MUSICA › LUCES Y SOMBRAS EN LA APERTURA DEL FESTIVAL DE COSQUIN
Los Nocheros no lograron llenar la plaza Próspero Molina. La primera jornada alternó entre la pirotecnia de Leandro Lovato y la sabiduría de Alfredo Abalos. Anoche cerraba Gieco.
› Por Karina Micheletto
desde Cosquín
Vengan a ver el milagro: Cosquín empieza a cantar... Todas las noches, durante nueve lunas que para muchos son motivo de ansiedad todo el año, el festival comienza con esas palabras de su himno, antes de dar paso a los fuegos artificiales y al “Aquí Cosquín” de rigor. Y hay que hablar de milagro, o quizá de algún término cercano menos cargado –fenómeno, suceso–, si se observa el fervor con que el público llega a la plaza, sobre todo en los primeros minutos de show: cierta excitación recorre las gradas, como si la audiencia estuviese esperando algo muy importante que está a punto de ocurrir. El término va dejando de ser adecuado si se cambia el foco de atención hacia el escenario: la mezcolanza de artistas y propuestas no siempre redunda en una oferta atractiva en su conjunto, como ocurrió en la primera noche de Cosquín 2008, el sábado pasado.
“Venimos a saber cómo somos los argentinos, y aquí lo vamos a descubrir”, arengó el conductor Miguel Angel Gutiérrez, en la apertura del festival. Para muchos, lo que aquí se vive tiene que ver con la puesta en escena de una “argentinidad” que sociólogos y antropólogos todavía no logran definir. Para otros, lo que se muestra en estos días es una suerte de termómetro de lo que va a pasar todo el año en la escena folklórica, con sus ganadores y perdedores, sus lanzamientos jóvenes y sus figuras en picada.
Siguiendo este último análisis, lo de Los Nocheros en la noche de apertura podría ser leído como la fase descendente del grupo que marcó a fuego el folklore –la forma de hacerlo– durante los ’90, dejando un tendal de émulos y clones. Allí donde sólo un par de años atrás se veían desbordes de multitudes y seguridad extra para contener a las masas femeninas aullantes, el sábado pasado se percibió una plaza mansa y tranquila, sólo llena en un 70 por ciento de su capacidad. Ya no más primeras filas llenas de clubes de fans de chicas y señoras endemoniadas, ahora reemplazadas por un público más atento a la llegada del paneo de la cámara para mandar saluditos. Si el grupo sufrió el impacto de la partida de Jorge Rojas para iniciar su camino solista, ahora parece no encontrar la forma de seguir en los primeros puestos de convocatoria, más allá de la maquinaria de promoción y de la estrategia de un último disco donde se apartan de la balada romántica para volver a un contenido de corte más folklórico.
El resto de la noche inaugural tuvo mucho de eso que la corrección política adjetiva como “heterogéneo”: del despliegue atlético y bochinchero del violinista Leandro Lovato a la contundencia de Alfredo Abalos (ausente hacía tiempo en este escenario), del Viva la Patria repetido y el cura del pueblo que resultó cantor al gesto transgresor de programar a Divididos haciendo un set folklórico, la gran apuesta de esta noche. Todo junto y medio revuelto, seguramente homogeneizado por una transmisión televisiva que vuelve todo más aburrido. Esto también es Cosquín.
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