MUSICA › ENTREVISTA CON EL CANTAUTOR ARIEL PRAT
“Soy un trashumante curioso”
Radicado en España, está presentando en Buenos Aires su último disco, Los transplantados de Madrid, donde pasa revista a sus ritmos favoritos, con estilo propio: “El tango de corte murguero”.
Por Cristian Vitale
Viejo borracho del tablón, Ariel Prat se calza un par de guantes blancos, hace algunos chistes llanos –“tomen tinto, que es mejor para el cuore”–, grita guariló y opta por transpirar más, colocándose un saco murguero con un escudito de River del lado del corazón. Va por el medio de la presentación íntima de su nuevo disco, Los transplantados de Madrid, y el Foro Ghandi arde a tono. De una milonga candombeada –compuesta a dúo con su amigo Juan Carlos Cáceres– pasa a una militante reivindicación del candombe de Buenos Aires; de un tango-murga, cuyo ritmo hechiza el alma (Se va esta murga), salta a una apuesta fiestera, callejera y popular, corporizada en Nunca murió el carnaval. Y, como digno trasmisor de las viejas murgas porteñas, no para de balancearse al compás de sus bombos atorrantes. De ninguna manera sus 45 años –algunos de reviente– atentan contra el indio murguero que tiene dentro, ese que le brota por los poros. Prat baila, canta, suda y no para. Es imposible abstraerse de lo que genera. “Antes, mi repertorio era más ecléctico, luego se fue macerando hasta que me centré en un género”, explica luego del minishow, que duró 40 minutos, ocho temas y un par de tintos.
No es que el hombre que de cebollita jugó con Maradona y –ya más grande– le cantó a Francescoli trate de despegarse de su zigzagueante pasado discográfico (Y esta otra ciudad, Marcado sobre la raya, Sobre la hora); más bien es una cuestión de convencer y convencerse de una trayectoria que ya no está más boicoteada por los excesos del under, los vaivenes estilísticos y los efectos de la marginalidad. “Atrás quedaron los lugares under, en los que andaba cuando no sabía qué carajo hacer de mi vida. Me encaminé y trato de cuidar esto como un hijo, porque me ha costado laburo”, dice. Lo de “hijo” hay que tomarlo en forma literal: hace cinco años que Prat vive en Teruel –un pequeño poblado de 30 mil habitantes ubicado entre Zaragoza y Valencia– y se casó con una aragonesa, pero no tuvo hijos porque, por ahora, sus hijos son sus discos. Tanto Los transplantados... –que será presentado para todo público hoy en el ND/ Ateneo– como El ayuntamiento de Pilar, editado sólo en España, alcanzan ese status. “Mi hijo se iba a llamar Yuyo verde –metaforiza–, pero quedó Los transplantados porque el tema me identifica. Yo soy un transplantado.”
–¿En qué sentido?
–Uno cuando toca afuera se encuentra con gente que yira por ahí, que busca un poco de Buenos Aires y choca con sus hijos, que le dicen “viejo, yo soy del barsa”. Les pasa como nos pasaba a nosotros con nuestros viejos, que nos venían con la canzonetta y vos les decías “dejate de joder”. Eso es ser un transplantado. También intento que la letra opere como un toque de atención para algunos españoles que tienen la memoria floja. Uno anda por el mundo y la gente se acuerda de nuestra carne y de los momentos en que había hambre en Europa y fueron alimentados por Argentina. Te da bronca cuando te dicen “cómo pueden pasar hambre con todo lo que tienen”. Yo les respondo: “Ojo, que ustedes también han contribuido con sus empresas”. No es casual que tengamos las debacles que tenemos, más allá de miserias y errores propios.
Prat llegó al país justo para no perderse el aburrido River-Boca y también a tiempo para convidar como invitados a los productores del disco (Pepe Céspedes y Juan Subirá, de Bersuit) en medio de sus quehaceres giratorios. Con Bersuit grabó Al olor del hogar y Llamados de la bestia. El primero entró en La argentinidad al palo; el segundo, que finalmente quedó afuera de ese disco, fue incluido en el cd de Prat. “Nos quedamos muy calientes, porque queríamos que entre en La argentinidad. Es un tema casi bersuitero y, obvio, lo incluí en mi disco, porque le da otro aire, tiene una letra más filosófica. Hay un juego de palabras que implica prometer no hacer cosas que hacés igual. Macanas, vicios de todo tipo, incluso amorosos, de los que uno se arrepiente pero vuelve a cometer”, dice Prat, en línea con el reverso del descontrol bersuitero, explícito en las plumas del reciente Testosterona.
–Llamados de la bestia es, tal vez junto a La pibas de Urquiza, de las únicas canciones que se distancian un poco del tango de corte murguero, que globalmente propone el disco. ¿Lo ve así?
–Son las sorpresas. Las pibas de Urquiza es un retrato de exorcismo juvenil relacionado con aquello de querer levantarse una mina imposible. Cuando uno está afuera, se suele decir que las mejores minas son las argentinas... y yo las quise homenajear con este tema, incluso a mi vieja, que también es de Urquiza. Es una canción de limitaciones juveniles, que cuenta la historia de un corso, en el que pasan las chicas y uno se enamora de ellas.
–Pero de rock, nada...
–Es el rasgo que me distancia del pasado. Este disco es bien murguero. Todos los toques que utilizo son de murga. Ancestralmente eran los toques negros, porque nuestra murga es nuestra rumba, no es como la uruguaya. La nuestra es negra y la de ellos es blanca... es importante tenerlo en cuenta, porque hay muchos pibes que la bailan y tal vez no saben que están dando saltos negros.
–¿Cómo es recibida su murga negra en Aragón?
–Ellos escuchan a un juglar, a un tipo que canta canciones. El acento de Buenos Aires los seduce mucho y a mí me sale natural. Puedo mostrar lo mío sin tener que maquillar nada; sale todo con fritas y lo toman así.
–¿En qué ámbito se mueve?
–Por una cuestión de salud, no toco más en bares. Es cierto que te pagan un cachet y viene bien, pero como la entrada es libre y la gente va a chupar... los tengo que cagar a pedos. Por eso, me preocupo más por tocar en festivales culturales. Cuido mucho este tema para no desgastarme. Acá tuve muchos años de desgaste, cantando en cualquier lado y en cualquier condición, con sonidos de mierda o yo mismo en un estado que no podía subir a un escenario. Eso cambió, y hoy le estoy muy agradecido a la gente que me esperó. Es un logro, por ejemplo, tocar para 120 personas y vender 39 discos.
–Usted está muy ligado al fútbol: jugó en los cebollitas con Maradona, fue parte de la hinchada de River durante años y muchas de sus canciones –Enzo, único rey, por caso– remiten con pasión al fútbol argentino. ¿No le pesa vivir tan lejos?
–Totalmente. Allá, los domingos son tristes desde que empiezan hasta que terminan.
–¿Por qué se fue entonces?
–Porque soy curioso, un trashumante. Yupanqui decía que un trashumante era el que iba tras el humo de las cosas, y yo vivo mi vida así. Soy un exiliado de género: me casé con una española y me tuve que quedar.