Sáb 22.12.2007
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MUSICA › A VEINTE AÑOS DE LA MUERTE DE LUCA PRODAN, UN MUSICO QUE DEJO UNA MARCA INDELEBLE EN EL ROCK ARGENTINO

La leyenda de la pelada que llegó de Italia

¿Qué es lo que le dio estatura de gigante al músico que, huyendo de las oscuridades que lo acosaban en Europa, vivió aquí seis años de altísima intensidad? Luca Prodan fue un frontman que se comía el escenario, pero además contó con la compañía de una banda capaz de arrasar con todo, generar climas oscurísimos o dejar caer un reggae delicioso. Demasiado para no quedar en la historia.

› Por Eduardo Fabregat

Comenzar el recordatorio de la figura de Luca Prodan con una anécdota personal no parece tener ninguna lógica, pero hace al caso. En 1983, este cronista debutaba en el mercado laboral con un puesto de cadete en una agencia de publicidad: allí, en el reducido cubículo de Expedición, abundaban los lunes en los que otro chepibe apodado El Prócer llegaba, se tiraba en una silla, achicaba los ojos y soltaba: “El sábado fui a ver a la banda del Pelado”. Lo que seguía era una larga perorata sobre el irresistible encanto de un grupo que tanto podía pasarte por encima como largar un reggae hipnótico de diez minutos de duración, puntuado por encendidos discursos en italiano. Porque el Pelado era italiano aunque también cantaba en inglés, abundaba El Prócer, y de vuelta al Pelado y al convencimiento de que quien se perdía a Sumo se estaba perdiendo la mejor banda del país.

Que en 1984 la progresión del relato fuera del Pelado italiano a la increíble banda que lo rodeaba resultaba –ya entonces– una fiel síntesis de lo que significó, lo que aún significa, Luca Prodan para el rock argentino. Hay toda una generación que no vio al cantante en escena, pero no cabe ninguna duda de que Luca es un icono indiscutido de la patria rockera. La breve pero imponente obra que dejó Sumo sirve para realimentar esa convicción toda vez que se quiera encender la compactera, pero es también lo que sucede cuando un artista toma magnitud de leyenda. Y aunque es cierto que toda leyenda encuentra su mejor alimento en la necrofilia (no por nada se habla de la leyenda y la leyenda viviente), también ocurre que Prodan consigue transmitir en las grabaciones algo de la intensidad que tenía su presencia en vivo. El Prócer tuvo el privilegio de verlo en la escala de pub (¡El Prócer tenía una de las 300 copias de Corpiños en la madrugada!); este cronista recién vio a Sumo en 1986, cuando presentaba Llegando los monos, y le dejó una impresión indeleble. Luca se adueñaba del escenario y tenía un imán en la pelada, cantaba “Heroin” y se frotaba la calva y le ponía tal garra que más de uno quería que cerrara de una vez y al mismo tiempo que no terminara nunca. Y después pasaba el mozo con la bandeja, y de repente todo se iba al cuerno con “Fuck you” o “El ojo blindado”. Sumo ya era un grupo grande, capaz de llenar dos Obras en una época en que eso suponía un esfuerzo supremo. Y Prodan, hombre de mil lugares y cientos de viajes, había encontrado un lugar sólido como una roca.

La biografía es casi de dominio público: Luca Prodan, nacido el 17 de mayo de 1953 en Roma, hijo de un italiano y una escocesa, languideciendo primero en un exclusivísimo colegio escocés y estallando luego en la Londres punk, más devoto de Joy Division que de Sex Pistols (“A Sid Vicious lo conocí, era un idiota”, cita Pettinato en La jungla del poder), cargando con el suicidio de su hermana Claudia, de novio con la heroína; Luca buscando refugio en las sierras cordobesas junto a Timmy McKern, Germán Daffunchio, Alejandro Sokol y Stephanie Nuttal; Luca en Hurlingham, donde comenzó a cruzar su destino con Diego Arnedo, con Roberto Pettinato, Superman Troglio y Ricardo Mollo; Sumo debutando en el pub Caroline de El Palomar; Sumito, Ojos de Terciopelo y la Hurlingham Reggae Band; Sumo imponiéndose en una escena post Malvinas con Luca cantando en inglés. Luca compartiendo escenario en Cemento con los Redondos –ese otro calvito– en una inolvidable versión de “Criminal mambo” inmortalizada en casetes piratas de la época; Luca y los tres discos oficiales de Sumo, que modificaron las coordenadas del rock hecho acá. Así dibujada, la historia parece lineal, un argumento cinematográfico: la ignominiosa adaptación televisiva con Luis Luque, el fracaso de películas como Luca vive de Jorge Coscia, demuestra que nada en la vida de Prodan fue lineal. Que Luca, el documental que Rodrigo Espina acaba de estrenar en el circuito rockero, dibuje el mejor retrato del músico apelando a su propia voz guardada en cintas de valor incalculable, es otra confirmación. El problema con las leyendas es la manera en que confunden persona y personaje.

