MUSICA › ALEJANDRO TERAN Y LA ORQUESTA HYPNOFON
Puede decirse que el violinista “tocó con todos”, de Serrat a Soda. Pero su orquesta es una atrapante síntesis a la que define como “una característica atravesada por la psicodelia”.
› Por Cristian Vitale
“Si no hubiera un mandato estético de la psicodelia, ¿cómo sería una psicodelia argentina?”, pregunta, elocuente, Alejandro Terán. En Niceto, noches atrás, una orquesta de 16 músicos llamada Hypnofón intentó poner en acto su inquietud: la de provocar una experiencia psíquica límite, que no esté atada a estereotipos de época. María González, su chica beat, aborda el único tema cantado del set –“Marcianita”– con un timbre de voz agudo y despojado; Axel Krygier, viejo compañero suyo, interviene en los momentos más fiesteros: percute en “Fuiste”, una incursión libre por la cumbia de Gilda y él, Terán, se transforma en un loco director de orquesta haciendo tornear sus brazos en “Estepa rusa”. Es la presentación del disco debut de su proyecto llamado, sutilmente, El futuro. “En los antiguos bailes estaban la Típica, que tocaba tango, la Jazz, y la Característica, que tenía libertades estilísticas que las demás no. Hypnofón es un poco una Característica, pero atravesada por la psicodelia”, insiste el violinista. De tal modo, su eclecticismo hay que entenderlo así, como una Característica desfasada. Difícilmente alguna pieza acuerde con otra. Las nombradas, además de ser distintas entre sí, nada tienen que ver con “Dancers paradise”, que parece un ambient hecho en los ’30, o con la romantiquísima “Baladí porteño”, o con la readaptación instrumental de una que saben todos: “Rubias de New York”. “La orquesta tiene un funcionamiento esquizofrénico. Es como una central de investigación creativa pero también, herramienta de baile”, define él.
Tal cual, pero con un agregado: la música esquizo, por definición, claro, también alcanza un grado de dramatismo y desconsuelo que contraría cualquier disposición al baile. A Terán, en este giro, se le ocurrió musicalizar una pesadilla terrible que había tenido con el padre de Cayetano Santos Godino –el Petiso Orejudo– y de ella resultó “El Velorio de Fiore Godino”, una pieza de apenas un minuto y medio, que lo imagina “con el mal invadiendo cada molécula”. “Es un personaje que me hizo pensar mucho... leí las crónicas, y vi que cuando su hijo tenía 9 años, él ya había ido a la comisaría del barrio a pedir que lo recluyeran. Le decía al comisario que su hijo era una persona muy peligrosa; pero el comisario, como Fiore era alcohólico y analfabeto, no le creyó... lo pensó como un padre que no podía controlar a su hijo. ¿La tarantela se volvió muy extraña, no?”, dibuja.
Es, tal vez, el único ejemplo llano para detectar cierta unidad conceptual en un disco que la niega por definición. Fiore y su tristeza es producto de una época que Terán mira con cierto cariño: la década del ‘10 –de ahí su “psicodelia atemporal”–. Otra de las piezas desgarradoras remite a ese clima. Se llama “39.9, la fiebre” y escucharla en vivo conmueve. Embalsama en vida, con sus momentos tensos y su crescendo celestial. “Imaginé a ese hombre solo que baja del barco después de haber viajado meses y va al conventillo, todo hambriento. ¿Cómo habrá sido la primera semana de ese hombre en Buenos Aires? Tengo la intuición de que la negrura del año ‘13 movió un vector de la realidad en esta zona del mundo y la oscureció por un tiempo. Algo sucedió ahí...” En rigor, el hombre que supo acompañar a Charly García, Joan Manuel Serrat, La Portuaria, De La Guarda y Soda Stereo –tocó en la despedida de River, en 1997–, bautizó a su banda con una palabra perdida en un diccionario impreso en 1913. Hypnófon aparece como “dícese de aquel que canta o habla en sueños”. “En las posteriores ediciones de este mismo diccionario, la palabra desaparece misteriosamente”, cuenta.
El nombre parece ideal para significar sus trips oníricos y también para involucrar a otros viajeros en su micromundo. “Que todos estén aquí significa que existe una alineación planetaria entre nosotros. Técnicamente, Hypnofón es una concentración de una pequeña sinfónica. Busco que estén todas las sonoridades, en pequeño. Grageas de todas las sonoridades de orquesta. Igual, hay algunos instrumentos que no están y que pienso agregar, como el corno o el fagot.” De todas formas, violines, viola, cello, flauta, oboe, clarinete, saxo, trombón, tuba, contrabajo y piano alcanzan para volver a disfrutar de “Aurora” –¿quién no la cantó en la escuela?– despojada de su uniforme militar. La versión que Hypnofón visita de la bellísima pieza de Héctor Panizza le devuelve su brillo romántico. “Desafío a cualquiera que diga que no le gustaba cantar ‘Aurora’... ese tema tan mágico que, aunque diga azul un ala, y que no se entienda nada la letra, es como hipnótico. Es tan hermosa la melodía, que valía la pena revisitarla. Después se volvió una canción patria y las bandas militares se abusaron mucho de ella, pero es una canción romántica hermosa. La intención fue volverla a visitar sin preconceptos.”
–Entre las “impropias” también están “Rubias de New York” y “Marcianita”, el icono beat que cantaba Billy Cafaro.
–Las visitamos porque el disco se llama El futuro y yo digo que es como una falla en la matriz.
–¿?
–Claro. Llegar con una orquesta al 2007 es como un pequeño error de la realidad, que me encanta. En “Marcianita”, el estribillo mítico que dice “en el año setenta, felices seremos los dos” tiene una mirada sobre el futuro, que hoy cambió de color. La palabra tenía otro color en esa época. Basta con decirla y escuchar sus ecos, independientemente de intuiciones e ideologías.
Terán que, pese a todo, se define como un músico de rock, dice estar planeando “un nuevo juego” con Diego Frenkel y Sebastián Schachtel, y acaba de terminar de orquestar la música de la nueva versión de El Romance del Aniceto y la Francisca, que Leonardo Favio decidió rehacer. De eso vive. ¿Y de Hypnofón?: “Es cierto: no pensé a la orquesta en términos de mercado... pero no es un capricho. Es, más bien, el resultado de capas de deseo que en algún momento florecen”.
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