Lun 01.10.2007
espectaculos

MUSICA › MARILYN MANSON EN EL PEPSI MUSIC, ANTE MAS DE VEINTE MIL FANS

Escenas de la Buenos Aires dark

Aunque ya haya pasado su mejor momento, el “Reverendo” les regaló a sus fans un show impactante, en lo visual y en lo sonoro.

› Por Roque Casciero

Una pesadilla de Tim Burton: a eso se parecía dar una caminata por el club Ciudad de Buenos Aires el sábado a la tarde, cuando el sol abrazaba (y abrasaba) a una multitud de chicos de negro, con unas producciones de maquillaje, vestuario y peinado que asombraban incluso a sus pares. Esos labios con el rouge corrido, las máscaras tipo Jason, los lentes de contacto que dejan los ojos vacíos, los piercings que tapan las facciones, la tintura negra para realzar los rojos sangre... “No sabía que los vampiros podían estar al sol. Se ve que son una versión mejorada, año 2007. ¡Un update!”, gritó con buena onda Corvata, cantante y bajista de Carajo, ante el desfile de modelos dark que fue la octava fecha del Pepsi Music. Los devotos de Marilyn Manson salieron de sus catacumbas y coparon el festival: al concentrarse en un mismo lugar, hicieron sentir que son una subcultura importante dentro del rock argentino, pese a que nunca comulgaron con los rituales de banderas y aguante. Y aunque el show del Reverendo haya sido accidentado y más corto de lo previsto (sacó dos temas de la lista), los dráculas porteños se dieron el gusto de asistir por tercera vez a la misa pagana más excitante del mundo. O del mundo del rock, al menos.

El artista alguna vez conocido como Brian Warner dejó ver su silueta entre el humo colorado, mientras sonaba “If I were your vampire”, y la multitud estalló: aunque el mejor momento del Reverendo haya pasado y su puesta teatral sólo pueda asustar a alguna ancianita desprevenida, lo cierto es que el tipo pone todo al servicio de ese espectáculo con ambición dantesca. Cuesta abstraerse del entorno, con la marca de la gaseosa bombardeando desde todos lados, pero hay momentos del show en los que hasta el más cínico se queda con la boca abierta: el micrófono en forma de cuchillo, el antifaz flúo pintado sobre el rostro de Manson, los cambios de vestuario para cada canción, la potencia de una banda de sesionistas del infierno como marco para la voz cavernosa y endemoniada del Reverendo. “Obscene” y “Hate anthem” quemaban desde los parlantes, mientras Manson caminaba la pasarela del escenario principal y se arrodillaba a cantarle en la cara a sus acólitos.

En “Just a car crash away” los problemas se hicieron evidentes: el bajista Rob Holliday revoleó su instrumento con furia, pateó una luz y ¡le vació encima una botella de agua! El Reverendo, por su parte, tiraba un micrófono inalámbrico tras otro, cansado de que funcionaran mal. Delante de la valla, un excitadísimo Charly García debería pensar “¡así se hace!” En el medley entre “Sweet dreams” y “Lunchbow”, Manson tomó un pie de micrófono y volteó un set de percusión: no se lo había escuchado en buena parte del tema. Nada de que preocuparse para los devotos de la oscuridad, por supuesto, que se enfervorizaban con cada arrebato de furia. Eso sí, el show quedó corto, porque tras “Rock is dead” los músicos abandonaron el escenario y sólo volvieron para despedirse con la mecánica “Beautiful people”.

Como no hay tantos representantes de la oscuridad entre las bandas locales, la fecha se combinó con artistas tan cercanos a eso como al punk, una especie de alternatividad local en la que entraron desde El Otro Yo y Massacre hasta El Mató A Un Policía Motorizado y Satan Dealers. La mezcla entre los públicos fue amable y sumó más de veinte mil personas. En el calor de la tarde, esta vez eran menos los que optaban por el bungee jumping y el samba: lógicamente, había más cola para las tarotistas. Y da para imaginar que en los puestos de comida los chicos pedían la carne cruda, aunque el olorcito lo desmintiera. En el escenario principal, Cabezones mostró que la potencia sigue con su nueva formación, pese a que el cantante César Andino todavía no está del todo recuperado del accidente que sufrió el año pasado junto a Gabriel Ruiz Díaz, de Catupecu Machu. El sábado cantó desde una silla de ruedas e hizo subir a su hijita para “Mi pequeña infinidad”, en un momento difícil de calificar, entre la ternura y el golpe bajo.

El Otro Yo mostró todos los signos de un resurgimiento esperado: con Gabriel Guerrisi a bordo y los teclados del invitado Diego Vainer, los hermanos Aldana y el tremendo baterista Ray Fajardo dieron un show efectivo, enérgico y energizante. Punk rock que no rehúye a las melodías vibradoras del pop, con hitazos radiales como “La música” y “No me importa morir”, para desatar un pogo que el Pepsi extrañaba bastante por la apatía del público en la mayor parte de los días. En el segundo escenario también hubo buenos conciertos de Cuentos Borgeanos (el cantante Abril Sosa terminó en cueros, saltando como poseso) y de Los Natas, que de a poco le encuentran la vuelta a presentarse en festivales: ellos siguen concentrados en sus instrumentos, pero las imágenes espaciales que muestran las pantallas complementan la música hipnótica, de trance denso, que Los Natas ejecutan con colgada perfección. Lo de Massacre y Carajo, temprano en el principal, ya no sorprende, porque sus shows notables son lo habitual. Walas volvió a mostrar la panza con glamour y a dedicar con “un beso, mi amor” las canciones al público; Corvata y los suyos rockearon bien duro mientras un grupo de grafitteros trabajaban una suerte de escenografía viva y hubo lluvia de papel higiénico desde el escenario para “Sacate la mierda”.

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