Una noche en New York City

El big bang de Sumo tuvo lugar en la paz cordobesa en 1981: a la luz del rock argentino modelo 2007, no es una exageración hablar de prehistoria. Apelando a la convención de que todo comenzó en 1966 con los náufragos de La Cueva, parece claro que el movimiento local apenas si se estaba probando los largos. Han pasado más años desde la muerte de Luca que los que el rock tenía de existencia cuando el italiano aterrizó en este país, encontrándose con una escena extraña. Prodan, testigo presencial de un momento clave en la escena inglesa –en la historia de la música contemporánea–, cayó en un medio que sufría las consecuencias de la ubicación geográfica, años de mordazas culturales e inestabilidad económica. El, que había visto cómo la ola punk y postpunk habían barrido con el mito hippie y la artificiosidad sinfónica, no podía entender las variables que movían (pequeñas) multitudes aquí. Resulta curioso que Luca haya dedicado más de una parrafada ofensiva a Virus, que en ese 1981 ofrecía el único rapto de modernidad, la única sintonía fina con lo que sucedía en el resto del mundo, en su debut Wadu Wadu; por fuerza, debía resultarle más vomitiva la abundancia de ensambles de jazz rock que el instinto new wave de los Moura.

Para cuando Luca bajó de Córdoba a Buenos Aires, dejando tras de sí las artesanales grabaciones que luego se editarían como Time fate love, algo estaba empezando a cocinarse, y Sumo sería un ingrediente necesario. Justo antes de la Guerra de Malvinas, el entonces periodista Pettinato se encargó de amplificar, a través de Expreso Imaginario, el efecto que los shows del grupo en general y el cantante en particular producían en el público que los seguía por pubs y clubs de barrio. El 20 de marzo, el festival Rock del sol a la luna en el estadio de Estudiantes de Buenos Aires incluyó a Sumo (con la palabra “London” entre paréntesis) en un cartel encabezado por Riff y Orions: el laudatorio comentario de Pettinato en la revista Le Cirque comenzaría a pavimentar su camino de ingreso a la banda, así como la actitud de Luca en escena (que se atrevió a desafiar a un intocable como Pappo a “correr una carrera tomando vodka”) empezó a instalar la imagen de ese tipo que se comía el escenario.

El delirio de Galtieri y sus secuaces y la prohibición de todo lo anglo solo puso un freno temporario al inevitable ascenso. Lejos de sintonizar con el pretendido espíritu general, Prodan se animó a salir a cantar con un colador en la cabeza, asegurar que “las Malvinas son italianas”, y que los italianos bombardearían a la Argentina con fideos. La única incógnita en el grupo fue impuesta por el mismo Luca, que en 1984 fue al reencuentro de su hermano Andrea en Túnez –donde rodaba una miniserie para la RAI–, se convenció de que en Roma y en Londres ya no había nada para él y volvió para terminar de consolidar la historia. Buenos Aires ya era otra cosa: caída la dictadura y con la efervescencia cultural producida por el regreso a la democracia, Sumo encontró un terreno mucho más fértil. Bastó que Walter Fresco los viera un pub para que convenciera a CBS (hoy Sony BMG) de grabarles un disco. Ninguno de los músicos recuerda con mucha simpatía lo que fue grabar Divididos por la felicidad. Pero allí quedaron registradas nada menos que “El reggae de paz y amor”, “Mejor no hablar de ciertas cosas”, “Kaya” y “Debede”. Y bastó que en Radio del Plata sonara “La rubia tarada” para que el Pelado Italiano y los demonios que lo rodeaban dejaran de ser el secreto del Prócer y los acólitos de pub para convertirse en patrimonio general. La leyenda echó a andar.

