MUSICA › “NO VEO NADA MALO EN SER AUTORREFERENCIAL”
“Aunque tienen estéticas definitivamente bien encontradas, yo creo que el disco y la película hablan de lo mismo”, dice el músico y director, que prefiere no ensayar explicaciones grandilocuentes para sus últimas decisiones, sino relatar el proceso que las fue desencadenando.
› Por Javier Rombouts
Tal vez Fito Páez padezca una suerte de esquizofrenia pacífica. Es que por un lado acaba de editar un disco, Rodolfo, donde se presenta despojado, grabando en su casa, con la sola presencia de su piano y de su voz. Y por el otro está a punto de estrenar su segundo largometraje, ¿De quién es el portaligas?, una película en la que estuvo rodeado todo el tiempo de unas cien personas, entre actores, técnicos y demás parafernalia propia del cine. Páez recordará, como quien cuenta una broma, que su signo es Piscis. Y dirá, casi astrólogo, que el signo muestra dos peces yendo en direcciones contrarias. Después, serio, dirá que no. “No, no son cosas tan distintas el disco y la película. Creo que hablan de lo mismo, si bien es cierto que tienen estéticas definitivamente bien encontradas. El disco es blanco y negro, totalmente ascético en el sentido que ni siquiera tiene efectos. Y la película es estridente, llena de color, trae los años ’80 al siglo XXI.”
En el living de su casa Fito Páez se muestra, sobre todo, como un artista contento, satisfecho. Antes, en la plaza de enfrente de su casa, con su hijo mayor Martín montando en un monopatín, se mostró como un padre contento, satisfecho. En eso, definitivamente, no hay contradicción.
–¿Qué le pasó al músico que después de montar un estudio de grabación como Circo Beat decide hacer su nuevo disco solo en su casa?
–La verdad, no sé. No sé por qué hice esto. Posiblemente estaba un poco cansado de tanto grupo, de tanta gente en la peli, de tanta gente en las bandas. Fueron muchos años llevando grupos adelante. Pudo haber sido algo así como un “no quiero que me hinchen más las pelotas”. Pero también creo que precisaba algo que me sorprendiera desde un lugar que no fuese el ya conocido, que es el armado del sexteto, del cuarteto o de lo que sea. Tal vez pase por ahí, por estar agotado de las bandas.
–¿La decisión fue de un día para el otro o lo planificó?
–Puedo contar el proceso. Pero no hubo algo definido de antemano, porque cuando estás haciendo las cosas no sabés muy bien lo que estás haciendo. Hay que ser sincero: sólo se trata de revolver una salsa. Creo que todo arrancó en 2003, después de que grabé Naturaleza sangre. Por esos meses, empecé a hacer unas sesiones con un público de amigos en Circo Beat: hacíamos un asado, tomábamos unos tragos, caía gente, yo tocaba, se grababa. Pero, en verdad, no sabía qué estaba haciendo porque lo que tocaba eran covers. Hacía temas de Chico Buarque, de Caetano, de Jacques Brel, de la Parra, de Charly, de Nebbia. Grababa y archivaba. Después me lo puse a escuchar y había cosas que me interesaban y otras que no. Igual, era todo muy sin rumbo. Más tarde grabé eso mismo sin público y me gustó menos. Pero ya tenía la mano caliente, suelta con el piano, y me di cuenta de que no se trataba de hacer covers sino temas propios, nuevos. Estaba entrenado. A todo esto, desde los asados para acá ya habían pasado como tres años y un par de discos, Moda y pueblo y El mundo cabe en una canción. Y cada día tenía más repertorio. Se me había hecho costumbre llegar a casa y sentarme a tocar. Entonces, cuando estaba terminando la mezcla de la película, empezaron a aparecer las letras, me empezaron a gustar las canciones, cosa poco habitual. En un momento me di cuenta de que tenía el álbum. Y decidí grabarlo acá, en casa. Una nueva manera de buscar.
–¿Musicalmente también intentó una nueva búsqueda?
–Creo que sobre todo hubo una decisión de ahondar ciertas búsquedas ya iniciadas. Me saqué de encima los modismos jazzeros, salvo en la “Zamba del cielo” que hay una escala descendente medio Monk. Pero todo el resto lo corrí; me centré en el aspecto melódico más clásico. Y se me mezcló el piano del conservatorio con el piano de Charly y de McCartney y con algunos aires folklóricos. Creo que me salieron cosas muy netas, muy claras, y eso está bueno.
–Muchas veces se señaló que sus canciones eran autorreferenciales. ¿Era necesario ponerle al disco su nombre como título?
