MUSICA › LA COMPLICADA SITUACION DE LA E.M.P.A.
Alumnos de la Escuela de Música Popular de Avellaneda denuncian que el edificio es “un Cromañón en potencia”.
› Por Cristian Vitale
“Esto es un Cromañón en potencia.” Valentín mira el contexto y repite la queja varias veces. En rigor, el edificio “transitoriamente” alquilado para reinstalar la Escuela de Música Popular de Avellaneda al 500 de la Avenida Belgrano, no ofrece perspectivas para pensar otra cosa. Es una especie de laberinto de tres plantas irregular, mal distribuido y bastante descuidado. La única puerta de entrada no supera el metro veinte de ancho y la escalera caracol que comunica con el grueso de las aulas sigue los mismos cánones. Se hace complicado imaginar que en ese lugar pueda funcionar una escuela, que hoy alberga una matrícula de dos mil alumnos y más de 170 profesores. En efecto, no está funcionando... aún no comenzó un solo curso del ciclo lectivo 2007. “Esa es la única puerta de entrada y salida, y es tan chica que no pueden pasar dos personas juntas. ¿Imaginá 500 tipos bajando juntos por ahí en una situación de incendio? Sería una masacre, sin duda”, señala Valentín (Carli), miembro del Centro de Estudiantes y el Consejo Académico.
La minipuerta es apenas un aspecto de la crisis estructural que sufre una de las solo dos escuelas de música popular que existen en el país. Creada hace 21 años, aún no se ha llegado a la aspiración máxima –el edificio propio– y los interesados (alumnos y docentes) están exigiendo condiciones mínimas de seguridad y habitabilidad para la regularización de la cursada. No es un reclamo nuevo. “Ya pasamos por una situación similar en el 2002, por una toma que hubo en el antiguo edificio de la calle Italia y perdimos todo un cuatrimestre”, recuerda Claudia Humoller, profesora y miembro del Consejo Académico. “Aquél –extiende– era un edificio más chico. Una vez se llegó a caer un pedazo de mampostería y cada vez que llovía, se inundaba. Pensamos que mudarnos sería la solución pero no: los problemas siguen.” “Tenés que caer en la sospecha de que hay una intencionalidad política –agrega Carli–. No hay compromiso con la educación en general y menos con la artística: parece que se quisiera desmoralizar al alumnado, tendiendo al achique poblacional.”
Los dardos del Consejo Académico y del Ceempa apuntan directamente al gobierno de la provincia de Buenos Aires. Denuncian que hubo una promesa explícita del gobernador Felipe Solá de construir un edificio propio, que se convocó a licitación pública para tal fin, pero que la empresa ganadora resultó un bluff. “Se dieron cuenta que era una empresa fantasma con ¡diez días de antigüedad! y tiraron todo para atrás. Nos habían dicho que en 36 meses la escuela iba a estar lista y que mientras tanto íbamos a cursar acá. Pero ni una cosa ni la otra: jamás empezaron la obra –sólo están el terreno y los planos– y acá, como se ve, es imposible empezar: hay gente trabajando en 14 de las 20 aulas. Es un caos... tal vez haya sido una mentira para mantenernos entretenidos”, acusan. Maestros y alumnos se quejan porque las refacciones del edificio tenían que haberse hecho durante el verano pero empezaron el mismo día que tenían que iniciarse las clases. “Parece una burla. Es imposible distribuir dos mil alumnos en seis aulas”, apunta Valentín.
Dado el atraso en la búsqueda del edificio propio, el gobierno alquiló un anexo también transitorio. Una especie de subsede ubicada en Mitre 292 en la que, según Humoller, falta la instalación eléctrica y sobran escapes de gas. “Recién ahora, una brigada de trabajadores está poniendo membrana en los techos y prometieron un subsidio de 40 mil pesos para instrumentos.” Pero aún no hay esperanzas de iniciar las clases. Alumnos y profesores de la E.M.P.A. no pueden –ni quieren– iniciarlas por una concatenación de causas. “No hay salida de emergencia. Las autoridades compraron una escalera que costó 19 mil pesos y se está oxidando en el patio, porque no saben dónde ponerla. Así no se puede. Ya hubo varios hechos peligrosos. Una vez se cerró la puerta de la escuela con llave para impedir que se realizara una actividad del centro de estudiantes y se empezó a agolpar gente en la escalera... fueron diez minutos de tensión. Se descompuso una chica en la escalera, todo mal. Otra vez, la directora se encerró en su oficina, porque no quería hablar con los estudiantes y dio la casualidad que entró en corto un plafón de electricidad. Tuvieron que venir los bomberos, evacuar a los alumnos y por suerte no pasó nada... si hay que evacuar este edificio en una situación de pánico puede ser un gran problema.”
También existen “subproblemas”. Ningún aula está acustizada. Hay goteras, poca ventilación, la instalación eléctrica está “atada con alambre”, la escuela atraviesa una situación de acefalía –la directora y la secretaria están con licencia y la regente pidió un traslado provisorio– y los dueños del gimnasio que linda con la escuela ponen música a todo lo que da, lo cual, según Valentino, provoca una contaminación sonora enorme. Claudia que, además de ser profesora de guitarra dicta clases de práctica en conjunto, habla de condiciones de trabajo insalubres. “Yo trabajo con batería, trompeta, bajo y en las aulas, al haber paredes comunes, el sonido rebota y se hace una bola. Hubo un año que terminé con mucho dolor de oído. No es fácil trabajar diez horas por día en esas condiciones. El sonido no está en el ámbito que corresponde y esto también entorpece el desarrollo curricular de los estudiantes.”
El alumnado se encuentra en situación de asamblea permanente. Hubo varias movilizaciones –corte de calles, marchas a La Plata, festivales solidarios– y una exigencia: “¡Alguien tiene que hacerse cargo!”, implora Humoller; “si nos quedamos esperando, cierran la escuela. Las clases tienen que empezar ya, porque hay gente que necesita el título para poder trabajar y porque el derecho a estudiar y enseñar en condiciones dignas es totalmente legítimo”. Otra lucha similar encarada años pasados logró que el ingreso a la E.M.P.A. sea irrestricto –apenas se mantiene un examen de nivelación– pero, como una burla del destino, cuestiones de espacio y ninguneo político están operando hoy como un filtro difícil de superar. “Antes el ingreso era muy estricto. Se rendía un examen de ingreso muy fuerte, dado que las vacantes eran muy limitadas, ni siquiera entraban todos los que aprobaban. La gente acampaba en la puerta para anotarse y poder rendir. Gracias a la resistencia del centro de estudiantes se ganó el derecho al ingreso irrestricto. El problema ahora es la cuestión del espacio. Parece algo de nunca acabar”, dice Valentín.
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