Domingo, 23 de diciembre de 2007 | Hoy
MUSICA › MALCOLM MCLAREN, MUSICO, PRODUCTOR, DESCUBRIDOR DE LOS SEX PISTOLS
El hombre que, desde su boutique SEX, supo impulsar a cuatro impresentables a la historia grande de la música, es hoy un adolescente en envase maduro, con un cinismo a prueba de balas que lo lleva a definir: “¿No es la mejor de las herramientas para los ejecutivos de marketing un movimiento que en teoría no está en venta, pero que vende de un modo fabuloso?”.
Por Iker Seisdedos *
Se puede sacar a Malcolm McLaren del punk, pero no se puede sacar el punk de Malcolm McLaren. Por más que el agitador, empresario, músico, hombre de negocios y visionario mayor del rock como estafa diese por finada su relación con el movimiento. Fue en algún punto entre enero de 1978 (fecha de la separación de sus célebres representados Sex Pistols) y 1980 (cuando Johnny Rotten, cantante, le arrebató los derechos de sus canciones). Pero aún lo plantan a la mínima ocasión en medio de una orgía de alfileres de gancho, cuadros escoceses y frases construidas a mordiscos de tipografía.
La última vez, en Madrid, donde un McLaren sardónico, elegante (sólo un dandy de la escuela de arte sale indemne de meterse los pantalones dentro de las botas) y grandilocuente en su cinismo llegó, hizo una performance en un garaje del barrio de Salamanca, promocionó una marca de ginebra y se fue por donde había venido. La excusa eran los 30 años del nacimiento del punk, movimiento musical que vio la luz presuntamente en 1977. Si pocos aún estarían de acuerdo en fijar en esa fecha y en Londres el comienzo de todo el tinglado, casi nadie niega a McLaren implicación en la paternidad del invento. El estilo se había gestado mucho antes en SEX, la tienda de ropa que McLaren y Vivienne Westwood (también aún una rentable transgresora) abrieron en King’s Road; se dio de bruces con el sistema establecido y la reina que lo parió de la mano de Sex Pistols, cuatro desharrapados a los que McLaren vio un enorme y efímero potencial; y revive cada vez que alguien decide emprenderla con el mundo y hacer algo por sí mismo.
“Creo que yo soy el punk”, afirmaba pomposo McLaren un par de horas antes de subir al escenario. Con un espectáculo presentado por la cantante Alaska y en el que se mezclaban sus recuerdos, imágenes de la época y un fragmento de la película La imagen de la música y el sonido de la moda del propio McLaren, la fiesta se completó de madrugada con un happening. “Antes incluso de que se llamase punk, yo ya lo era. Creo que nací para ser un adolescente hasta morirme. Para representar todo lo que la sociedad odia”: hay el convencimiento y la seducción justos en sus palabras. Más que otra cosa, McLaren siempre fue un superviviente, que toma al vuelo el signo de los tiempos y lo empaqueta para los que llegan detrás. Lo intentó una y otra vez y, mucho se teme, sin lograr causar siempre la misma mella en la cultura popular. Si con el punk le hizo una buena muesca, no tuvieron la misma fortuna sus devaneos con las músicas del mundo (Bow Wow Wow) o el hip hop (su rap podrido “Duck rock” es un hito del estilo).
“Siempre fui un magnífico fracasado –admite–. Como el punk, que nunca llegó a cristalizar. ¡Qué demonios! Ni siquiera empezó. Un magnífico fracaso, sí señor. Brillante, emocionante, pero un condenado fracaso. El hecho de ser formidable fue lo que le salvó. Si hubiese sido un fracaso a secas, nadie se acordaría. Todo lo que antes parecía desagradable y amateur ahora está asimilado por el sistema. Hicieron un montón de guita pasta con la idea.” ¿Habla del mismo dinero que empujó a los Sex Pistols a la gira de reunión patética y desafiante de este año? ¿O el que atrajo al propio McLaren a España? “¡Claro! –responde ante un tipo que pulula disfrazado como un personaje de la etiqueta de una botella de ginebra–. Lo que fue realmente profundo del punk fue la posibilidad de que hubiese sido un movimiento que no estaba a la venta. En cierto modo, hoy, en que todo y todos estamos en venta, esa idea es muy poderosa, sólo el concepto. Luego, claro, se convirtió en la mejor forma de colocar cualquier cosa para el mundo corporativo. Fíjese... ¿no es la mejor de las herramientas para uno de estos ejecutivos de marketing un movimiento que en teoría no está en venta, pero que vende de un modo fabuloso? Y no me mire así, claro que todo es un asunto comercial.”
“En cuanto a los Pistols –prosigue–, odio las reuniones. Aunque ésa fue la de peor gusto, y la más aburrida. Un acto torpe de dinamitar la cultura popular. Si no puedes ser bueno en ser malo, lo mejor es que no lo hagas”, sentencia divertido, con la seguridad de alguien que lleva instalado en la transgresión desde hace décadas. “Si me sirviese de algo... llevo en esto desde 1976. Intentando entender qué mierda es el punk. Aún lo estoy intentando. Soy un estudiante, hijo, puede que algún día me gradúe, pero lo dudo mucho”, exclama. Y estalla en una cínica carcajada.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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