MUSICA › HORACIO SALINAS, DIRECTOR MUSICAL DEL INTI ILLIMANI HISTORICO
Antes de los shows en el Teatro IFT, el músico habla de la separación de la banda en dos formaciones irreconciliables y explica de qué modo han logrado mantener la vigencia de lo que fue, en su momento, la “nueva canción chilena”.
› Por Cristian Vitale
“El dolor me lo imagino similar al de las fracturas matrimoniales, pero no hay más remedio: hoy no es imaginable una reconciliación.” Horacio Salinas, director musical de Inti Illimani, traza la recurrente analogía para explicar el estado en que se encuentra uno de los grupos emblemáticos del canto popular chileno. En el 2000, tras treinta y tres años de actividad que entremezcló períodos de felicidad y angustia –Allende vs. exilio, Víctor Jara vs. represión, vida vs. muerte y así–, el grupo se divorció y no hay vuelta atrás. De un lado quedaron los hermanos Coulón –Jorge y Marcelo– junto a un séquito de músicos jóvenes; del otro, el conjunto que visitará nuevamente Argentina con cd y dvd recién publicados. Desde enero de 2007, según un fallo de la Corte Suprema de Chile, esta fracción lleva el nombre de histórica, mientras aquélla se quedó con la denominación de nueva. “Detrás de esta disputa hay un magro y triste balance de años transcurridos en la mentira de una colaboración o reciprocidad que no existía en el plano musical. Y hay que decir que la vida de los grupos muere si este diálogo es pobre. La burocracia y la rutina lo arruinan todo. Nada peor que aparentar algo cuando, en verdad, no dices nada”, redondea el también guitarrista, charanguista y cantante, sobre un conflicto contumaz.
El Inti histórico, entonces, es el que se presentará (en medio de una gira por el país) mañana y el sábado 22 en el Teatro IFT (Boulogne Sur Mer 549) con una formación que incluye a Horacio Durán, José Seves y Jorge Ball –entre los legendarios–, más Camilo Salinas, Fernando Julio y Danilo Donoso. La agrupación llega con la doble edición, llamada Antología, que comprende un puñado de canciones entre todas las que tocaron durante el último –memorable– concierto en el Estadio Víctor Jara: “Tinku”, “Canto de las estrellas”, “Sambá Landó” y “El pueblo unido”. “Como todos los conciertos en este espacio emblemático de la represión durante Pinochet, nuestros pensamientos deambulan forzadamente hacia la memoria terrible de esos años. Por otro lado, fue de los primeros conciertos con esta formación que cruza dos generaciones de músicos. Me da la impresión de que el cd recoge fielmente la energía que anima a nuestro grupo hoy en día”, explica Salinas, sobre un pulso presente que, seguramente, recreará de este lado de la cordillera.
–En “El pueblo unido”, el último track del disco, la gente insiste con aquella consigna de los setenta: “El pueblo unido jamás será vencido”... ¿sigue siendo la gran deuda de los países de Latinoamérica?
–Sigue siendo y por eso se canta esa canción. Es una verdad difícil de contrastar. Aunque Nicanor Parra, el poeta, tiene un artefacto que dice: la derecha y la izquierda unida, jamás serán vencidas...
–Ustedes han sido uno de los mayores referentes del fenómeno llamado “la nueva canción chilena”, que ya cumplió casi cuarenta años. ¿En qué sentido puede seguir llamándose nuevo a lo que hacen hoy?, ¿se puede?
–Me parece que este movimiento aún guarda un espacio por descubrir y esto se refleja en la curiosidad musical de sectores importantes de jóvenes. Pero como toda novedad, sin dudas se ha ido fundiendo en el tiempo y pasando lentamente a la tradición. Sin embargo, creo que fue el más potente movimiento artístico del siglo XX y como tal inauguró un modo absolutamente revolucionario –a partir de Violeta Parra– de entender la música de raíz. Y también fundó una mirada y una apropiación del patrimonio latinoamericano.
–¿De qué manera se resignificó el idealismo que tenían cuando comenzaron?
–En líneas generales, diría que los deseos (utópicos) se han visto golpeados duramente. Así, los ideales tienden a ser revisitados con potentes dosis de realismo. Pero es feo botarlos al tacho de la basura. Nada, de la vereda contraria, nos atrapa con gracia como para decir: ¡estábamos equivocados...! o ¡qué estupenda vida nos ofrecen! Es preferible seguir adelante “con el pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad”, como decía Gramsci.
–Dado el rasgo militante que siempre caracterizó al grupo. ¿Por qué cuestiones debe lucharse hoy y cuál sería el rol de la música?
–La simple digna vida es ya una carencia que nos convoca hoy más que ayer, o con el antecedente a cuestas. La sensación de perplejidad e incertidumbre, para no decir abandono, es pan de cada día en tantos lugares del mundo. Pero no se trata de llegar y plantar la canción de protesta así como así. O mencionar la palabra “pueblo” para ser auténticamente popular o artísticamente coherente. El arte y la música, por suerte, nos convocan desde lo inefable.
–El conflicto Colombia-Ecuador-Venezuela casi tira todo para atrás...
–Dramático, si eso desencadenaba una guerra. Es lo último que necesitan nuestros pobres pueblos. Presiento que estamos cerca del fin de proyectos descabellados, como la vieja guerrilla colombiana, y también cerca del fin de una fraseología reiterada hasta el cansancio y que ya no nos encanta. Resta el problema político de fondo: ¿cómo garantizar la vida digna para todos?, ¿cómo hacer de nuestros países espacios vedados a la rapiña y al fraude?
–Volviendo a la separación del grupo, ¿fue casualidad o causalidad que le haya pasado lo mismo que a Quilapayún, sus camaradas generacionales que terminaron en una desintegración similar?
–Más bien causalidad, aunque distinta. Lo nuestro tuvo más que ver con visiones musicales del futuro y el equipo que debía hacer eso, cosa impostergable el año 2000, si queríamos llegar al 2020 y más, como lo creo posible ahora.
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