MUSICA › ROBERTO ARLT SEGUN JUAN CEDRON
El músico presentará mañana Orejitas pintadas, el CD que grabó con su cuarteto.
› Por Cristian Vitale
Era de prever. Después de edificar su obra transformando en música las plumas de González Tuñón, Juan Gelman, Paco Urondo o Julio Cortázar, Juan “Tata” Cedrón tenía que caer irremediablemente en Arlt. “Tenía en el tintero las ganas de hacer algo con él, pero no encontraba la manera de convertir sus cuentos en poemas”, dice su voz, cascada y grave, tras el teléfono. El nudo más grueso lo desató Mario Paoletti, escritor con tacto y director del Instituto Ortega y Gasset de Toledo, que traspasó a poemas ciertos personajes y situaciones arltianas para que Cedrón concretara su objetivo de años. El resultado fue binario: por un lado, la obra de teatro que se expuso el año pasado en el Teatro Alvear y, por otro, el disco que Cedrón y su cuarteto estrenarán mañana en el IFT (Boulogne Sur Mer 549), ambos bajo el mismo nombre: Orejitas pintadas. “La adaptación fue simple, sin pretensiones y las canciones me salieron de un borbotón”, sostiene. El recorte del desgarrado y crudo universo arltiano que tomaron Cedrón y Paoletti ancla en una mezcla de situaciones concentrada en dos obras clave: Los siete locos y las Aguafuertes porteñas. “Tomé pasajes como Ergueta, Esther Primavera, Arrinconado o El Rufián Melancólico y les puse la música que me pedían. Son tangos de época, muy en el estilo de Gardel, Magaldi o Corsini... tangos con guitarra, en síntesis. Es un trabajo sin pretensiones, yo nunca hice cosas para ser moderno o diferente.”
Además de la presentación en Argentina, Cedrón consiguió una fecha acorde con su ideario de siempre, aquel que lo obligó a exiliarse: el 6 de diciembre, y ante la supuesta presencia de la presidenta de Chile, Michelle Bachelet, recreará retazos de su obra en el auditorio del Palacio de La Moneda. “Es un honor tocar ahí, donde uno de los hombres más dignos de la Tierra luchó hasta el final”, dice. Instalado definitivamente en Buenos Aires y entusiasmado con la gesta transcordillerana, el Tata se adentra otra vez en su pasión por Arlt. “Lo leía de muy jovencito... como muchos argentinos de esa generación, estuve muy cercano a su literatura. Recuerdo que lo discutíamos mucho con Ricardo Piglia, que es muy arltiano. Los dos teníamos 15 años y ya nos seducía su mundo.”
–Arlt es un paso más en este camino de ponerles música a diferentes estetas de la pluma. ¿Cómo es el momento en el que recibe un cuento, se sienta e imagina una música afín?
–Primero tenés que estar en gambas, embalarte. Este es un oficio en el que, cuando te agarra la calentura, tenés que dejar de lado todo lo demás y tomar varios días por asalto para imaginar melodías. Yo leo poemas y me conmuevo, me agarra una especie de pasión..., empiezo a descubrir melodías que son abstractas. No es que decís “voy a dibujar una vaca” y dibujás vaca..., con la música no tenés de dónde agarrarte: empezás con la melodía y les vas encontrando emoción a las palabras, y una vez que las armo las canto a capela mientras camino o viajo en colectivo.
–En principio, el universo de Arlt trasplantado a música se imagina sórdido, angustiante. ¿Cómo resolvió la situación para que el que escucha no se deprima demasiado?
–Yo soy muy intuitivo, no razono. Me dejo llevar por lo que leo y eso me va generando un tono, una forma. Pero suele suceder que hay poemas fuertes a los que les pongo una música que no lo es. Y a veces es al revés, de un poema ligero puedo sacar algo dramático. “Las fieras” de Arlt, por ejemplo, habla de mafiosos que violan adolescentes en las duchas y la música que le pongo no suena a eso. “El pendejo ahogado”, un tema que hice con Alposta, es un candombe nada triste. La canción de cuna para el Petiso Orejudo tampoco. Digo, no hago música descriptiva..., una vez, un colega musicalizó poemas sobre el mar y entonces aparecía el ruido de gaviotas. Eso me parece una exageración.
–Su anterior trabajo, Frisón Frisón, es sobre poemas inéditos de Homero Manzi. ¿Está obsesionado con la época?
–No sé, ésa fue una época extraordinaria. También hice De La Púa y Celedonio Flores, pero a su vez hice muchas cosas con Paco Urondo y Gelman. Es cierto que hay semejanzas: son argentinos, urbanos y en el caso de Gelman hay mucho Tuñón. No me zarpo con la década del ’30, pero me encanta.
El Tata Cedrón regresó al país hace tres años y medio, luego de atravesar casi treinta en París. Primero el exilio obligado, después una mujer, los hijos, el trabajo, la “escasez de mosca” para mudarse, y –otra vez– la situación política lo privaron de un regreso más temprano. “Mi público está acá, canté siempre en castellano y siempre quise volver. Pero una vez Rico, otra Seineldín, después mi ex mujer que me dijo ‘si querés volver, hacelo vos: yo no vuelvo más’ y la escuela de mis chicos me lo impidieron. Igual, siento que nunca me fui... que sólo me obligaron para seguir viviendo.”
–¿Cómo se capta la esencia de Tuñón, Urondo o Manzi en Europa?
–Los franceses son muy abiertos. Por supuesto que Tuñón tiene ideas poco habituales para el parisino medio en algunos aspectos. Pero hay algo de universal y profundo en ellos que los franceses pueden captar. Para mí ha sido un gran desafío mostrar autores argentinos en otros países.
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