El chabón de los monos

En el Suplemento NO del jueves pasado, y tal como puede apreciarse en la reproducción de estas páginas, el humorista Gustavo Sala ironizó sobre el mito fundado en esos años: así como una verdadera legión de gente afirma haber estado en los shows de Patricio Rey en La Esquina del Sol, Luca Prodan parece haberse tomado una ginebrita con una larga fila de confidentes ocasionales. Quizá tenga que ver con la célebre estrofa “Basta! Me voy rumbo a la puerta, y después al boliche a la esquina a tomar una ginebra con gente despierta”, o con la conocida costumbre del músico de trabar diálogo con una variopinta galería de personajes urbanos. Lo cierto es que, a partir de ese 1985 y especialmente en 1986, el pelado dejó de ser un secreto. Si la grabación de Divididos por la felicidad había sufrido las consecuencias del apuro, de la inmediatez de aprovechar esa oferta de un sello major, el segundo disco vino a marcar un punto mucho más alto, y el más parejo nivel compositivo del calvo cantante. Fogueadísima en el vivo, la banda entró con otra seguridad al estudio: que el estudio fuera Panda, que el ingeniero fuera Mario Breuer en lugar de un señor de guardapolvo acostumbrado a hacer un mero registro correcto desde lo técnico, ayudó a que Llegando los monos sea lo que es. Un disco tan potente como “El ojo blindado” o “Nextweek”, tan profundo como “Estallando desde el océano”, tan oscuro como “Cinco magníficos” y “Heroin” y tan entrador como “Los viejos vinagres”, ese otro himno, o “No good”, para recordar a todo el mundo lo bien que Sumo tocaba reggae.

Casi todas las versiones coinciden en señalar que el proceso de grabación de After chabon se pareció bastante a un parto, en especial porque ese último año Luca se dejó ir. Sus compañeros de banda estaban habituados a esa sensación de “Luca se va a morir”, pero la vida del Pelado se desbarrancaba de modo ostensible, como si se hubiera dado por satisfecho con todo lo logrado en Argentina después de haber dado todo por perdido en Europa, y ya no le interesara demasiado nada. Eso lleva a cierta suposición de que After chabon es más flojo, pero en todo caso será más flojo en la apreciación de los músicos que vivieron su construcción o en el análisis de la prensa: para el oyente, Sumo se despidió con un álbum tan notable como para contener la contundente “Lo quiero ya”, el melancólico reggae “La gota en el ojo”, las gaitas de “Crua chan”, el galopante bajo de “Banderitas & globos”, la deforme versión de “Noche de paz” que años después copiarían los Die Toten Hosen y, claro, “Mañana en el Abasto”. La temática –y la belleza– de esa canción hace que se lamente también la muerte de Luca “justo cuando empezaba a porteñizarse en sus canciones”, pero la canción de un Abasto que ya no existe parece más bien otro de los recursos creativos de Luca, el mismo que, bajo el clima disco de “Hola Frank”, anuncia que se va a poner azul, que va a yacer en su cama.

En la noche del 21 al 22 de diciembre de 1987, Luca Prodan yació definitivamente en su cama, derrotado no por la heroína sino por una cirrosis. Hoy la pensión de San Telmo es declarada “de interés cultural”, el cementerio de Avellaneda aún recibe peregrinos que le dejan un botellín y la pelada italiana se multiplica en remeras, mochilas, carpetas, posters, tarjetas, cualquier pieza de identificación de un público al que no le importa no haberlo visto sobre tablas, en patas, transpirado, sangrando, frotándose la calva, apuntando con el dedo mientras advierte que “sería bueno que pidieras que la tierra se mueva”, aterrando y atrayendo: las canciones dicen lo suficiente. Y cuentan con la amplificación eterna de la historia y la leyenda, esa materia de próceres.

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