Jueves, 24 de enero de 2008 | Hoy
MUSICA › ENTREVISTA A MIGUEL ANGEL GUTIERREZ Y MARCELO SIMON
Vivieron la historia del festival en su rol de periodistas, libretistas o locutores. Y lo analizan críticamente.
Por Karina Micheletto
desde Cosquin
Aunque se pelean en broma por quién tiene más años encima, los dos caminan este festival desde su fundación y conocen a fondo su historia y su presente. Son dueños, además, de ese bien escaso que es la capacidad de analizar críticamente el ámbito en el que se mueven, que es el del folklore, y cada enero, el de Cosquín. Marcelo Simón y Miguel Angel Gutiérrez, cordobeses ambos, son dos figuras emblemáticas de este festival, aunque sigan bromeando con lo que significa alcanzar esta categoría. Gutiérrez llegó al primer Cosquín como músico, luego ambos recorrieron muchas ediciones como periodistas. Simón fue libretista del festival por once años, antes cronista de la mítica revista Folklore, actualmente, como director de la FM Folklórica, dirige el equipo que viene a cubrir el festival. Gutiérrez es locutor del festival desde 1987, el encargado de la difícil tarea de poner la cara y la voz también ante los imprevistos lógicos de un espectáculo tan complejo como este.
Página/12 los reunió para hablar sobre las luces y sombras de este festival, buena parte de las cuales, como la mayoría de las historias jugosas, deberán quedar en el off the record. Pero se debe empezar por el principio: el surgimiento del festival, allá por 1961, por la inquietud política de un grupo de vecinos preocupados por lavar la imagen instalada del pueblo: la de un lugar que albergaba tuberculosos. “Durante años éste fue el lugar más oscuro del país, me acuerdo cuando mi mamá nos hacía tapar la boca con un pañuelo cuando pasábamos por la ruta. ¿Quién iba a venir a tomar un café en un pocillo del que podía haber tomado un tuberculoso, cuando la enfermedad no tenía cura?”, recuerda Gutiérrez. “Se les ocurrió hacer un festival para que viniera la gente, y les daba lo mismo que fuera de folklore, de rock o de ikebana”, agrega Simón. “La decisión de que fuera folklórico fue porque uno de los Wisner, parte de las ‘fuerzas vivas’ organizadoras, tenía un negocio de venta de artículos del hogar donde vendía discos. Y comentó que lo que más salía en aquel momento era el folklore. Tuvieron mucha suerte porque en el primer festival estuvieron Jaime Dávalos, Los Chalchaleros (los llamaron a ellos porque cobraban menos que Los Fronterizos), Horacio Guarany, un tipo que es insoportable pero un fenómeno, muy movilizador y lleno de ideas.”
–Más allá del mito, ¿cuál es la incidencia concreta que creen que tiene el festival de Cosquín en la actualidad de la música folklórica?
Miguel Angel Gutiérrez: –Contestaría con una pregunta: ¿Qué ocurriría si de pronto alguien dijera “no más Cosquín”? Sería un golpe terrible, para la música argentina y para la juventud que se incorpora a esta laica religión que parece ser el folklore, y que tiene su meca en Cosquín. No tengo la medida exacta de su importancia, pero no quiero imaginarme qué pasaría si no existiera más.
Marcelo Simón: –Cuando nació Cosquín había una sensación de carencia de algo que todavía no existía, incluso política. Por algo alguna vez el burro de Onganía acusó al festival de comunista. Cosquín, con todo ese cancionero paisajístico a veces estereotipado, pero también con algunos hitos importantes, como fueron en su momento Hamlet Lima Quintana y Armando Tejada Gómez, era un llamado de atención, un lugar que mostraba que no se podía vivir en un estado de censura permanente. Eso sí: Cosquín es un lugar que siempre se critica. Indefectiblemente dan ganas de pegarle, es como esos chicos que te sacan lo peor de vos...(risas). Pero, con todos sus defectos, también éste es un lugar copable, en el mejor sentido de la palabra: acá pueden venir, a condición de que se animen a dar el combate, músicos con propuestas de lo más revulsivas y diferentes.
–Pareciera que son varios festivales: el de la posibilidad de lo nuevo y de calidad, y el de los peores nacionalismos, las transmisiones televisivas aburridas, los arreglos para incluir mala música en la grilla. ¿Cómo conviven?
M. S.: –Claro que hay estereotipos, gauchos patéticos que causan sonrisa; que lo que se ve en la tele es aburridísimo, también es cierto. Pero hay que copar este festival, hay que tomarlo por asalto.
–También tienen que dar espacio para hacerlo.
M. A. G.: –Nunca nadie cedió nada a los artistas, en ningún lugar ni en ningún tiempo. Son la punta de cualquier transformación.
M. S.: –La historia demuestra que son los artistas los que abren los espacios. Yo estaba en el ’65, cuando subió Mercedes Sosa a este escenario invitada por Jorge Cafrune. Me acuerdo que Mahárbiz decía: ¿quién es esa mina, con esa pinta de sirvienta? ¿Qué hace acá? Y Mercedes se abrió paso, y encima con “Canción del derrumbe indio”, que con ingenuidad o no es un canto sobre la conquista española. Seguro que hay obstáculos: burocráticos, de prejuicios de los organizadores, pero siempre se pueden pegar martillazos. Y algunos lo hacen.
–Entre tantos, ¿cuál fue el momento más importante que vivieron en Cosquín?
M. A. G.: –La aparición de Mercedes Sosa fue uno de ellos. Fui uno de los cien mil que estuvo allí, y tengo grabada toda la escena de cuando la subieron. Me acuerdo de lo que sentí cuando la escuché cantar con el bombito: tuve la sensación de que era un éxito, en el acto. Y también cuando una vidala mía con letra de Manuel J. Castilla, “Romance de Juan Lucena”, ganó el Festival de la Canción.
M. S.: –A mí me impresionó el regreso de Mercedes, después de su enfermedad, en 2006. Me acuerdo que le tenía la mano, y me di cuenta de que era muy importante para ella, y de que tenía mucho miedo. Eso me emocionó mucho. Su actuación fue brillante. Como tantos, esa noche lloré. Ella es una mujer de enorme coraje, en todo sentido.
–¿Cuál creen que fue la marca que dejó Julio Mahárbiz tras todos sus años de Cosquín?
M. S.: –Fue un dictador. Un tipo al que si se le ocurría que por cualquier razón, casi siempre personal, había que tachar a un artista o una línea, lo hacía sin más. No es el único que lo ha hecho, pero como tenía fuerza, se notó mucho. Creo que quiso a Cosquín, fue un gran panegirista del festival y muy trabajador. En algunos momentos le hizo bien a Cosquín, y después le hizo muy mal.
M. A. G.: –Si en algo afectó al festival fue en su poco apego a los hechos culturales que pueden estar insertos en este escenario. Julio creó una forma de superficialidad, sin saber que esto era mucho más importante y profundo. Eso todavía existe, cierto esquema que no nos deja ir hacia lo profundo. Creo que su tratamiento del hecho artístico ha afectado a este festival. Le hizo bien al festival, pero luego demoró en darse cuenta de los cambios. Así, hubo un bache de artistas a los que no se les dio la oportunidad de mostrarse, los perdimos. Ese fue el pecado más grande que cometió Mahárbiz.
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