MUSICA › ENTREVISTA A SUSANA RINALDI
Esa es la búsqueda de la Tana, que por estos tiempos debe abocarse a sus dos vocaciones: la de cantante de tango y la de militante política.
› Por Carlos Bevilacqua
Llega y se va apurada, pero sin resignar cortesía. Sus compromisos con la música y con la política la tienen de acá para allá. Luego de presentar dos discos bien diferentes en sólo seis meses, esta noche y mañana actuará en el Centro Cultural Torquato Tasso (Defensa 1575) junto a un quinteto de lujo dirigido por su arreglador y director musical desde hace 34 años, Juan Carlos Cuacci. Pero además está en plena campaña electoral como candidata a diputada nacional por la coalición de centroizquierda Diálogo por Buenos Aires, dentro de la lista que encabeza Miguel Bonasso.
La Tana, como se la conoce popularmente, no es un cliente más en el bar de Belgrano donde se desarrolla la entrevista. Los vecinos la saludan desde la calle y el mozo la trata por su nombre.
–¿Qué se propone con estos shows en el Tasso?
–Una vez más, conmover y tratar de ser coherente. Simultáneamente, presentar algunas canciones de mis dos nuevos discos. Uno de ellos, En el underground, me permitió volver a hacer una buena grabación en estudio. Estuve muchos años grabando discos en vivo, pero el disco en estudio tiene otro sabor: uno lo va midiendo desde muchas variables. Quienes lo han escuchado quedaron tan satisfechos como yo, a juzgar por los comentarios. En un momento en que lo discográfico está en segundo plano, pienso que tiene doble valor.
–¿Cómo se animó a grabar Experimentango?
–Nunca me gustó el lugar que suele ocupar la palabra en el tango electrónico, pero me encontré con gente joven muy respetable que me hizo una propuesta diferente. Tienen una compañía grabadora en Madrid y uno de ellos es hijo de dos entrañables amigos: David Stivel y Zulema Katz. Estuvieron de acuerdo con mis prevenciones y hasta me propusieron que fueran las máquinas las que respondieran a los estímulos de la palabra. El resultado dejó los sonidos electrónicos como parte de un todo, no como algo avasallante. En la Argentina lo editó la revista DMode, gracias al productor Tuti Gianakis, que se debe haber peleado por mí, porque para muchos no soy más que una vieja que insiste (sonríe).
–¿Prefiere cantar en lugares chicos o en teatros?
–El teatro me ha dado muchas posibilidades de expresión, pero no puedo olvidar que yo me inicié en el café concert. Prácticamente instalé la idea del café concert desde La Botica del Angel, pero además actué en lugares como La Cebolla (donde debutaron los Les Luthiers), 676 (donde tocaba Piazzolla, entre otros grandes) y La Fusa, en donde se presentaron artistas como Vinicius de Moraes, Toquinho y Maria Creuza.
–El quinteto que la acompaña vuelve a estar dirigido por Juan Carlos Cuacci.
–Sí, el Tío Cuacci es además un formador de opiniones musicales dentro de la familia. Tiene un estilo muy particular para los arreglos, porque no hay que olvidar que viene de escuelas de coro y tiene una prosapia jazzística. Es además el esposo de mi hermana Inés, y el hecho de que ella sea la cantante de folklore latinoamericano que es, no es casualidad. Ahí también está la impronta de Juan Carlos acompañándola.
–¿Y en los gustos de Ligia también influyó?
–A Ligia siempre le gustó el jazz, pero no por influencia de Juan Carlos. En todo caso por influencia de la mamá. Yo amo el jazz.
–¿Podría haber sido cantante de jazz?
–No. En principio, por timidez, pero además, porque cuando uno admira tanto a los cantantes de jazz, es algo que inhibe. Para mí ya era más que suficiente encontrarme con las obras del jazz y admirarlas. Además estaba segura de que no le iba a aportar nada a esa grandeza que ya tenía el género. Todo lo contrario de lo que me pasó con el tango. Siempre estuve segura de que con el tango podía hacer algo que nadie podía hacer.
–Pero en el tango también había antecesoras notables.
–Sí, pero de otra manera. Mi gran maestra fue Mercedes Simone, pero a la distancia. En EE.UU., en Inglaterra y hasta en Suecia cantan el jazz como propio y se identifican con él, cosa que a mí no me hubiese pasado. Siento la música popular de Buenos Aires como algo que en parte me pertenece. A mi hijo Alfredo le pasó lo mismo. Empezó con bandas de rock y de pronto se volcó al tango, más allá de que haga sus experimentaciones.
–¿Cómo hizo para mantener un público fiel a pesar de haber vivido 27 años en el exterior?
–Siempre me las ingenié para estar aun sin estar, como decía Cortázar. Los discos tienen mucho que ver. También hubo un grupo de iniciados en mi arte que quisieron mantenerme vigente. En la época de la dictadura, por ejemplo, un amigo finlandés traía lo que yo grababa afuera y lo repartía acá clandestinamente. En esos 27 años están también los que viví afuera luego del regreso de la democracia. Volví a la Argentina en una fecha paradigmática: el 10 de diciembre de 1983. Al año siguiente, nos hicieron ver que el Proceso seguía presente dentro de las instituciones y de los medios con lo que nos pasó con La Cigarra, el programa que conducíamos con María Elena Walsh y María Herminia Avellaneda por Canal 11.
–¿Qué fue exactamente lo que les pasó?
–Fuimos censuradas. Los mismos que nos dieron el espacio fueron quienes nos pidieron que nos fuéramos. Eramos tres mujeres demasiado libres, que sabíamos mucho de los temas que tratábamos. Sin darnos cuenta, todos los días le colgábamos un sayo a uno diferente. Nos parecía que eso era la democracia, lo natural. Esos y otros avatares me llevaron a pensar en volver a irme.
–Más allá de su militancia en el Partido Socialista, su compromiso político suena a audacia en un momento de tanto escepticismo.
–Más que audaz, es riesgoso. Como me dice cierta gente, estoy en la etapa de colgar los laureles. Pero nunca me dejé de joder. Es una constante en mí decir: “Acá hay un espacio que está vacío: el de la cultura”. Si bien en los tiempos preelectorales se alude a la cultura, se hace de cualquier manera para quedar bien. Por ejemplo, si usted les pregunta a los funcionarios de cualquier gobierno por los patrimonios culturales argentinos, la mayoría no va a saber responderle. A más de una generación la han convencido de que la cultura es un gasto inútil.
–También influye la amplitud con que se tome el concepto de cultura.
–Reducir la cultura a las representaciones artísticas es tan torpe como pensar que una buena gestión cultural es sólo llevar buenos artistas a escenarios grandes y gratuitos. Eso es a lo sumo una satisfacción momentánea, y a veces ni siquiera, porque puede haber muchos espectadores que no saben quién es el artista. Cuando hablo de cultura hablo de conocimiento, de recuperar las escuelas de todo tipo que tuvimos y de volver a respetar la capacidad de nuestros docentes.
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