MUSICA › JESUS CHUCHO VALDES, ANTES DE SU PRESENTACION EN BUENOS AIRES
El pianista es una de las figuras del Festival Telecom, donde adelantará nuevo material. “El músico nunca puede parar. En los últimos cinco años estuve buscando cosas diferentes”, dice.
› Por Diego Fischerman
“El jazz es una forma de improvisar; de crear y de recrear”, define Jesús Chucho Valdés, alguien que cambió el universo del jazz con un grupo llamado Irakere y que, por supuesto, está lejos de ser exclusivamente un músico de jazz. Compositor de obras para piano y orquesta sinfónica, obsesivo estudioso de los ritmos caribeños y admirador incondicional de Ernesto Lecuona, Valdés conversa por teléfono con Página/12, desde su casa cubana, y dice: “Jazz es el término más grande y poderoso que tenemos en relación con lo que es la libertad en música. Es una oportunidad para medir nuestra imaginación”. Hoy, a las 23, en el Auditorio Buenos Aires (Pueyrredón 2501), Valdés cerrará el primer día del festival gratuito Telecom 2007, que se prolongará hasta mañana y donde también actuarán Moreno Veloso, Cibelle, Maceo Parker, la orquesta de Mariano Otero, Luis Salinas, Mariana Baraj, Escalandrum y el trío de Ricardo Cavalli, entre otros.
Valdés, que tocará aquí con su cuarteto, a quienes se agrega su hermana Mayra como cantante, asegura que hace bastante que no graba porque está “investigando nueva música para este grupo; en enero y febrero registraremos un disco con el resultado de esa búsqueda y en Buenos Aires adelantaremos algo de ese material”. Iniciado musicalmente junto a su padre Bebo, cuando era el subdirector de la Orquesta Tropical y lo llevaba con él al Tropicana, Chucho cuenta: “Allí escuché a Nat King Cole, a la orquesta de Tommy Dorsey, a Buddy Rich y a Milt Jackson”. El jazz, afirma, fue una influencia muy grande para la música cubana, incluso para lo que no era jazz, pero, también, “fue mucho lo que Cuba le aportó al jazz; el ritmo, claro, y elementos de percusión como las congas o los tambores bataia. Hubo, a partir de la mutua fertilización, un color diferente que, en el jazz, llegó a un punto altísimo con el trabajo de Chano Pozo junto a Dizzy Gillespie. Incluso, Dizzy llegó a incorporar cantos yoruba. Todo el estilo de temas como ‘Manteca’ viene de Cuba. Y hubo otras grandes expresiones de ese mestizaje, como Machito o Chico Farrell”.
Según Valdés, lo que caracterizó la entrada del jazz a Cuba fue la manera en que algunos de sus elementos fueron tomados por la música popular bailable. Y lo mismo volvió a suceder con Irakere. “No soy yo sino los demás quienes lo dicen: después de Irakere nada fue igual en Cuba”, cuenta. El legendario grupo en el que junto a Chucho tocaban músicos como Paquito D’Rivera y Arturo Sandoval transformó las maneras de hacer música y cambió, también, las modalidades interpretativas de las orquestas de baile. “Rompimos la estructura de los mambos, que tienen frases de cuatro compases, y empezamos a usar, por ejemplo, frases de Charlie Parker”, cuenta. “Pero mantuvimos el ritmo y la gente baila con eso. Al principio no teníamos tanto público, pero después se empezó a hablar de nosotros. Y hoy, temas como ‘Claudia’ o ‘Misa negra’ son standards. Son temas que grabó todo el mundo.”
Valdés valora la formación musical cubana por su eclecticismo, por su rigor técnico y, al mismo tiempo, por la apertura hacia diversos géneros y estéticas. “Pero hubo que luchar bastante para eso”, afirma. “Al principio, los profesores de la Escuela de Arte no querían saber nada. Logramos abrir una cátedra de improvisación en música cubana y eso empezó a cambiar las cosas. Los músicos que hoy estudian allí son artistas muy completos. Hay un festival que organizamos, que es el Jo-Jazz, dedicado a jóvenes músicos, y el nivel es extraordinario. Un niño casi, Haroldo López Nussa, salió de allí y acaba de ganar un concurso en Montreaux. También ganó allí otro pianista cubano jovencísimo, Rolando Luna. Es que al fin y al cabo esa manera de conciliar una muy buena técnica clásica con un respeto y un gusto por lo popular, ya estaba en Lecuona. Su secreto tenía que ver, también, con la formación musical. El fue el primer músico popular que tuvo una formación clásica. Como concertista era un intérprete de primera categoría y, al mismo tiempo, tocaba y componía otras cosas. El había nacido en una villa que se llama Guanabacoa y que es la cuna de la religión afrocubana. Allí se practica mucho la religión yoruba, la santería. Y lo que hizo Lecuona fue tomar todos esos elementos y también los recursos de la formación clásica. Y con ellos hizo grande a la música afrocubana.”
Valdés valora, además, a músicos de la tradición escrita, como Amadeo Roldán (autor de Rítmicas, la primera obra que se compuso sólo para un grupo de percusión) y Caturla. “Fueron dos genios, dos vanguardistas. Estaban en otra frecuencia.” Por otra parte, habla de la evolución de la música de Cuba, de la importancia que tuvieron “las escuelas de música gratuitas que se abrieron a partir de la Revolución y que permitieron algo que hasta ese momento era impensable, que los niños de familias pobres pudieran estudiar música”. Y habla, también, de sus propios cambios como músico. “Hay una maduración”, dice. “El músico nunca puede parar. Hay una evolución. En los últimos cinco años estuve buscando cosas diferentes, y aún lo estoy. Quiero algo diferente. Estoy muy interesado en la polirritmia. También en la exploración de la dinámica, en explotar el valor del silencio, en los contrastes. El gran maestro, en ese sentido, es Ahmad Jamal. En la música cubana, los compases son simples, regulares. Yo estoy trabajando con compases en 9 o en 7 tiempos. Estoy haciendo algo que podría llamarse ‘son libre’. Una especie de free jazz pero cubano. Y, aunque parezca lo contrario, con muchísimo orden.”
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