Jue 10.11.2005
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MUSICA › EL DUO COPLANACU CUMPLE VEINTE AÑOS Y LOS FESTEJA CON UN DISCO NUEVO EN EL COLISEO

“Nosotros no estuvimos nunca de moda”

Los cordobeses Roberto Cantos y Julio Paz llevan dos décadas de recorrido con Coplanacu, un dúo folklórico que comenzó como autogestionario y para muchos ya es de culto.

› Por Karina Micheletto

Hacen folklore pero no cantan cancioncitas de amor, crecieron desde la autogestión, sustentados por un par de voces afinadas, una guitarra, un bombo y un violín invitado por toda herramienta, y hoy son uno de los grupos más reconocidos del género. A priori, suena extraño que cumplan todas estas condiciones juntas. El fenómeno del Dúo Coplanacu se verifica en una legión de seguidores, que nació acotada a las peñas progresistas universitarias de Córdoba, y lentamente fue creciendo hacia un público más amplio. Están cumpliendo veinte años como dúo y ganaron el Premio Konex de este año como “mejor grupo folklórico de la década”. Y acaban de editar Corazón sin tiempo, un disco en el que comienzan a agregar colores a su sonido tradicional, con el aporte de instrumentos como piano, armónica, mandolina y contrabajo. Hoy a las 20, en el marco del ciclo gratuito Músicas de Provincia, cantarán un par de temas junto a muchos otros músicos que homenajearán a Mercedes Sosa (será en el Centro Cultural del Sur, Av. Caseros 1750). Pero la presentación oficial del disco será este sábado en el Teatro Coliseo (Marcelo T. de Alvear 1125), en lo que promete ser una fiesta donde los anfitriones cantan y los invitados escuchan y también bailan, rompiendo las reglas no escritas del show teatral.
En el nuevo disco de los Copla –como sus seguidores apodaron cariñosamente a Roberto Cantos y Julio Paz– hay, como siempre, un par de temas de autoría de Cantos, rescates del cancionero que llevan la firma de los Hermanos Abalos o el Chivo Valladares, una bella versión de Canción del jangadero, y hasta incursiones en otros géneros: Tonada de luna llena, del repertorio venezolano, y Pozo del deseo, que los músicos rescataron de un viejo disco de Ketama. “Buscamos nuevos sonidos para el formato Coplanacu, pero profundamente folklóricos”, explican ellos. “No queríamos quedarnos con el esquema que ya estaba instalado y funcionando, sentíamos que necesitábamos una vuelta folklórica.” Como siempre, el aniversario redondo obliga al balance: “En Córdoba nos hicieron varias notas y ahí caímos en la cuenta de que estábamos cumpliendo veinte años. Las preguntas que nos hacían nos obligaban a reflexionar muchas cosas”, dicen los músicos en diálogo con Página/12.
–¿Y a qué conclusión llegaron?
Roberto Cantos: –¡A que es mentira que veinte años no es nada! Pasaron muchas cosas...
Julio Paz: –Saqué la cuenta que cuando empezamos éramos “los hippies” y ahora somos “los criollitos”. Mire si habrán pasado cosas.
–¿Qué ven cuando miran hacia atrás?
R. C.: –Muchas etapas: En los ’80, en plena efervescencia democrática, todos estaban cantando temas de Silvio Rodríguez y nosotros, haciendo Salavina, éramos los bichos raros. En los ’90 apareció la explosión del folklore joven y, mientras tanto, nosotros seguimos haciendo lo nuestro. Todo fue muy dinámico y creo que si algún mérito tenemos es haber podido recorrer un camino propio, manteniéndonos al margen de las modas. Cuando nos ponemos a recordar, en el medio aparecen cosas increíbles.
–¿Por ejemplo?
J. P.: –La primera vez que estuvimos en el escenario oficial de Cosquín, en 1986, también estuvo Atahualpa Yupanqui. Y después leemos que sale en el Clarín: “Lo mejor de Cosquín: Atahualpa Yupanqui y el Dúo Coplanacu”. ¡Epa!
R. C.: –No sabemos si al periodista lo echaron después de escribir eso. Pero a nosotros nos dura la alegría.
J. P.: –¡Desde ahí no nos tocan el culo ni con una caña!
