Sáb 25.08.2007
espectaculos

MUSICA › EL REGRESO PORTEÑO DE LOS GATOS, EN EL TEATRO GRAN REX

La historia del rock, aquí y ahora

Litto Nebbia, Ciro Fogliatta, Kay Galiffi y Alfredo Toth, más los bateristas Rodolfo García y Daniel Colombres, brindaron un show que fue, al mismo tiempo, emotivo, arrollador y muy profesional.

› Por Cristian Vitale

“Mañana / Cuando todo ya esté tan lejano / No podré recordar el pasado / Pues mi mente no se acordará.”

El presagio llano y directo que emana de esta canción (“Mañana”, grabada el 26 de mayo de 1968) felizmente quedó allí: en un lapsus típico de desencanto juvenil. Excepto el solo de guitarra de Kay que Litto olvidó marcar durante la incendiaria “Mujer de carbón”, el pronóstico de Nebbia falló por completo: empíricamente, la versatilidad de don Galiffi, el talento de Ciro Fogliatta, el pulso potente, imparable, de Alfredo Toth y su carisma siguen intactos, como si estos gatos callejeros hubiesen dormido, apenas, una siesta de 40 años. “Pasó un tiempo que no es razonable, así que si ustedes se sienten extraños porque pensaron que jamás volverían a vernos, despreocúpense: nosotros pensábamos lo mismo”, lanzaba Nebbia volviendo de “No fui hecho para esta tierra” y yendo, claro está, hacia “Ayer nomás”. Acentuando –una vez más– el carácter inesperado de la reunión más fantaseada entre los viejos prohombres del rock argentino. Allí estaban, en un Gran Rex colmadísimo, gateros de la primera hora mezclados con Andrés Calamaro, Emilio Del Guercio, Roy, Pepe Céspedes, Diego Arnedo o León Gieco. Allí estaba Fito Páez que, como en el “debut” mes atrás en Rosario, sería convidado para cantar “La Balsa” y un bello tema de Lalo de los Santos que Los Gatos piensan incluir en un nuevo disco de estudio: No te caigas campeón. Allí estaban dos fanáticos que el destino puso en el sitial de Oscar Moro: Rodolfo García y Daniel Colombres.

Así, impactante, emotiva, arrolladora y muy profesional, fue la parada porteña de un retorno que seguirá de gira por todo el país hasta fin de año; y que regalará, además de un séptimo disco en estudio, dos DVD y un disco en vivo: un brebaje de pasado en copa nueva. Con ojo inclusivo, Nebbia & compañía removieron del arcón 30 de las 66 canciones que Los Gatos compusieron entre 1967 y 1970; bien repartidas entre los cinco discos originales. Igual que en Rosario, y en los últimos shows de la era dorada, la apertura fue “Lágrimas de María”, un tema que resiste sólidamente el paso del tiempo. Que más de un grupo postmilenario envidiaría componer por potencia, melodía y épica. De Beat Nº 1, el disco que la incluye –ése cuya tapa original muestra a Pappo con flequillo stone y lentes, a Nebbia con una rosa en la cabeza, a Moro con su enjambre de rulos, a Fogliatta con sombrero cowboy blanco y Toth en cuero–, rescataron “Soy de cualquier lugar”, “Sueña y corre” y tres de las que muchos no querían morirse sin volver a escuchar. “Fuera de la ley”, en primer lugar. Aquella zapada libre y laberíntica en la que el sonido inconfundible del órgano de Fogliatta da paso al disloque individual: al Gali-ffi que “pappea” sin que le pese, al Toth que demuestra no haber perdido su potencia y al binomio de bateristas que aporta el momento climático más “hacia dentro” de la noche.

En segundo lugar, “Hogar”. En el vinilo original ocupa la pista dos del lado uno, pero en esta ocasión Los Gatos la eligen para cerrar. Enorme acierto: deslumbrante en su musicalidad, es otra de las canciones que el tiempo no carcomió. La otra es “Escúchame, alúmbrame”, cuya aura improvisadora se acerca a los cánones libertarios de “Fuera de la ley”, aunque más tirada hacia el blues y con el toque innovador de García que la transforma, casi, en un mantra percusivo. Del otro long play de la era Pappo –El rock de la mujer perdida– sobreviven varias. Más de la mitad. Una, la homónima, lleva el rictus de Calamaro a un estado de disfrute total. Otra, “No fui hecho para esta tierra”, un rock sixtie y machacoso que enciende las primeras luces interiores, y un bloque compacto e incendiario –el que Nebbia dedica a Napolitano– cuyos temas, en conjunto, dan para clausurar el teatro: “Mujer de carbón” (pese al “olvido” de Nebbia), “Los días de Actemio”, “El rock de la mujer...” y, vaya gema, “Réquiem para un hombre feliz”. Los cuatro expuestos dan pie para recordar la máxima colectiva que figura en la lámina interna: “La música de rock es la llave que abrirá las puertas de la sensibilidad cerrada de nuestro tiempo”.

La otra parte del show rescata material de los tres primeros discos: La Balsa, Los Gatos Volumen II y Seremos amigos. El prolífico período (1967-1968) que concluye cuando todos menos Nebbia se van a Estados Unidos y provocan el cimbronazo que cambia a Pappo por Gali-ffi. Y también hay canciones sin vencimiento: por ejemplo, esa cuyas melodías encantadoras terminan con Nebbia, casi apocalíptico, “Esperando a Dios”. La balada brumosa, abolerada, “a dos teclados” con margen para zapar (“Lo olvidarás”). Uno de los primeros intentos psicodélicos del rock argentino (“Hoy amaneció”). La melancólica/unplugged “Los payasos no saben reír”, ejecutada en soledad por Nebbia y Gali-ffi en el momento más introspectivo del set. O “El rey lloró”, aquel tema que fascinó a Luis Spinetta –notable ausencia esta noche– cuando Almendra estaba en ciernes. Suma: ante semejante manifestación de canciones bellas, inolvidables y muy bien trasvasadas al presente, el cúmulo de hits (“Seremos amigos”, “Viento dile a la lluvia”, “La Balsa” –más allá de su significado histórico– o “Ayer nomás”) son apenas un detalle. A Los Gatos hay que husmearlos, encontrarlos y pincharlos por los B, sus lados más sagrados. Como siempre, el mayor placer está en lo que se esconde a los ojos.

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