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Lunes, 3 de septiembre de 2007

MUSICA › RECITAL DE LILY ALLEN EN EL LUNA PARK

Una angelical muñeca brava

 Por Roque Casciero

Fotos de Lily (Allen): con su sempiterno vestido de fiesta rosa, siempre combinado con zapatillas deportivas, se mueve de una punta a la otra del escenario del Luna Park, siempre con un micrófono verde flúo en la mano. Fuma, toma cerveza del pico, muestra el dedo medio para dedicarle una canción a George W. Bush, putea como un camionero, se dedica con pasión sulleriana a criticar el chizito de un ex novio que encima tuvo la osadía de abandonarla, critica a una seudoamiga que se volteaba a sus novios, habla de su amor por Diego Maradona (“él sí que sabe aprovechar una noche de viernes”), ironiza sobre lo mala que es la marihuana... Y, sin embargo, no se trata de un espectáculo de stand up. No, Lily Allen es una cantautora británica de 22 años, con fama de enfant terrible, que hace un par de años, harta de que su sello la mantuviera cajoneada, subió sus canciones al sitio myspace y encontró que miles de chicas y chicos se identificaban con esas letras en las que ella se despedía de sus años de adolescencia. La atractiva mezcla de ska, dub, reggae, hip hop y pop que Allen tenía en mente terminó de darle forma a un fenómeno que atrae tanto a nenas de entre 10 y 15 años (mayoría en el Luna) como a señores rockeros que saben apreciar una buena melodía cuando la escuchan.

En vivo, Allen repasa todo su debut Alright, still, con el agregado de algún lado B y tres covers (“Gangsters” de The Specials, “Heart of Glass” de Blondie y “Oh my God” de Kaiser Chiefs). Setenta y cinco minutos de diversión garantizada, pese a que en algún momento la retacona cantante se pase de rosca con la insistencia para que todo el mundo esté de pie. Cosa que no hace falta, por supuesto: el ritmo es pegadizo, ella canta fenómeno, y su banda (teclados, guitarra, bajo, batería y sección de caños) suena con la contundencia y la dinámica que exigen las canciones. Todo es mejor cuando ella hace su show, jugando como una nena algo crecidita: se porta bien un rato (posa para la foto de una fan), se ríe otro (“me encanta llevarme estas cosas, las voy a poner en mi casa”, dice, cuando alguien le alcanza un mensaje de amor en cartulina), se cuelga una guitarra y no oculta que no sabe tocar, le saca fotos al público, putea a los editores de revistas que imponen un modelo de belleza que deja afuera a muchas chicas (“Si me compro esos jeans voy a verme como Kate Moss/ Oh, no, no es la vida que elegí/ Pero supongo que es el modo en el que funciona todo”, dispara en “Everything’s Just Wonderful”)... Pero quien se lleva el mejor insulto es el presidente de Estados Unidos, país que le negó la visa a Allen: “Kiss my fucking ass, motherfucker”. ¿Hace falta traducción?

De todos modos, ya se dijo, lo que mejor hace Allen es cantar. Ante un Luna colmado de minililys, puede enhebrar melodías como un verdadero angelito, así esté dándole con un caño al ex novio que no se destacaba por el tamaño ni por su resistencia en la cama (“Not big”), o diciéndole a su hermano que si no deja el porro y la computadora será muy difícil que logre acostarse con alguien (“Alfie”). El hitazo “Smile” habla de un novio que la dejó y al que ahora goza viendo arrepentido, “Knock ‘Em Out” inventa excusas para sacarse de encima a un plomo en la discoteca (“no podés tener mi número porque perdí mi teléfono” es la letra del estribillo), y la preciosa “LDN” (con la que abre su show) lleva al público de paseo en bicicleta por una Londres brillando al rayo del sol, pero en la que no todo es tan reluciente como parece. Es una buena imagen para pensar a Allen, especialmente si no se habla inglés: una muñeca brava con rostro dulce y aniñado, que envuelve en papel de caramelo su visión de un mundo en el que no termina de sentirse a gusto.

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