–Sí, es verdad, soy autorreferencial. Yo no veo nada malo en eso, no encuentro nada incorrecto para las comisarías artísticas. En ese punto tuve poco que pensar. Salió en forma espontánea durante una charla con Ros (Alejandro, director de arte del disco). Me pareció que correspondía con lo que estaba contando: ponerle a un disco dedicado a tus hijos, el nombre que te puso tu padre. Sobre todo a un disco donde canto y toco el piano, las dos cosas que hago hace 25 años.
–Con 25 años que está en la música, ¿sabe qué efectos va a producir este nuevo trabajo en la gente?
–No, la verdad es que nunca estoy seguro. Cada vez menos. Los hits me parecen cosas delirantes. De hecho, desde antes de El amor después del amor que no me meto en la elección del tema de difusión. Tengo muy poca antena para eso y me llevo muchas sorpresas. Me parece que no hay una ley para esas cosas.
–Se lo pregunto porque no se trata de un trabajo fácil de digerir en una primera audición.
–Es cierto, exige atención del oyente.
–¿Qué lo lleva a hacer un disco así? ¿Hay una intención definida?
–Para nada. Pero, en general, puedo decir que jamás en mi vida hubo una intención predeterminada de hacer esto o lo otro de tal forma para generar determinado efecto. No hay estrategia en lo que hago, siempre voy atrás de lo que me está pasando en el momento.
–¿Se trata de pura intuición, entonces?
–Me parece que cuando seguís tu espíritu es cuando realmente te encontrás. Por supuesto que fallás miles de veces. Pero de eso se trata la vida. Eso tiene sus pro y sus contra. Aunque en lo más íntimo tengo la certeza de que siempre me fui a la cama con la cabeza tranquila. Por supuesto, eso no implica que a todo el mundo le guste lo que hago, ni mucho menos.
–Hay dos discos que desde el nombre lo señalan: Rodolfo y el primero, Del 63. Salvando las distancias, ¿encuentra similitudes entre estos trabajos?
–Sí, es probable. De hecho, son dos discos iniciáticos. El primero por motivos obvios, y éste porque supone otra manera de sentir y ver la música. En ambos hay algo de primera vez. Creo que en esta ocasión quise exprimirme a fondo para saber hasta dónde voy a llegar.
–¿Qué lo llevó a dedicárselo a sus hijos?
–Es que fueron una gran fuente de inspiración. No para hacer la música en sí sino por la experiencia de los hijos, que te cambia de eje todo, te pone en otro lugar. Y de alguna forma se lo debo a ellos. La película podría estar dedicada a ellos también porque es la historia de una hija. Y de una hija que junta. Es eso: los chicos juntan, cambian tu mirada sobre la vida pasional y la transforman en algo más bello. Con un chico en el medio hasta recuperás algo del vínculo con tus ex mujeres, y las pasiones y las peleas pasan a ser actos mezquinos e innecesarios. A mí los hijos me hicieron repensar toda la idea del amor. Creo que por ellos sos capaz de matar o morir.
La tarde en Recoleta cae como en toda la ciudad: con un calor absurdo golpeando ventanas y espaldas. Páez, sin embargo, parece lo suficientemente relajado como para que ni siquiera la humedad lo afecte. Sólo, tal vez, hay un tema que le sigue brincando en el oído, que vuelve siempre: su primera película, Vidas privadas, y cómo la trató la crítica. A pocos días del estreno de su segundo largometraje (el jueves 20), la referencia es inevitable. Incluso, porque también forma parte del nuevo disco.
–En “Siempre te voy a amar” hay una frase que dice “aunque Clarín te ponga mala”. ¿Se referís a tu primera película?
–Sí, porque amo esa peli. Es cierto que estaba muy estricto mientras la hacía y también cuando la terminé, a la hora de recibir lo que la gente pensaba. Pero también es verdad que la crítica hizo una carnicería. Igual, con el tiempo me parece que voy entendiendo ciertas cosas: si sos músico y te tirás a hacer una película, te van a a dar. Es la ley de la vida, el derecho de piso. Y supongo que seguirá ocurriendo durante un tiempo más. Pero las ganas de hacer cosas son más fuertes.
–¿Vidas privadas fue una especie de obsesión?
–El tema que trata la película me obsesionaba. Posiblemente haya sido una obsesión. Sentía que no podía seguir adelante con mi vida si no contaba esa historia. Tal vez debería haber hecho otras cosas antes. No tuve el pulso para hacer estrategia, para dejarlo hasta conseguir más plata, no sé. Sí, fue una obsesión, pero hoy la llevo con mucho orgullo porque la amo mucho.
–Esta película parece haber sido hecha con un espíritu más relajado.
