MUSICA › SEBASTIAN TEYSERA, CANTANTE DE LA VELA PUERCA
Es una de las plumas más lúcidas del rock uruguayo. Antes del recital en el Quilmes Rock, analiza la evolución de una banda que, con influencias diversas –desde Zitarrosa hasta La Polla Records–, gana cada vez más adeptos.
› Por Cristian Vitale
Luce terso el semblante de Sebastián Teysera, el enano de La Vela Puerca, esta tarde de sol en un piso perdido del Abasto. Se ríe, toma cerveza, fuma Nevada a razón de cinco por hora y habla mucho. Brilla. Se nota que la catarsis de El Impulso (cuarto y último disco del octeto uruguayo) es hecho consumado. “Quedé cansado psicológicamente después de escribirlo, me dejó turbado onda ‘qué parte mía es ésta’. Fue fuerte... no sé para dónde podrá arrancar un nuevo disco”, dice, asumiendo el crescendo “depresión-tensión-canción-distensión”, que se desprende de un trabajo duro y bello, poblado de existencialismos, retorcijones del alma y frases que rozan lo inconsolable.
–Son duras ciertas letras de El Impulso: “Y la alegría se me escapa y la agonía vuelve a dominar / el corazón de algún sufrido me acompaña hasta la terminal / y me iré, para no verme más”.
–Un vómito de sensaciones y sentimientos que simplemente organicé. Como letrista, tuve que tomar un impulso para tener la valentía de poder escribir lo que escribí para conmigo, más allá de las consecuencias que pueda traer cuando el disco sale al exterior.
Teysera, 34 años, sin hijos, fan acérrimo de Zitarrosa, hincha heterodoxo de Peñarol (“me pone contento que salga campeón Defensor, porque el campeonato uruguayo era el más aburrido del mundo”) y pluma lúcida del rock celeste, está de paso por Buenos Aires. No para hacer prensa, tampoco para tocar. La idea es visitar amigos y descansar, pero la productora le encaja un par de entrevistas y acepta. El primer show (vuelta de las vacaciones) será hoy para la segunda fecha del Quilmes Rock, junto a Bersuit Vergarabat, Intoxicados, La Mancha de Rolando y Marea, y enseguida (mañana y el domingo) La Vela ofrecerá dos en Montevideo. “No hay mucho para decir sobre lo que vendrá. Años anteriores, a esta altura ya teníamos pautadas giras por Europa, disco y demás. Ahora viene todo más relajado”, informa.
–Es pública su admiración por Alfredo Zitarrosa. ¿A qué otros compositores resalta?
–A Bob Dylan por haber tenido huevos siempre. O a Evaristo, el cantante de La Polla. Cuando me quedo atrancado con algo que no sé cómo decir, me pongo a pensar cómo lo diría él, a través de esa pluma de poesía urbana desgarradora, pero no romántica.
–Lo romántico muchas veces puede ser desgarrador...
–Está bien, pero no en un plan onda “te quiero olvidar”. Eso es muy cursi... el tipo levanta una imagen y dice voy a empaparme en gasolina una vez más / voy a rasparme a ver si prendo / y recorrer de punta a punta la ciudad quemando todos tus recuerdos”... epa, es otra cosa así.
–Ocho integrantes, cuatro discos y seis años de trabajo intenso lleva el grupo. ¿Cómo hacen para convivir?, ¿terapia grupal?
–No, pero sí terapia interna. Conocernos desde hace mucho nos ayuda para dos cosas: cada uno conoce su rol dentro de la banda y las tormentas que nos suceden cuando hay una discusión son feroces. Está bueno, porque nacen de la amistad.
–¿Cómo es la relación con el otro Sebastián (Cebreiro), con quien comparte el rol específico de cantar?
–Nos conocemos bien los registros de las voces y entonces las armonías salen ensayando. Uno busca el lugar que le queda más cómodo. Yo venía de otras bandas, estaba un poco más curtido, en cambio Cebolla no, pero hemos aprendido a trabajar juntos.
–¿De qué se nutre para componer esas canciones que, a veces, resultan tan atormentadas?
–Ultimamente de sensaciones. A través de mí, sin cuestionar ni analizar demasiado, las muestro como por un espejo.
–Ya no ocurre que una imagen exterior le detona una idea como en algunos temas de los primeros discos. En Uruguay, los compositores tienen esa costumbre de tomar un personaje tal, parado en tal esquina, haciendo tal cosa, y transformarlo en canción...
–En parte es así, pero también hay otra parte que es un poco engañosa. De pronto, varios de esos personajes no existen... ni siquiera en una fugaz visión. Simplemente, uno quiere escribir sobre una sensación equis y lo hace a través de un personaje inventado.
–¿“El Viejo” es inventado?
–No. Y “Pino” tampoco, pero ambos hablan de muchos viejos y muchos Pinos que están en la misma situación. Otros personajes son totalmente ficticios... una herramienta para poder trasmitir lo que tenés dentro, pero no muy claro. No vale hablar en primera persona cuando se trata de sensaciones. Los nombres propios, a veces, se comen el mensaje.
–Uno de los rasgos destacables de La Vela es que hay una banda sonora que capta su mensaje y sabe cómo agregarle una música que exprese ese sentimiento. Se supone que no son todos como usted...
–Hay gente interesada en lo que escribo y gente que no. Unos trabajan en un sentido más práctico, siguiendo una secuencia de acordes y una melodía tal y hay otros que no tienen ni la más puta idea de lo que yo digo (risas). Coli, Cebolla y Ale paran la oreja y preguntan qué me pasa cuando escribo algo como “me iré para no verme más”. Pero Mandril es superpráctico y me quiere enseñar música... a mí no me interesa eso, porque el día que sepa algo quizá pierda la magia o me meta en un viaje que desvirtúe la pureza de una canción. Lo que todos sacan, sí, es la cadencia emocional de la canción.
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