con una suerte de resurrección. Todo ha surgido después del cáncer que superó Serrat, con una determinación de ciclista encarando la bajada de una cumbre alpina en el Tour, y del “accidente cerebral”, dice Sabina, y la posterior depresión que sufrió este último, que lo han transformado en muchos sentidos: “Después de estos años misántropos, jamás creí que la vida me iba a brindar un desafío como éste”, asegura don Joaquín, sentado en el suelo de su recién ampliada casa y fresquito, tras la empapada a la que lo ha sometido Javier Salas para una fotografía cachonda en la ducha de la que lo ha rescatado Jimena Coronado, su fiel pareja peruana desde hace años, con una camisa seca.

El palo físico lo replegó, y después no pudo evitar “la nube negra”. Con esa precisión es como metaforea a la depresión la letra que le hizo para su canción del mismo título el poeta Luis García Montero, uno de sus amigos entre “los poetas líricos”, con Angel González, Caballero Bonald, Benjamín Prado y él, entre otros, a la cabeza, y a los que Sabina agradece siempre haberlo sacado del hoyo en sus días más oscuros: “Aquello me vino por tener la sensación de envejecer regular, tirando a mal, y porque la nariz ya sólo me servía para respirar”, dice el artista. Tampoco es difícil deducir quién se encomienda a las órdenes, el horario, la hoja de ruta y el ritmo que marca Serrat sin que esto genere el más mínimo resquemor en Sabina, que se conoce, que se autoproclama anárquico, caótico y al que no es difícil oír una y otra vez: “Lo que tú digas, Nano”.

Uno es metódico, serio, formal, puntual, cumplidor; otro es... como es. Es Sabina. ¿Y qué pasa? Lo tomas o lo dejas. O se lo quiere así, o se lo despeña barranco abajo y se lo manda al cuerno. Como tal, como el poeta de las aceras y los bajos fondos que es, se lo admira incluso en su proverbial heterodoxia, en su caótica manera de desafiar la edad, el gusto, el tiempo y el espacio. “Joaquín, ya sabes, es así”, comentan quienes lo conocen a fondo. Uno, Serrat, ha conservado esa voz, que en muchos casos es la de nuestras conciencias; el otro ha ido adaptando, con una sabiduría curtida en bares, callejones y desafiante a la forma física de los viejos rockeros que han hecho un pacto con el diablo, su manera de cantar, su forma de decir, a las posibilidades de una laringe en constante metamorfosis. Pero ha sabido como nadie convertir sus limitaciones en marca, tanto que su voz hoy es más auténtica y gusta como nunca. “Lo importante de su voz es que él, con su instrumento, interpreta y sabe conmover”, dice Serrat. Tanto que hasta sus fans le celebran los gatillazos de garganta, como hace un año en Gijón.

Pero si bien cada uno ha conservado la voz como ha podido, a lo que no han renunciado todavía es al grito. A la facultad de llamar a las cosas por su nombre, y a no dejarse engatusar por maniobras del lenguaje y triquiñuelas más que antiguas para recuperar los tiempos y los privilegios enterrados por parte de algunos líderes en plena ascensión, como el recién elegido presidente francés, Nicolas Sarkozy: “Eso que tanto habla él de recompensar el esfuerzo sobre otras cosas no es más que la destrucción de la lucha por la igualdad”, avisa Sabina. Tendrán tiempo para la discusión política, pero también para esos placeres que les quedan. Por lo pronto, uno sabe ya, con su agenda más que pulcra, en qué restaurante se darán los homenajes el 22 de agosto o el 10 de octubre, da lo mismo: “Las comidas, las cenas, todo eso, queda en mis manos”, afirma Serrat, con la palabra de un serio hombre de honor. “No se hable más”, dice el otro. “Yo me pongo en tus manos”, remata con la obediencia del hermano menor.

