Lun 25.06.2007
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MUSICA › EL REGRESO ROSARINO DE LOS GATOS, A CUARENTA AÑOS DE SU FORMACION ORIGINAL

La historia del rock, en presente continuo

La banda pionera eligió su ciudad natal para el primer paso de su retorno a los escenarios. Al aire libre, en la plaza San Martín, recorrieron con rigor y emoción “aquellos” clásicos: “La balsa”, “Ayer nomás” y “Viento dile a la lluvia”, entre otros.

› Por Cristian Vitale
desde Rosario

Rosario. Sábado 4 PM. Ciudad sitiada por el rock. Sobre la larga pasarela de cemento que ladea la orilla del Paraná, un solista punk, enfundado en una enorme capucha negra, toca para nadie. O tal vez para el río y la chica, que está detrás. Cien metros más allá, una banda aglomera todo el público que él no tiene. Mezclan temas propios con “Post Crucifixión” y “Despiértate nena”, viejas gemas de Pescado Rabioso. Algunos graffiti sintonizan con el contexto. “Ni te comas el verso, mejor policía es mejor represión”, dice uno y está lleno. Domingo 2 AM. El boliche que más explota es el Willy Dixon. A esa hora está llenísimo. Toca Patagonia Revelde y de repente aparece Rubén Patagonia, recordando que esa noche, justo, se conmemora el Winay Xipantu –Año Nuevo mapuche–, en las altas montañas del sur. Pogo a morir y rock argentino hasta las diez de la mañana. Los pubs de alrededor también... de Invisible a Sumo, hay de todo. Hasta en el cabaret más famoso, Las Rosas, la banda de sonido de las putas no es cualquier moda sino Pappo y ¡Emerson, Lake & Palmer! Reflexión: algo habrán hecho ellos...

Ellos. 5 PM y la plaza San Martín está bastante llena. La topografía complicada –monumentos, montículos de tierra, arbustos, maceteros, desniveles– hace que la gente se ubique por parcelas, y desde el escenario se la vea como si formara grupos dispersos. Está tocando Coki & The Killer Burritos, pero el mundito de testigos privilegiados espera el gran retorno. El frío taladra los huesos. Las madrazas, que alguna vez los habrán visto en el epílogo de los ’60, tiran mantas sobre el césped, ceban dos mates y las levantan. Los hijos preguntan: “¿Con ‘La balsa’ empezó todo esto?”. Y algunos viejos hippies compran tortas fritas y las acompañan con brebajes calentísimos. Baja el sol y sube José María Blanc, cantante y guitarrista de Pablo el Enterrador, extinta banda de rock sinfónico local, con cierto predicamento nacional en los primeros ’80. Hace tres temas y se va. Los organizadores piensan adelantar el show, porque el frío es cada vez más intenso. Aún falta la trova (ver recuadro), pero el momento cumbre, destapa-lágrimas, al final llega.

Ellos. Los Gatos. Cuarenta años después y con la misma ilusión. El mismo entusiasmo. La misma impronta que parió el rock en español y luego lo diseminó. Que puso la mecha para que, por ejemplo, Rosario se convierta en esta ciudad sitiada por el rock que es hoy. Es el único grupo que jamás había retornado de la tríada pionera (Manal volvió varias veces; Almendra una, pero inolvidable). Para Luis, un barbón cuarentón que permanece impávido en primera fila, es algo de no creer. Una quimera. Para su hijo, una novedad. Ahí está Nebbia, con camisa de seda floreada y bufanda roja; ahí está Ciro Fogliatta, el genial tecladista, con su chaleco negro de cuero. Ahí está ¡Kay Galiffi!, el guitarrista de los tres primeros discos, que hubo que repatriar de Brasil, donde vive hace 38 años. Ahí está Alfredo Toth, él único extra-rosarino –de los Gatos originales– con el mismo gesto de asombro que tenía a los 17 años, cuando no lo dejaban entrar a La Cueva por ser menor. Falta Pappo. Falta Oscar Moro y lo tienen que reemplazar dos: Rodolfo García –fan de la primera hora– y el experimentado Daniel Colombres. Pero están todos. La historia como eterno presente ha cumplido su misión.

La potencia del primer tema provoca el calor que faltaba. Es “Lágrimas de María”, una de las canciones que patentó el vuelco estético de 1969, cuando Galiffi se quedó en Brasil y pusieron a Pappo. Y todo se hizo más blusero, más potente. Suena certero, vigente. El bajo de Toth tiene la fuerza de Tor. De ese cuarto disco (Beat Nº 1) incluyen también “Soy de cualquier lugar” y el tema que prácticamente inauguró la psicodelia en la Argentina: “Fuera de la ley”. Todos se lucen y la zapada del medio transforma la escena en un infierno encantador. Es el pico estético. El traslado imaginario a una época en la que todo estaba por hacerse y a ellos justo se les ocurría adelantarse. Arriba, fugas y misterios eléctricos. Cuelgue sónico. Pasajes sin destino. Abajo, caras de asombro y éxtasis. Del disco que lo sucedió –también con Pappo– brillan los cortes exactos y demoledores del tema que le dio nombre: “El rock de la mujer perdida”, que sonaba “podrida” hasta que la censura la “redimió”. Es el otro momento clave. Tal vez la muestra más cabal de rock visceral que hayan dado Los Gatos en toda su existencia. El tándem García-Colombres–Toth sostiene la energía a pulso imparable y Galiffi se las arregla bien para que nadie pida la resurrección del Carpo. “No fui hecho para esta tierra”, completa el repaso por el quinto disco.

Acierto. A diferencia del pasado retorno de Los Gatos Salvajes, donde la reinterpretación de ciertas canciones no tuvo en cuenta el paso del tiempo, esta vez hubo una vuelta estética que hizo brotar nuevamente los pasajes más lúcidos del período beat. Por ejemplo, “Chica del paraguas” –versión hiperrockera–, el clasiquísimo “Ayer nomás”, “Seremos amigos” o “Viento dile a la lluvia”, con el aporte en percusión de Juanito Moro, el hijo del malogrado baterista. A otros, de esa misma época, ni siquiera hizo falta tocarlos. ¿Cómo hacer que “Esperando a Dios” no siga siendo una gema? ¿Cómo no alterar las profundidades sensitivas del alma con “Madre, escúchame”, se toque como se toque? ¿Cómo encerrar en el tiempo las atemporales “El vagabundo” o “Mañana”? Ochenta por ciento del repertorio consumado y ciertas exigencias. Falta “El rey lloró”, que será uno de los bises. Y falta, claro, “La balsa”. Un personaje con pasamontaña, bufanda a tope y cara de malo repite como un loop cada vez que termina una canción “tocá ‘La balsa’, loco”. Litto anuncia a Fito Páez –que grabó en la nueva versión–, cantan un tema en homenaje a Lalo de los Santos –“No te caigas, campeón”– y después sí: la que saben todos. El malo del pasamontaña y los que están detrás. Los periodistas y los asistentes de sonido. El de seguridad y el que vende panchos. El de las luces y el diariero.

Y la cantan, a dúo, Fito y Litto. Un hito, 40 años después y sin fecha de vencimiento. ¿Quién no querría armar una e irse a naufragar, para escapar un rato de este mundo que, parece, jamás cambiará?

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