Lun 11.06.2007
espectaculos

MUSICA › GABRIEL RIVANO

Para descubrir a un bandoneonista

Ganó en un rubro del concurso de las Madres, pero su historial exige atención.

› Por Cristian Vitale

Año 2000, cuarto disco: Gabriel Rivano, bandoneonista argentino, mira hacia Brasil, y expatria a Egberto Gismonti. Lo traduce al bandoneón. 2001, quinto disco: Invoca a Johann Sebastian Bach y lo reinventa en Buenos Aires. 2003, séptimo disco: se lo dedica entero a su mayor influencia, Astor Piazzolla. 2006, penúltimo disco: piensa en George Harrison, y lo titula Meditación Beat. Pero agrega al tándem Lennon–McCartney y resultan 14 canciones instrumentales de The Beatles, trasvasadas a bandoneón y guitarra. El corolario es impecable. Gabriel Rivano, entonces, rebosa de versatilidad. Tiene el pelo a lo Larry de Los tres chiflados, la mirada movediza y una capacidad lingüística fenomenal. Dispara palabras muy rápido. Gesticula y organiza el discurso con sentido lógico, sin fallas; tal vez tema que el tiempo, esta tarde, no alcance para contar quién es. Lo que hace. Y urge: en la Argentina, más allá de un cúmulo de allegados, no sobran quienes lo conocen. Su nombre, pese a sus doce discos y presentaciones constantes en abadías, castillos y teatros de la vieja Europa, apenas rodó en ciertos medios cuando las Madres de Plaza de Mayo y la Secretaría de Cultura de la Nación –con Atilio Stampone y Juan Falú como parte del jurado– lo premiaron en el rubro Obra Orquestal del concurso 30 años de vida venciendo a la muerte. “Por fin pude plasmar mi obra con una orquesta en Argentina –se entusiasma el músico–. Es algo que hago habitualmente en Europa, pero aquí nunca había tenido la posibilidad.”

Hay más datos. Rivano es economista recibido en la UBA. Tiene 49 años; un antepasado de la guardia vieja –Adolfo Pérez “Pocholo”– que supo tocar para Firpo, Canaro, ¡y Gardel!; fue parte, durante los noventa, del Cuarteto Cedrón y vive, nómada, entre Suiza, Alemania, Argentina e Italia. “¿Sabe algo? –evoca–. Yo abracé enteramente el tango cuando me fui a Europa. Antes, acá, hacía más bien música ciudadana... componía siempre para instrumentos acústicos. Cuando me fui, creo que en 1985, me empecé a meter más con el tango tradicional. Y compuse el ‘Tanguito del 2000’, un tema de tres minutos que se transformó en el concierto para bandoneón y orquesta.” La obra, que presentó aquí con la orquesta nacional Juan de Dios Filiberto, es un vaivén piazzoliano –11 por 8– contemporáneo, que comienza y termina –como un ciclo– en el viejo bandoneón de Rivano, herencia de su abuelo. “El murió en 1977, a los 80 años, mientras yo hacía el servicio militar. Y en vida nunca me lo prestó. Aunque no me importaba... jamás pensé que me iba a meter tan profundo con el instrumento, y menos en una época en la que estaba tan desfasado. Troilo todavía tocaba, pero no para los que teníamos 20 años”.

–Tardó en caerle la ficha genética...

–En realidad, mi mamá fue la transmisora. Ella también es música pero nunca se dedicó. Mi abuelo nunca la dejó.

Hoy, además de su interminable tournée solista por el globo, Rivano integra el grupo Buenos Aires Madrigal, un mix de músicos italianos y suizos que combinan madrigales –canciones renacentistas italianas– con tango. “Suena a cocoliche, pero tiene mucho que ver. Son Italia y Argentina unidas. Arolas y Monteverdi en el mismo plan”, despeja. Con ellos, en breve, recorrerá cuatro teatros, un castillo del año mil en las afueras de Luxemburgo y una abadía bajomedieval francesa. “Es maravilloso tocar en esos lugares, porque los armónicos del bandoneón suenan muy lindos... no hay que amplificar. Es más, el disco Infierno porteño (2002) lo grabé todo en la Dansk Kirke y es uno de lo que más me gustan. Aquí, tuve la oportunidad de grabar en el convento de Gándara, con Santiago Vázquez, y tocar en la iglesia danesa de San Telmo, pero es complicado encontrar lugares así. Sería muy rico”, resalta.

–En sus discos se mezclan Bach, Piazzolla, Los Beatles y Gismonti. ¿Cuál es la razón?

–Que cuando empecé a tocar el bandoneón era la época de la plata dulce y venían muchos grupos de jazz rock: Gismonti, Hermeto Pascoal, Chick Corea, Weather Reaport. Me metí por el tango pero desde esa fuente y es algo que está en mi mochila, igual que la independencia. En Europa tengo un trío y hago todo solo. Saco los discos por Luna y Misterio –un sello propio–, los llevo a las disquerías yo y los vendo en los recitales... como un rocker independiente.

–¿Cómo resultó la experiencia con Cedrón?

–Muy buena. Además de grabar Alborada del tango, me tocó reemplazar a Mosalini en la obra Tango, memoria de Buenos Aires, y también participé del espectáculo Memoria de los mayas, donde toqué con Jaime Torres y Antonio Agri. Esa obra fue imponente.

–Bach en Buenos Aires suena fuerte como título. ¿Es una bajada porteña del compositor clásico?

–Más bien una fantasía. Es su música en bandoneón, pero no es tango. Generalmente, cuando me relaciono con un compositor lo abordo libremente, pero en este caso no pude agregar mucho de mí. A Bach tenés que seguirlo, no podés improvisar. A The Beatles sí... no es fácil pero ellos te dan la posibilidad.

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