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Domingo, 19 de agosto de 2007

MUSICA › PRESENTACION EN MAR DEL PLATA

Los Piojos hicieron patria a su manera

La banda logró movilizar a sus miles de peregrinos con un puñado de clásicos y los temas del último CD, Civilización. Ciro interpretó el Himno en armónica.

 Por Cristian Vitale

Desde Mar del Plata

“Loco, por favor, loco. ¿Me cortás bien la entrada? Por favor, eh?”.

Luis, algo desaliñado, ansioso y morado por un frío que aterra, se pone meticuloso con el ticket. Casi intima al patovica de la entrada para que no provoque ninguna incisión a la teta de siliconas, una minirreproducción del icono que grafica la tapa de Civilización, flamante disco de Los Piojos. Aún no entró al abrigador polideportivo Islas Malvinas y ya está imaginando colgarlo en un lugar central de su habitación de Villa Ballester, entre los recuerdos más preciados. Después de cuatro años, su banda predilecta volvía a presentar en vivo un disco (el último, Máquina de sangre, data del 2003) y el “yo estuve ahí”, una compulsión en la era del rock de masas, primaba por sobre todas las cosas. Incluso, el clima: Luis, como una cantidad nada despreciable de piojosos, había atiborrado el tren de las 8.35. A las 7, esa mañana del viernes, la mística rock-barrial copaba Plaza Constitución y no había termómetro que pudiera templarla: Luis con su chica, seguidores venidos de todos los rincones del conurbano (Andrés Ciro, en el epílogo del show, irá nombrando cada uno), ponchos, gorros toba, esos pulóveres de alpaca que el mundo rolinga tomó del mundo barbón, criollas, cerveza y mate... siete horas de viaje, camaradería y un solo destino: Mar del Plata.

Ninguna razón explica por qué la banda nacida hace casi 20 años en El Palomar eligió ese destino. Tal vez el fin de semana largo, tal vez escaparle a Buenos Aires luego de la operación “foquista” del Obelisco, Corrientes y el camión, días atrás, o tal vez, sencillamente, conmemorar el 17 de agosto cerca del mar... donde también se hace patria. Ciro, cuya militancia en el campo nacional y popular quedó sellada por la canción “San Jauretche”, no olvida el detalle. No ahorra en palabras para dedicarle su singular versión del Himno nacional argentino –en armónica– “al Libertador General Don José de San Martín”, así, con todas las letras. Once mil fanas, muchos de ellos agotados tras el viaje, el frío taladrahuesos o los efectos de algún aguardiente, se paran y tararean. Aplauden y se emocionan. Corean “el que no salta es un inglés” y cumplen, sin necesidad de fanfarrias, bandas militares o protocolos, con un sincretismo patriótico más que significativo.

De un sincretismo, pero sonoro, está hecho Civilización, séptimo disco en estudio de Los Piojos. En la primera noche marplatense no lo tocan entero pero sí muestran todas sus vetas. Y dan una idea global del disco más ecléctico, explorador y abierto que hayan grabado jamás. La puesta escénica impacta: el Changuito Farías Gómez (percusión), Sebastián Cardero (batería) y Chuki de Ipola (teclados) están apoyados sobre una plataforma que los separa tres metros del llano. Como en un lugar providencial. El resto –Ciro, Piti, Tavo y Micki– están en el llano... a poca distancia de los piojosos de avanzada. De las banderas y las serpentinas. De los saltos y las reverencias. En el medio, entre los tambores y las cuerdas, hay un inmenso leads que será la estrella de la noche. Las típicas pantallas de los costados pasan a decimosexto plano porque el foco visual está ahí, en esa pantalla enorme y moderna, que va clarificando a través de imágenes el corpus ideológico de Civilización.

El show comienza austero. Suena “Pacífico”, el corte, y resalta –como toda la noche– el trabajo de Miguel “Chucky” De Ipola en los teclados. Suena “Desde lejos no se ve”, con algún toque funk al principio y la voz canyengue de Ciro en precalentamiento. Y suena el ya legendario “Babilonia” para los de la primera hora. Apenas un copetín para el verdadero comienzo: se enciende el leads, la atmósfera toma un cariz denso y las frases, en impact, entran por la vista para recorrer los órganos como una endoscopia indolora. O no, porque las oraciones que aparecen anclan más en el desencanto. En la devastación del consumismo estéril, el desamor, el capitalismo insensible y el desinterés por la madre tierra: “Dios perdona, el hombre a veces, la naturaleza nunca”; “La tierra se está quitando de encima a su peor enemigo”, “Aire, tierra, fuego y aire vienen de tu propio ombligo”. Por fin, Los Piojos, que parecían haber sido devorados por la histeria adolescente del rock ATP, logran un disco lúcido y preocupado, en el que la civilización –o lo que se entiende por ella– aparece como sinónimo de superficialidad. Como si San Jauretche, lejos de quedarse en aquel tema de Verde paisaje del infierno, descendiera a las pampas para recordar un latiguillo seminal: “Si ésta es la civilización, yo soy la barbarie”.

Las nuevas canciones, en términos puramente musicales, no configuran lo que la lírica sí. No es para nada un disco –cuasi– conceptual en este sentido. “Bicho de ciudad”, por caso, es un remanso melodioso y sensitivo, una balada desenchufada que nada tiene que ver con “Cruces y flores”, donde manda un rock con olor a la primera época. O con la liviandad reggae del tema homónimo. “Un buen día”, por sanguíneo y explorador a la vez, es como la contracara de “Difícil”, donde una sorpresiva intro a lo Gary Moore deja paso a un clima calmo, introspectivo y cálido como el que, en general, templará la noche. Y “Unbekant”, podría pasar como la síntesis –ampliada– de todo lo que Los Piojos quisieron experimentar en su nueva criatura: sonido denso, poblado de efectos exóticos –sobre todo en la voz– y pasajes innovadores, poco vinculados a la matriz estón que les dio vida, pero también al candombe y el universo afro del período intermedio (el de Azul y Ritual). La parte revelada de Civilización fue útil para mostrar el todo. Y el todo, determina un futuro incierto para Los Piojos. Tan incierto como seductor. Para la tribuna, el septeto sacó del arcón de los recuerdos más primitivos a “Chactuchac”, una versión funky-candombe de “Cancheros” y el siempre demoledor “Cruel” (los tres del disco debut); de Ay, ay, ay –el segundo– una recreación algo tediosa del tema homónimo, “Pistolas”, en clave de free funk y con una larga improvisación que desembocó en Ciro cantando un tema ¡de los Bee Gees! y el mencionado “Babilonia”; alguito de Tercer Arco y Azul (“Muévelo”, “Todo pasa”, “Desde lejos...”); dos bellezas de Verde paisaje... (“Ruleta” y “Luz de marfil”) y otros tantos rescates de la anteúltima parada: “Fantasma” y “Motumbo”. Pero lo que Luis, su chica y las huestes, ya de regreso en el tren que sale al mediodía con destino Constitución, recordarán cuando claven la entrada en la pared no será el más de lo mismo sino alguien que les avisó del apocalipsis mientras tomaba mate, tranquilo y a las cinco de la tarde, en alguna esquina de El Palomar: así son Los Piojos.

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Los Piojos desafiaron el frío y coparon el polideportivo Islas Malvinas.
Imagen: Gentileza Los Piojos/Sebastian Klein
 
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