Jue 27.09.2007
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MUSICA › NOCHE PESADA EN EL FESTIVAL PEPSI MUSIC

Una lección de heavy metal más allá de la sombra de V8

Hermética, Horcas y Logos protagonizaron una velada de emociones fuertes, que dio muestras de la buena salud del género.

› Por Cristian Vitale

Cuarta jornada del festival de la gaseosa. Contradicciones, sorpresas, rarezas. Ambigüedad. La sensación es que muchos metaleros no están cómodos aquí. No en el lugar –al cabo, Obras también ha sido y es un refugio abrigador para estas huestes–, pero sí en el contexto. Por qué no pensar, tomando las categorías ideológicas del heavy argentino, que cierto accionista de la corporación no es parecido a aquel que se lleva el dineral en un avión a donde nadie sabe (“Olvídalo y volverá por más”, Hermética, 1994); qué cuestión inhabilita a creer, bajo las mismas coordenadas, que el conjunto de gerentes del “departamento rock” no acompañe, con otros conjuntos del tipo, el plan mundial para la destrucción, pronosticado por Logos en su reciente disco; por qué no imaginar que una simple operación de cálculos contables no implica, como efecto indirecto, una de las causas que perforan el alma y cansan el cuerpo de los trabajadores suburbanos, descriptas por Tren Loco, la banda preferida de Chávez –sí, el presidente de Venezuela– en ese temazo llamado “Tierra negra”; por qué no desconfiar de todos como sostiene Horcas en “Reacción”. ¿O acaso es un juego? ¿O es que el heavy metal criollo y su lírica han sido una idea liviana, que todos estos trabajadores rockeros e incómodos confundieron con la verdad?

Ni muy muy ni tan tan. Es cierto que al género le cabe este ronroneo ideológico porque es lo que construyó. Difícilmente otro nicho rockero –tomado homogéneamente– haya edificado una conciencia tan dura, autónoma, antimoda, refractaria a los cambios y resistente como éste. Les haya dado voz a los silenciosos, mucho antes que Los Redondos y sus estelas del rock barrial. Si se toma como punto de partida a V8, van 25 años de combate, atrincheramiento y subterfugios. De creación de una conciencia obrera, nativa, que les da una pertenencia a quienes llegan “con lo justo para el boleto” desde los cordones: González Catán, Laferrere, San Justo, Tristán Suárez (ahí están las banderas). Que tienen que irse rápido para viajar dos horas, dormir un rato y madrugar, porque la construcción arranca temprano. Y sin embargo, hay rubias platinadas repartiendo publicidades con el logo de la marca; hay un azul y rojo dominante que contrasta con el amarillo pis o el rojo sangre de sus bebidas preferidas. Esas que en el barrio salen tres pesos y en Libertador, si es que el kiosquero se deja corromper, ocho. Ni muy muy ni tan tan. Tal vez integración. Tal vez llegar ahí, a una fecha armada por los que hoy “apoyan” al rock cuando ayer auspiciaban abiertos de tenis o carreras de autos, sea un triunfo. Tal vez una fría negociación de mutua conveniencia. Tal vez un bajarse los pantalones y dejarse. Algo de esto –mezclado y confuso– sobrevuela el viejo y querido Obras en la noche del martes.

Los generadores de esta cosmovisión –digna, por otra parte– irán acusando el golpe y haciéndose cargo. Con mesura y tangencialmente, irán explicando por qué están ahí. Al cabo, están legitimando algo con su presencia. Walter Meza, cantante de Horcas, va por el lado de la escasez de espacios, que se profundizó tras Cromañón (y que las multi, claro, usufructuaron con suma habilidad empresarial). Puños en alto, muñequeras negras, cara de luchador de Titanes en el Ring “de los malos” y una advertencia. “Está difícil tocar en esta ciudad. Es importante la unidad de estas bandas, que hicieron posible estar en este festival. Pero no nos tenemos que quedar con este festival, hay muchas bandas que se siguen volviendo locas para tocar en lugares donde pinte. ¡Aguante el heavy metal argentino y la concha de mi madre!”, vocifera con su estilo habitual Ricardo Iorio quien, irónico y mordaz, se cuidó hasta donde pudo. Está claro que Almafuerte, por venta de tickets, le conviene “al sistema”. Hay un cachet ¿jugoso?, hay que trabajar, y no cabe inmolarse en nombre de la nada. “En definitiva, todos somos compañeros de trabajo”, dirá con su usual tono campero.

Fecha, más allá de sus lindes ideológicos, atravesada por la rémora de V8. Es la banda que homologa a las cinco mil personas que están aquí, porque, a excepción de Gustavo Rowek –Nativo, su grupo, no figura en el programa– y de Osvaldo Civile –fallecido guitarrista fundador de Horcas–, están todos. Iorio por un lado, Norberto Zamarbide y Carlos Roldán por otro. Iorio con su Almafuerte, cuya calidad musical es una obviedad resaltar. Aunque hay un detalle que no se puede omitir: el sonido... otro de los vicios que conlleva “entrar en la picadora de carne”: es impecable. Temas que en otro contexto perderían brillo –¿alguien recuerda la bola que eran V8 y Hermética?–, en éste lo ganan por goleada. La hermosísima melodía que le extracta el Tano Marciello a su guitarra en “Convide rutero” se escucha como en el disco, cristalina y conmovedora; más aún la de “Toro y pampa”, un ancla eficaz para descansar de los temas más pesados. La catarata de himnos (“Triunfo”, “Del más allá”, “Homenaje”, “El pibe tigre” y “A vos, amigo”) completa un recital brillante. Defendible en todos los sentidos. Aun más por la templanza del Iorio “orador”. “Salí de casa entrenado para no decir cosas que ofendan”, dice. Y no está mal. Más allá de las referencias subliminales al festival –“un florero lleno de flores” (¿?)–, testifica que el metal no murió: “Esta no es música para músicos, sino para personas”, dice en una de sus salidas monumentales.

También reta a los que corean “el que no salta es un inglés”, después de “El visitante”: “Qué están diciendo, loco, si después van a ver a Motörhead y Maiden. Allá hay gente tan buena como acá, lo que pasa es que no nos dejan conocerla. Si se pudiera conocer la gente buena de cada país, no sería este infierno en el que vivimos”. ¿Qué tal el Iorio internacionalista? Zamarbide está en la platea, mirándolo. Hace veinte años que no se cruzan. Es un gesto. En el momento de “Muy cansado estoy” –tema emblema de V8–, Beto sonríe. Una hora atrás, antes de Horcas, había ofrecido un buen show. La pata “sana” del heavy –Logos– muestra a un frontman entero, lejísimo de sus años del descontrol, que conserva intactos los giros épicos y el timbre levemente grave de su voz. También a un guitarrista –Roldán– más entero aún, cuya pulcritud de ejecución resalta por eso, sobre todo en la perla del set “Rescatando lo perdido”. Los chiquilines pesados de Gauchos de acero, Jerikó, Ian y Tren Loco terminan de legitimar el reencuentro de la “gran familia” (Meza dixit), tal vez en una cancha en la que no les hubiese gustado jugar pero que, dado el signo de los tiempos, se hace necesaria. Y, por qué no, aprovechable. Después de todo, no es más que un contrato, ganas de tocar y bancar las de la ley.

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