MUSICA › DEEP PURPLE, OTRA CITA MULTITUDINARIA EN EL LUNA PARK
Todas las consideraciones sobre la actualidad del grupo inglés ya habían quedado diluidas en visitas anteriores: sólo se trata de disfrutar la potencia de un clásico que no se oxida.
› Por Cristian Vitale
DEEP PURPLE
Músicos: Ian Gillan (voz), Steve Morse (guitarra), Roger Glover (bajo), Ian Paice (batería), Don Airey (teclados).
Duración: 110 minutos.
Público: 12 mil personas.
Estadio Luna Park, martes 26 de febrero. Repite este domingo.
Pasaron dos años y cuatro meses de aquella visita en que Deep Purple desactivó las perspicacias de sus más ortodoxos fans: que no valía la pena su preexistencia sin Jon Lord, mucho menos sin Ritchie Blackmore; que Ian Gillan –atravesando la frontera de los sesenta– ya no podría estremecer con sus aullidos agudos; que Steve Morse y Don Airey no podrían suplantar a deidades marmolizadas en el panteón hard de los ’70; que –al fin– el resurgimiento de la banda y sus incursiones al tercer mundo olían a naftalina. O a dinero fácil. Aquel día, domingo 30 de octubre de 2005, las dudas se disiparon todas juntas y en bloque: Morse no prendió fuego ningún Marshall pero sus solos, hechiceros, versátiles o rústicos –según las demandas–, le pusieron un paréntesis a la rémora caprichosa del gran Blackmore. Airey, el ex Rainbow que jamás podría sacudir un Hammond a lo Lord, se las ingenió para sostener el andamiaje clásico y pesado, refractario al paso del tiempo, que la púrpura profunda mantiene desde su –verdadero– bautismo hard (In Rock, 1970). Y el resto, el mismo Gillan más Ian Paice y Roger Glover, suscitaron una agradable sorpresa: hay rock después de los sesenta.
Roto el hielo primal, aquella presentación –casi un hito– determinó el origen de un idilio tardío pero sintomático: la banda retornó una y otra vez. El 24 de marzo de 2006 atiborró el Luna Park con un 70 por ciento de clásicos inoxidables de la era pre Coverdale-Hughes y algunas perlitas de Rapture of the Deep; el 7 de diciembre del mismo año, la cita fue en el Club Ciudad de Buenos Aires y la estrategia, un copy and paste musical: sonido aceroso, melodioso por momentos, duro por otros; austeridad escénica, rock concreto y un reparto similar entre lo nuevo y lo viejo. Inevitable, entonces: la cuarta visita –martes, otra vez a Luna Park lleno– conlleva una necesidad superadora: ir al matiz, al trazo fino. Las incógnitas ya no son estructurales –Purple sigue siendo Purple, está demostrado–, sino familiares, mínimas, casi de entrecasa. ¿Hasta dónde llegará Gillan esta vez con sus aullidos? ¿Qué improvisará Morse en el popurrí del medio? ¿Cómo sonará la tremenda introducción de Glover en “Black Night”? ¿Cuánto tiempo volarán Airey y su órgano? ¿Cuánto durará el solo de Paice? ¿Cambiará la lista de temas? ¿Cómo será el péndulo entre rudeza y lirismo?
¿El resultado? Poco riesgo, tanto que las respuestas se pueden develar a priori. El show dura casi lo mismo que los anteriores tres (una hora cincuenta), Gillan llega a los agudos solo en los primeros temas (“Never Said” o la fenomenal “Living Wreck”) y después derrapa, se torna intermitente; Morse, como efecto natural de ello, asume un protagonismo inusitado y se mete a la tribuna en el bolsillo con pasajes que van desde “Paranoid” de Black Sabbath a “Whole lotta love”, de Led Zeppelin; Airey no pasea por Piazzolla como otras veces, pero ciertos pasajes líricos –dignos de la tradición Lord– hechizan y, de paso, dan con un fin funcional, el descanso del frontman; Glover refrenda que el paso del tiempo es sólo una cuestión de espíritu, su bajo brilla en “Before Time Began”, “Space Truckin’” y, claro, “Black Night”, el simple que metió a la púrpura profunda en la historia grande del rock pesado; el noble de Paice muestra su técnica casi única en “Hush”, aquella canción de Joe South que la banda materializó cuando aún no se había desprendido de la teta beat (Shades of Deep Purple, 1968). Y el conjunto, todo, se luce en una canción que precisamente nació con ese fin: lucirse. Las coordenadas básicas de “Lazy” incorporan las partes a un todo encantador. Imposible abstraerse a ese swing, que provoca uno de los momentos cumbre de la noche. ¿Los otros? “Smoke on The Water” –casi por inercia–, “Highway Star”, “Pictures of Home”, todos cosecha Machine Head, biblia eterna del género.
Así, los legendarios, maravillosos ingleses de Hertford encontraron la fórmula del éxito cuando no muchos daban algo por ellos. Tal vez sea por la especificidad argentina en el planeta rock –la misma que llevó a los Ramones a jugar de locales o a inventar un Jagger sólo posible en este lado del mundo–, tal vez por profesionalismo y perseverancia, tal vez por autenticidad y talento. Lo cierto es que, pese a la repetición de la película, la púrpura convoca cada vez más fieles. Casi como ir a ver The song remains the same treinta y cinco veces al cine Lara y contárselo a los amigos. Esto sí que es Argentina.
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