R. C.: –Después nos tocó ser teloneros en un recital de Larralde, y con el Cuarteto Zupay. Y así empezó, como se suele decir, “una carrera ininterrumpida de éxitos” (risas).
–Describen un comienzo muy artesanal, casi inconsciente.
J. P.: –Es que fue así: éramos unos inconscientes. Caíamos con el bombito y la guitarra, ¡tocábamos sentados! La primera vez que dimos un recital en una peña de Córdoba, le dijimos al organizador: Tenemos preparados ocho temas, ¿estará bien? Al tipo casi le agarra un ataque de caspa: ¡No, changos, para hacer un show entero tienen que tener por lo menos veinte! Así que fuimos con los ocho temas, llegaban los bises y repetíamos los ocho, pero en otro orden. Era la peña El carrillón, y no era cualquier lugar: ahí tocó MPA, Dino Saluzzi, el Dúo Salteño, el Cuchi Leguizamón. También hubo otra peña importante, Tonos y toneles. Lugares donde sonaba una zamba y había diez o veinte personas, pero todos estaban llorando.
R. C.: –Hubo mucha gente que nos apoyó en este camino, sin otro interés que el de compartir la música. En aquel recital de Larralde, por ejemplo, el tipo nos tomó de hijos. No sé si éramos los hijos, pero él nos quería dar un manijón, porque nos veía como pollos mojados.
J. P.: –La energía está puesta para adelante, pero es importante mirar atrás, te gratifica ver dónde estás, no como un punto de llegada sino como un camino. Porque no se llega nunca. Antes pensar en un Opera era una locura. Y después que hicimos un Opera no nos cambió la vida.
–Pero en algún momento, cuando el dúo empezó a crecer, habrán tenido que cambiar su forma de funcionamiento.
R. C.: –Claro, nos fuimos profesionalizando, pero seguimos trabajando desde la autogestión. Ahora sólo somos músicos, antes también éramos agentes de prensa, fleteros, sonidistas, iluminadores hasta fotógrafos. La tapa del primer disco (que en realidad era un casete) la sacó una ex novia parada arriba de un lavarropas, y después la retocamos con acuarela. Ahora las cosas se hacen de otra manera, pero haberlas hecho antes así te hace estar muy seguro de dónde estás.
J. P.: –Y salir del fundamentalismo: Cuando no conocés cómo es la historia les das con un caño a todos. Cuando empezás a entender que hay que respetar el trabajo bien hecho de mucha gente, la historia cambia.
–¿Cómo es eso?
R. C.: –Uno canta para cien personas que te recontra junan y te siguen, y es una cosa. Cuando empezás a expandirte, la cosa cambia, y tenés que saber manejarlo. Nos pasó con la peña de Cosquín: los primeros años era algo chiquito, donde todos eran amigos y se conocían. Después tuvimos que agrandar la peña y, claro, el clima era otro, había más ruido, iban grupos grandes, familias con chicos. Y algunos de los que habían ido desde el principio empezaron a preguntar: ¿qué pasa que la peña de los Copla está cambiando? ¡Pasa que tocamos para más público!
J. P.: –Le doy otro ejemplo: antes de Cromañón cantamos en González Catán o José C. Paz, en giras con grupos como Tambó Tambó o Nueva Luna. Era otra onda totalmente distinta pero fue espectacular, con gran respeto del público. Si hubiéramos sido puristas, nos hubiéramos perdido eso.
R. C.: –Eso te hace perder el fundamentalismo que a veces hay alrededor del folklore. O cuando la gente empezó a bailar mientras cantábamos. Muchos decían: ¡Cómo, no los escuchan! Hasta que te das cuenta de que la danza es una forma de participar. Te toman a vos para expresarse, no para adorarte. Y eso es maravilloso, ahí el rol del músico crece.
J. P.: –Hay muchos que se bajan del escenario si la gente baila mientras actúan. ¡Y celebridades, eh! Da mucho miedo no ser el eje del evento si estás inseguro. Pero si estás seguro de lo que hacés y generás, no te molesta que haya gente bailando, otros comiendo atrás, o charlando, humo de choripanes... Todo eso forma parte del encuentro. Y a nosotros nos encanta que sea así.

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