MUSICA
Luca estaba al frente –o por lo menos “al centro”– con un banquito que sostenía su cámara de eco, a la que invariablemente había que cambiarle la cinta que llevaba dentro porque la ginebra –que siempre derramaba sobre ella– la había pulverizado. Con esos ecos extensos Prodan llenaba cualquier espacio consiguiendo que el sonido del grupo literalmente explotara como el inicio de un espectáculo de la Metro. Germán Daffunchio recién se iniciaba en la guitarra eléctrica. Sokol recién se iniciaba en la batería. Yo no tenía demasiada experiencia relevante en el saxo como para entender una orden y Arnedo se mantenía como un niño dormido, un Bill Wyman silencioso y expectante. Tal vez la adrenalina de enfrentarte a un piano y que te digan: ¡toque! y no haberlo visto jamás, sería una de las múltiples explicaciones del por qué éramos como éramos.
Luca, su guitarra acústica tocada con esos dedos de beduino, sin púa, y una melódica piano con la que llevándose una manguera a la boca lo haría sentirse el escocés que siempre quiso ser, soplaba para que alguno de esos personajes –de los que mueren de ortodoxia– dijeran:
“Un momento: ¡Yo tenía una melódica en el colegio! ¡Cómo no se me ocurrió esto antes!”
* Fragmento de Sumo, la jungla del poder, de Roberto Pettinato, 1993.
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