Las habilidades del catalán para el cuidado y la organización las reconoce también Berri, manager de ambos. De Serrat, desde hace 35 años; de Sabina, desde hace menos y gracias al enchufe de su amigo, porque este socio de los dos no quiere llevar a mucha gente más desde su oficina. En su despacho de la Castellana prepara el despliegue de las sesenta personas que trabajarán en la carretera, con cinco trailers y dos micros con camas listos para transportar los equipos, los técnicos y músicos de un sitio a otro. También cierra fechas pendientes todavía en España y América. Berri cree que los dos son adictos a la carrera nómada y al escenario. “En mi vida se me ha pasado por la cabeza retirarme”, apunta Serrat, y más desde que han salido de sus problemas de salud. “Si no, ¿cómo explicas que Joan Manuel, desde el 5 de mayo de 2005, haya hecho 250 fechas, y Sabina, 120 con su Carretera y top manta, ese título que le hizo tan poca gracia a Ramoncín?”, se pregunta el manager. “El Nano, desde que salió de la cama del hospital agarró la guitarra y se puso a cantar”, dice Sabina. “Yo, no tanto”, aclara.

Entonces dejaron atrás sus cuevas, sus colchones y sus cuitas como con urgencia. Y sobre el escenario los esperaban los escuderos de siempre. Sus músicos de cabecera, caballeros de la más que noble orden de unas melodías que han marcado nanas, conquistas, desamores, amistades, túneles... Quien se ha puesto más galones por acompañar a Serrat ha sido el maestro Ricardo Miralles, que le hace los arreglos y lo acompaña con la tecla desde 1969, cuando Tete Montoliú dejó de hacerlo para dedicarse exclusivamente al jazz y lo enchufó al carro. Los otros dos han sido la almohada y el asiento de Sabina desde hace 25 años: son Pancho Varona y Antonio García de Diego, que escriben canciones con él y de vez en cuando organizan en clubes las llamadas noches sabineras, una especie de karaoke con la banda del artista en vivo al que se apunta siempre gente joven a mansalva.

Los capos les han repartido 34 temas, 17 por barba, para que los ensayen y los fusionen. Para que los vistan con un envoltorio distinto, un sonido diferente; para que busquen una coherencia que dé unidad al espectáculo mientras ellos trabajan en un guión con gags, chistes, sorpresas y filosofía propia. Harán popurrís; Serrat cantará canciones de Sabina, y viceversa. “Serrat interpretará la canción del pirata, que tendrá gracia porque la hará un poco rockera, y Joaquín cantará, por ejemplo, ‘Señora’, que está muy lejos de su estilo”, dice Varona. “Además, yo cantaré en catalán, y aquí mi amigo, en andaluz”, anuncia Sabina.

Los primeros ensayos juntos han dejado muy buenas vibraciones en los músicos. “Ha habido magia”, dice García de Diego. La clave está en hermanar el lirismo de Serrat, definen Varona y García de Diego –a quien cuando lo ven, dicen, “le hacemos la ola”–, con otro estilo: “El agrio, ácido y pendejo de Joaquín”. Los dos compañeros de fatigas de Sabina afirman que se enfrentan a la gira con devoción, como de rodillas, y con cierto miedo y respeto por ir con quien van. Pero Miralles, el maestro acompañante del autor de “Mediterráneo”, los tranquiliza: “Yo no tengo ningún miedo, ni por nosotros, ni por ellos”.

La importancia, el misterio del secreto es tal que Sabina planea hacer un libro sobre un arte, el de componer canciones, que se ha convertido en la forma musical por excelencia del siglo XX, y que tiene aspecto de seguir siendo tal, inagotable aún, en el XXI. Aunque, por supuesto, no sería un manual. “Hace tiempo que me gustaría tener una conversación larga entre aquí mi amigo (por Serrat), Silvio Rodríguez, Enrique Morente y yo en la que habláramos de a ver cómo cojones se hace esto”, cuenta este trovador de Ubeda, vecino desde hace años de la plaza de Tirso de Molina. “Meter una letra dentro de una música con calzador es complicado, pero hay que tener una idea musical en la cabeza”, sigue Serrat. Después, al hilo, Sabina recurre a la experiencia para desembocar en una nebulosa que nos deja donde casi empezamos: “Al principio, las primeras 30 o 40 canciones, para empezar hice la letra. Luego probé a tener la música antes y me salieron unas letras más triviales, lo cual tampoco me disgustó. Pero me quedo con una definición que no sé quién la inventó y que no es mía, pero que me gustaría que lo fuera. Dice que una canción debe tener una buena música, una buena letra, unos buenos arreglos, una buena interpretación, y después una cosa que no sabemos muy bien de qué se trata, pero que viene a ser lo que más importa de todo. Creo que hasta de las instrucciones de un medicamento se puede sacar una buena canción”.

