Vie 26.10.2007
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MUSICA › ARCTIC MONKEYS EN EL LUNA

La aplanadora que llegó de Sheffield

Adrenalínico, visceral y contagioso, el show fue un rescate de ritos rockeros.

› Por Roque Casciero

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ARCTIC MONKEYS

Músicos: Alex Turner (voz y guitarra), Jamie Cook (guitarra), Matt Helders (batería) y Nick O’Malley (bajo).
Grupo invitado: Bicicletas.
Público: 8400 personas.
Duración: 75 minutos.

Luna Park, miércoles 24 de octubre.

¿Qué clase de banda arranca con un tema desconocido, no hace bises, toca sus hits en el medio del show en lugar de guardarlos para el final, evita cualquier actitud o mención demagógica, y aún así es capaz de hacer saltar a más de ocho mil personas durante todo el concierto? La respuesta es: Arctic Monkeys. O sea, cuatro veinteañeros de Sheffield, Inglaterra, que demostraron, aquí y ahora, que todo lo bueno que se habla sobre ellos es la pura verdad. Alex Turner es el mejor compositor de su generación y retrata con ojo certero desde la cotidianidad hasta la farsa del mundo del rock, y tal vez por eso canta con la convicción de quien sabe que tiene respaldo. Encima toca la guitarra como un poseso, sobre el ritmo trepidante y vertiginoso que impone el increíble baterista Matt Helders. Los Monkeys no se toman ni dan respiro, encadenan una canción atrás de otra y ponen a saltar a todo el mundo, con el único argumento de su rock and roll de última generación.

Es fácil rastrear las influencias del cuarteto: la enjundia de The Who, la frescura del primer Elvis Costello y la sofisticación guitarrera de The Smiths. Pero, más allá de los antecedentes ilustres, la música de los Arctic Monkeys es la destilación de la vida moderna: velocidad, vértigo, quiebres, cambios, urgencia, ansiedad. Los Monkeys son una banda (ancha) en tiempo presente, por eso tiene sentido que se haya hecho conocida primero a través de Internet, cuando algunos fans subieron espontáneamente las canciones del primer demo del cuarteto a una página Myspace. La historia oficial cuenta que, cuando por fin salió el primer disco de la banda, los jóvenes británicos ya conocían de memoria todos esos puntos y seguido que Turner le imprime a sus melodías, de ahí que Whatever people say I am, that’s what I’m not haya quebrado el record del debut más rápidamente vendido de la música inglesa. Después llegaron los premios, entre otros el prestigioso Mercury, y un segundo álbum, Favourite worst nightmare, en el que la banda redobla la apuesta de su sonido, con letras sin tanto realismo social pero con idéntico filo.

Por ese cúmulo de razones fue un lujo ver a los Monkeys en su mejor momento, como no pasa tan seguido en Buenos Aires, y transpirar en un Luna Park desbordado de energía juvenil: bienvenido el regreso de los pogos pacíficos, en los que los chicos sólo se entregan al fluir de la música. En especial después de unos cuantos shows y festivales en los que los patrocinadores tenían más importancia que el rock y en los que parecía más importante sacar la foto con el celular que saltar, cantar y vivir el momento. En el Luna no se podía hacer pie para buscar el “momento YouTube” personal, con semejantes mareas de gente moviéndose de un lado al otro. ¿Cómo no reaccionar así cuando suenan “Fake tales of San Francisco”, “I bet you look good on the dancefloor” o “Teddy picker”? La adrenalina de los Monkeys es absolutamente contagiosa y sus melodías invitan al coro espontáneo. Porque, más allá de que sean fragmentadas y quebradizas, todo el tiempo reaparecen o mutan, y jamás pierden coherencia.

El concierto, se dijo, comenzó con un tema desconocido, “Sandstrap”. Casi al final hubo otro adelanto, “Nettles”, pero esa canción sí fue presentada por Turner. Lo que no varió fue la recepción: impresionante ver a todo un estadio encendido con canciones que ninguno había escuchado antes. Y más impresionante aun ser parte de un concierto en el que el vértigo fue la norma, incluso a riesgo de perder algunos matices que sí están en los discos. Porque enseguida sonaron “This house is a circus”, “Brianstorm”, “Still take you home”, “Dancing shoes”, “From the Ritz to the rubble”, “Balaclava”, “Fluorescent adolescent”, “The view from the afternoon”, “When the sun goes down” y unos cuantos temazos más. Lo único que faltó fue “505”, la canción más bella de 2007, en la que Turner entra de a poco en un torbellino de ansiedad por ver a su chica. Pero nadie se quejó cuando se prendieron las luces y se hizo evidente que no habría bises: el concierto fue demoledor y avasallante, como el presente que habitan y describen los Arctic Monkeys.

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