–Sí, la hice muy tranquilo, muy contento. Y creo que eso se nota en la pantalla.
–¿Por qué saca un disco que según dice forma parte de su evolución como músico, y al mismo tiempo filma una película rescatando los ’80?
–Creo que es una pregunta para el psicólogo. La verdad, no sé por qué. Lo que sí me acuerdo es el primer momento en que empecé a escribirla. El estado de felicidad. Primero pensé que iba a ser un cuento, después una novelita. Y más tarde se disparató todo. En serio, me resulta cada vez más dificil explicar lo que hago y por qué lo hago. Pero hay una clave para pensar eso: yo no me siento un profesional. Hago esto porque lo amo.
–¿En la música tampoco se siente un profesional?
–No, para nada. Menos todavía.
–Después de estar haciendo música durante 25 años, decir “No me siento un profesional”, ¿no es un poco una frase publicitaria?
–¿Le parece? ¿A quién le tengo que vender algo?
–Fito, hace 25 años que vive de la música...
–Sí, pero no soy un profesional en el sentido de que tengo que hacer algo de determinada forma, en determinado tiempo y de determinada manera. Como dice una letra del nuevo disco, “Llevo una locura caprichosa”. Y si no me sigue saliendo de este modo, me tendré que ir a ganar la vida al bar de la esquina para traer la comida a casa. Nunca hice algo para mantener una estructura determinada. Siempre trabajé con los elementos que tenía a mano y que tenía ganas de desarrollar. Es cierto, también tuve suerte: cuando quise trabajar con una orquesta tenía la plata para pagarla.
–Tomándose de la frase “Yo no soy un profesional”, ¿qué le insume más costo físico y espiritual, la música o el cine?
–Todo. Porque todo es laboratorio. Me involucro en todo. Lo que pasa es que hay experiencias que son más felices que otras. Por ejemplo, la diferencia entre ¿De quién es el portaligas? y Vidas privadas, es que mi primera película fue un mamut en mitad de una cristalería. Hablaba del incesto, del asesinato del padre, del suicidio y de los 30.000 muertos. Se dijo que la película quería abarcarlo todo. Ahora, yo espero que la juzgue el tiempo.
–La nueva historia es mucho más acotada.
–Sí, es una película liviana. Sería un drama-comedia, o una comedia dramática. Los gringos tienen una palabra: dramedy. Y es cierto: está acotado a lo que le pasa a estas tres chicas y, salvo dos o tres cositas muy chiquitas, no tiene entorno politico. Está todo en ese micromundo, no dependen del afuera. Escribí el guión con alegría.
–Dicen que quienes se acuerdan de la década del ochenta no la vivieron.
–Si lo sabré...
–¿Hay algo de autobiográfico en la película?
–Muchas cosas. O cosas que le ocurrieron a mis amigos. Por otro lado, creo que uno siempre está hablando de uno, es inevitable. En lo que uno hace siempre está su carácter. La tarea de la crítica seria es intentar despojar de sentimentalismo el hecho para tener cierta objetividad. Igual, en esa búsqueda que es muy noble, también hay fallas, porque las personas están hechas para fallar.
–¿Qué va a ser lo primero que dirá la crítica de la película?
–No sé. Van a mencionar a Pedrito (Almodóvar). Y me va a parecer divertido que lo mencionen. Ojo, no es que quiera empatarme con Pedro, que es uno de los artistas más grandes del mundo. No estoy ni en pedo cerca. Y si hablan de la influencia Almodóvar, bienvenida sea. Esto me hace acordar a cuando saqué mi primer disco, en esa época decían que era igual a Charly. Y para mí eso era grandioso. Si hablan de Almodóvar, lo tomaré como un piropo. Lo que sí juzgaría absurdo es que digan que es una película de Almodóvar. Si hablan de influencias está OK, porque tengo influencias de Pedro como de un montón de otra gente. Porque soy un cineasta en formación, estoy haciéndome. Y sería muy necio pensar que tengo ya una voz. Me faltan bastantes películas para eso.
–¿Y ya está pensando en alguna?
–Sí, tengo varias cosas arrancadas. Pero ahora quiero hacer la gira presentación del disco y presentar la peli en varias ciudades del mundo.
–En Vidas privadas trabajó Cecilia Roth, en De quién es el portaligas? Romina Ricci. ¿Qué actriz tendrá el protagónico de la próxima?
–Creo que voy a hacer una con protagonistas masculinos. Estoy pensando en algo con caballos, onda Clint Eastwood o Aristarain. Un mundo sin artistas ni poetas. Igual va a haber chicas en la película. Pero por lo demás, estoy bien así.
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