Sabina es el clásico intemporal, quien con su filosofía del descaro, su habilidad para el eclecticismo en los estilos y sus letras provocadoras, siempre políticamente incorrectas, es capaz de deslumbrar a todas las generaciones. Serrat, con esa búsqueda de la utopía constante y esa facilidad para la crónica magistral de todos los tiempos en sus canciones, también atrae. Serrat se encomienda a Sabina para conseguir nuevos fans. “Muchos jóvenes irán a ver a Joaquín, pero yo voy a ser el artista revelación”, dice el catalán. “De eso, nada de nada”, replica Sabina. “No, si éste es muy vivo y juega un papel humilde, pero en el escenario no me va a regalar un palmo”, avisa Serrat. El más joven de los dos deja claro quién es el que va con más ganas de hacer méritos: “Juro por mis gatos (lo menos cuatro han pasado durante el encuentro a hacer la visita) que lo que más me importa de esta gira es no defraudar al Nano”.

Conservan una curiosidad intacta por el viaje. El movimiento los incita a alimentar sus vicios de hoy, que son mucho más sofisticados que los del pasado. Serrat se ha hecho viticultor y es propietario de una bodega, Mas Perinet, en el Priorat. Se dedica a catar por los restaurantes en los que recala. Sabina colecciona libros antiguos. En su casa, 10.000 títulos decoran las paredes. Con los viajes, también han observado el cambio casi vertiginoso de su país. “Hemos trabajado en condiciones infames. Todavía recuerdo cuando teníamos que cagar debajo del escenario”, cuenta Sabina. En esas cosas sí que se aprecian las transformaciones. “Ahora, en cualquier ciudad de provincias actúas en un auditorio con tu camarín. Se han dignificado mucho las condiciones, y uno de los que más han luchado para que los músicos y los cantantes hagamos las giras dignamente ha sido Raphael. Hay que reconocerle eso y otras muchas cosas”, asegura Serrat. Es algo que también han compartido y han vivido a fondo sus músicos: “Antes viajábamos en furgonetas, dormíamos tres días en la casa de alguna chica a la que conocíamos por ahí y volvíamos a coger la ruta”, recuerda Varona. “Hoy nos cuesta más. La última vez pasamos dos meses por América y fue duro, nos hemos vuelto más familiares”, añade con la conformidad de Miralles y de García de Diego. Hay un cambio crucial en la conquista de los derechos de sus músicos en gira. “En mi caso fue cuando conseguí dormir en una habitación propia”, cuenta Miralles. “No, en el caso de Miralles ha sido mucho más importante el día que consiguió no cargar con ningún bulto en los aeropuertos”, recuerda Serrat. Sabina les reprocha las comodidades: “¡Dormir separados! ¿No compartían habitación Guti y Ronaldo, y eran galácticos?”, pregunta Joaquín. “Sí, pero eso era para que no se hicieran pajas”, lo tranquiliza el Nano.

En esta gira habrá mucho compadreo, prevén. “A Joaquín, que le gusta largarse para Madrid desde donde está cuando termina, me parece que en esta ocasión va a dormir en bastantes hoteles”, dice Varona. Todos saldrán ganando. Sabina tiene un pálpito. “Mal se nos tiene que dar para que en todas las ciudades y las habitaciones de hotel donde vamos a compartir tantas cosas no compongamos algo juntos y que de esto salga un disquito.” A ver.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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