Mar 22.01.2008
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MUSICA › LEON GIECO, SU ACTUACION INOLVIDABLE EN COSQUIN, SUS PROYECTOS Y EL SHOW QUE SE VIENE COMO TELONERO DE DYLAN

“Me gusta entender a John Lennon y a Yupanqui”

En la Próspero Molina reunió pasado, presente y futuro: homenajeó a sus referentes del folklore y se rodeó de sus “ahijados” artísticos. León cuenta que Cosquín es parte de su historia, del mismo modo que el rock. “Yo de chico escuchaba a Los Chalchaleros y a Los Beatles, y veía que no hay contradicción en eso”, señala.

› Por Karina Micheletto
desde Cosquín

Ya es un clásico: en este festival, León Gieco es la figura instalada más ajena al ámbito estrictamente folklórico, uno que a priori podría ser percibido como de otro palo entre los puristas del género, y sin embargo cada actuación suya –siempre diferente, siempre especialmente preparada– es recibida con la naturalidad y el entusiasmo que confirman que eso de las murallas entre los géneros es cosa de sordos. Gieco levanta la plaza cada vez que pisa Cosquín, y ésta no fue la excepción, en un show con el que fue tejiendo homenajes a imprescindibles del folklore (ver aparte). Eso sí: el eje de sus actuaciones en la Próspero Molina (que elige programar tarde, fuera del horario televisivo, para evitar las restricciones de la pantalla) está siempre bien centrado en el folklore. Eso, dice, es lo que le sale hacer, por respeto a un escenario que define como “bendecido” por todos los grandes que lo pisaron.

“Me cuesta mucho tocar rock”, acepta en la entrevista con Página/12, ya relajado en el caserón de estilo árabe donde visita amigos, todo un mojón de otros tiempos en medio de las sierras. “Este festival me enseñó mucho de folklore. No podría llegar acá con los espectáculos de los discos. Y me encanta preparar cosas especiales para Cosquín, porque después quedan; en el momento es una exigencia, pero después suma.”

Así que ahora Gieco llegó a la Próspero Molina con un espectáculo en el que cada tema homenajeaba a un referente: Leda Valladares, Gustavo “Cuchi” Leguizamón, Jorge Cafrune, Sixto Palavecino, Alfredo Zitarrosa, Antonio Tormo, María Elena Walsh, Víctor Jara, Eduardo Mateo. Y, por supuesto, a Atahualpa Yupanqui, a pocos días de cumplirse su centenario. Como siempre, se rodeó de figuras a las que de algún modo presta su “padrinazgo”: el armoniquista rosarino Franco Luciani, la coscoína Paola Bernal, la uruguaya Ana Prada, la santafesina Mariel Trimaglio, Abel Pintos. Una suerte de guardia joven en representación del presente de la música popular, que terminó cantando a coro con Gieco, sobre las seis de la mañana, “Sólo le pido a Dios”.

“Para mí, Cosquín no es de ningún modo un escenario más: tiene que ver con mi historia”, define León. “Cuando era chico me compraba una vez por mes la revista Folklore, y era un festín la Folklore de febrero, porque salía todo lo que había pasado en Cosquín. Más allá de sus defectos, hoy se sigue manteniendo como el festival de folklore. Me emociona lo que pasa acá, es totalmente diferente a otros festivales. El espectáculo más emotivo, obviamente, es el que se ve en la calle, en los lugares donde se come, en las peñas. Ahí es donde se arma el tuco. Y como artista uno también vive esa mística de los camarines, que es bárbara.”

–¿Por ejemplo?

–El primer día que llegué a los camarines de Cosquín para mí fue una emoción total, estaba como shockeado. A la primera que vi fue a Ramona Galarza, yo estaba enamoradísimo de ella. Sin pensarlo mucho fui y la abracé. “¿Y vos quién sos?”, me dijo. Tuve que explicarle. Con los años fueron muchos los encuentros con admirados del folklore en el backstage.

–¿Qué recuerda de su primera vez en Cosquín?

–Yo llegué acá presentado por Mercedes Sosa, en el ’86. Ella me dijo: “Mirá, nene, a mí a Cosquín me invitó por primera vez Cafrune, yo voy a ser la primera que te invite a vos”. Pero en realidad mi primera vez en la plaza fue en la Cacharpaya, que ni sabía lo que era. Había llegado la noche anterior a tocar con Mercedes, y empecé a escuchar música fuerte, bajé para decirle al tipo del hotel que quería dormir. Me explicó: es la Cacharpaya, tocan grupos desconocidos y la gente se queda ahí hasta el amanecer. Agarré la viola y me fui a la plaza: toqué una hora.

–¿Qué relación tenía con Mercedes Sosa?

–De gran admiración, por supuesto. El día que me invitó a Cosquín hasta me quiso pagar por mi trabajo. Yo le dije que en todo caso le tenía que pagar yo a ella. Con Mercedes tengo una relación maravillosa, es asombroso tenerla como amiga, para charlar. Eso sí, ¡tenés que seguirle el hilo! Es que salta de tema en tema porque tiene tanto para contar, tanta vida vivida, que su mente va más rápido que las palabras. Me acuerdo de un concierto en Ferro, donde cantó rodeada de Silvio Rodríguez, Julia Zenko, Charly, Baglietto, yo... ¿Y a quién más invitó? A los Illya Kuryaki. Cuando vi a esos pibes saltándole alrededor, y ella cantando “Argentos de cemento”, dije: no, a esta mina no hay con qué darle. ¡Está loca, mucho más que nosotros! ¡Y sin consumir nada!

–También fue Mercedes la que trajo a Charly García a Cosquín.

–Sí, y fue genial de su parte. Y salió a bancarlo. Yo mismo escuché a un folklorista decir: “¿Qué pasa en Cosquín que ahora van los drogadictos...?”. ¡Por favor, como si Charly no hiciese folklore, o no hiciese tango!

–Los tiempos parecen haber cambiado. Ahora en Cosquín toca Divididos y no se escuchan cuestionamientos por su procedencia rockera.

–Me encanta que vengan. Primero, porque no me siento solo: ellos también van a hacer Cosquín Rock y Cosquín Folklore, como yo. Y se lo merecen porque hacen mucho folklore, y muy bueno. La versión de “Los ejes de mi carreta”, por ejemplo, es tremenda. Me la hizo escuchar por primera vez Lalo Mir en el Pucará de Tilcara. Me largué a llorar.

–Para muchos jóvenes que empiezan en el folklore, usted es el eslabón de referencia, la conexión entre los diferentes géneros que escuchan y los influye. ¿Lo siente como una responsabilidad?

–Ninguna, para mí es natural. De chico escuchaba a Los Chalchaleros y a Los Beatles, y veía que no había contradicción en eso. Y a esta altura me gusta entender a Yupanqui y a Lennon, y creo que si se hubiesen encontrado se hubiesen cagado de risa. Además, yo siento que estos personajes del folklore me vienen a proteger y a bendecir el escenario. No lo siento como un compromiso en el sentido de “te voy a mostrar a este que es del palo del folklore”. No. Yo mientras tenga imágenes del Cuchi Leguizamón, o de Sixto Palavecino, o de Atahualpa, en el escenario, estoy salvado. El problema sería si algún día lo tengo a Ricardo Montaner, ¿no?

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