Su carrera discográfica comenzó hace catorce años y hoy tiene 21 discos propios. La mayoría de ellos es totalmente diferente entre sí. Van de la exploración de una especie de folklore balcánico imaginario al homenaje a Mary Lou Williams y del free atonal a la reivindicación del viejo jazz de Nueva Orleans. Apenas los une el sonido exquisito, los ataques aterciopelados y el gusto por el registro grave de su instrumento. El tiene 44 años, empezó tocando piano a los 5, incorporó el trombón a los 7 y se pasó a la trompeta a los 9. Nacido en Montclair, New Jersey, descubrió al jazz de manera curiosa, a los 15 años y en Barcelona, donde estaba como resultado de un intercambio estudiantil. Dave Douglas, que después de haberse convertido en uno de los músicos más importantes de la escena neoyorquina a fines de los ’90 fue elegido, en 2000, revelación y músico del año por las revistas Down Beat y JazzTimes, llega ahora por segunda vez a Buenos Aires.

“Me siento más un compositor que un intérprete”, dice. En su último disco, un doble CD registrado en vivo en el Jazz Standards de Nueva York, toca, como Bix Beiderbecke y como Armstrong en sus comienzos, corneta en lugar de trompeta (la forma de la boquilla es diferente). Y en su concierto de mañana a la noche, en el Teatro Opera (Corrientes 860), tocará junto al mismo grupo del álbum. Salvo el contrabajista, que será Eric Revis en lugar de James Genus, el resto, incluyendo al notable pianista y compositor Uri Caine, será el mismo. El quinteto, que completan Donny McCaslin en saxo tenor y Clarence Penn en batería, hace siete años que toca y la profunda interacción se percibe en su música. El año 2000 fue, también, el de su primera actuación en Buenos Aires. Aquella vez, en La Trastienda, actuó junto a un pianista holandés e iconoclasta llamado Misha Mengelberg. En esta ocasión, ese marco intimista de improvisaciones casi sin red será reemplazado por el sonido de un grupo tan potente como sutil. Y el concierto tendrá, además, un comienzo de lujo, con el excelente septeto del contrabajista Mariano Otero, que integran junto a él Mariano Loi en trompeta y fluegelhorn, Ramiro Flores en saxo alto, Rodrigo Domínguez en saxo alto, Francisco Lo Vuolo en Fender Rhodes, Patricio Carpossi en guitarra y Sergio Verdinelli en batería.

Douglas trabaja con varios grupos estables además de este quinteto. Un cuarteto junto al cordeonista Gui Klucevsek, el violinista Mark Feldman y el contrabajista Greg Cohen, que toma el nombre del extraordinario primer disco que grabaron para el sello Winter & Winter, Charms of the Night Sky, el Tiny Bell Trio, con el guitarrista Brad Shepik y Jim Black en batería, el grupo Parallel Worlds, junto a violín, cello, contrabajo y batería, Masada, la versión neoklezmer del free que integra con John Zorn, y el sexteto con el que homenajea, a su manera, la tradición del jazz. “No sé si se trata de una necesidad, Simplemente me gusta cambiar de formatos –-explica–. Es más una cuestión de placer. Tengo un trabajo genial, que es hacer música, y me encanta, si puedo, cambiar de contexto cada día. Pienso la música de diferentes maneras. Disponer de la posibilidad de tocar con diferentes grupos y con músicos distintos me permite poner en práctica esa pluralidad. Puedo componer específicamente para cada voz. Y no hay rutina. Al contrario. Cada vez que uno de estos grupos se reencuentra lo hace en un mejor nivel. Y eso me obliga a componer un nuevo repertorio.”

Formado en la escuela Berklee de Boston y, luego, en el New England Conservatory, en 1984 se instaló en Nueva York donde se perfeccionó como instrumentistra junto a Carmine Caruso. Tres años después realizó su primera gira internacional con quien había sido, dos décadas atrás, uno de los grandes formadores de músicos jóvenes, el pianista Horace Silver. A partir de 1990 se convirtió en uno de los pilares del movimiento vanguardista nucleado alrededor del club Knitting Factory, del Downtown neoyorquino, y en los años siguientes tocó con Myra Melford, Anthony Braxton, Don Byron, Tim Berne, el inclasificable Clusone Trio, Rabih Abou.Khalil y Louis Sclavis. De esa época es su participación en un gran disco del pianista Fred Hersch, Point in Time. Entre su producción como líder merecen destacarse Moving Portrait, con el gran pianista Bill Carrothers, James Genus en piano y Billy Hart en batería, Charms of the Night Sky y A Thousand Evenings (con el cuarteto con acordeón, uno para Winter & Winter y el otro para RCA), Soul on Soul, con el sexteto, Songs for Wandering Souls, con el Tiny Bell Trio, y Meaning and Mistery, con el quinteto.

Es, sin duda, un músico prolífico. Y, no obstante, se considera lento. “Por cada hora de trabajo, pasan tres, estériles, con la página en blanco. Yo funciono por proyectos sucesivos. Cuando hay uno en funcionamiento, cancelo todo lo demás y me dedico exclusivamente a eso”, cuenta. Entre esos proyectos se cuenta la musicalización de poemas de Samuel Beckett y composición de música basada en piezas de Anton Webern para la compañía de danza de Trisha Brown. Ella dijo de él: “Con Dave tenemos algo en común; para nosotros Webern es música del pasado y podemos ir allí igual que podemos ir a Bach. No se trata de que sea un pasado muerto sino todo lo contrario. Es la tradición y la tradición está para usarla. No hay, en este momento, algo que sea moderno en sí. Lo moderno es la manera en la que miramos, seleccionamos y mezclamos. La música de Dave Douglas es y, desde el punto de vista intelectual, sumamente elaborada. Y, al mismo tiempo, está llena de impulso y sensibilidad”. La opinión de Trisha Brown describe baste bien la estética de Douglas, uno de los músicos más inquietos dentro de un género que, por lo menos en Estados Unidos, se está quedando cada vez más quieto.