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Viernes, 25 de abril de 2008

MUSICA › EL SHOW APARTE DE LAS FANATICAS EN EL RECITAL DE ROBERTO CARLOS

La noche de los corazones en llamas

Ante una mayoría de mujeres, el cantante brasileño –que se vuelve a presentar hoy y mañana en el Luna Park– ofreció el miércoles sus temas clásicos, desde “La distancia” a “Amada amante”.

 Por Facundo García

Cuando el cliente de ambo azul eléctrico se apoya sobre el mostrador esquivando el bowl de chimichurri, su combinación de aplomo y alegría deja claro que ese tipo está de fiesta. La panchería queda frente al Luna Park, donde un público senior hace su previa de cerveza y papafritas mientras pasea sacos y vestidos entre sillas de plástico. El hombre del ambo mira a la vereda como se usaba antes, fijo, a lo Clint Eastwood. Enfrente, la gigantografía de Roberto Carlos –El rey de la canción romántica– ya convoca a varias docenas de señoras que apretujan en la entrada la ansiedad de haber esperado diez años el regreso del artista a la Argentina. Alguna también se interesa por los ojos de lince que pone Clint. Y los parlantes lo ayudan, porque suena “Detalles” a todo volumen. Como explica él mientras deglute su hamburguesa y señala para arriba con el índice: “Flaco, ¿quién no levanta con esto?”.

Diez minutos más tarde, los maridos hacen lo posible para encajar a sus regordetas esposas en la platea. La popular aplaude, mientras pantallas gigantes informan en portugués acerca de lo ventajoso que sería comprar pasajes para un “Crucero con Roberto Carlos”. Un crescendo con música tipo Utilísima hace que las mujeres cachondeen sacrificando un poco los peinados de peluquería. Muchas veces las acompañan hijas de entre veinticinco y cuarenta años, que en la mayoría de los casos confiesan haber sido tempranas admiradoras de la estrella. Ahí está él, elegante sport entre la ovación. En Roberto Carlos el asunto de la ropa siempre ha sido clave. No en vano su apellido real es Braga y de chico le decían Zunga. El look con el que sale ahora, no obstante, es bien clásico. Melena a lo McGyver, jeans nevados, camisa blanca levemente abierta –cadenita dorada y algún pelito asomando–; todo en juego con un saco claro. Sale y se queda en silencio por varios segundos. A continuación suspira y se mete los corazones en el bolsillo.

“Si lloré o si reí/lo importante es que emociones viví.” Así reza “Emociones” y las fans sencillamente disfrutan. Puede acusarse a Roberto Carlos por su distancia con los sectores más progresistas de la política de su país, por la obsesión ridícula de haber censurado una de las mejores biografías que se hicieron sobre él y hasta por proyectar su voz como si se le hubiera tapado la nariz. Pero hay que reconocerle que ha llegado a todas las clases sociales y hasta ha cantado un par de versos que hicieron sentir bien a gente que trabaja –en “Camionero” se puso en la piel de un transportista romántico y dijo: “Ya pinté en el parachoques un corazón y el nombre de ella...”–.

El público está a punto caramelo y Roberto reaparece sentado solo, con una guitarra acústica. Casi con timidez, arranca al instrumento los primeros acordes de “Detalles”. En el momento en el que dice “En la noche/ envuelta en el silencio de tu cuarto/antes de dormir/tu buscas mi retrato” las señoras responden al grito de “¡¡Seeeeeee!!!”. El cantante redobla la apuesta: “Pensando en el amor de ese momento/desesperada vas a intentar llegar al fin/y en ese momento tú irás a acordarte de mí”. Delirio colectivo. “Los estaba extrañando. Sentía saudade, porque empecé aquí mi carrera en español”, confiesa, y efectivamente usó a Buenos Aires como plataforma de proyección hispanoamericana al promediar los setenta. “Mis papás hacían el amor con esta música”, revela Alejandra, una morocha que viajó desde lejos para estar aquí. “También con Serrat y con Julio Iglesias”, precisa, y da un poco de pudor el rumbo que toma la conversación. La charla se interrumpe cuando Roberto se refiere a quien quizás haya sido la mujer de su vida, María Rita. “El amor –explica frente al piano– es un sentimiento capaz de volverse eterno.”

El cierre mezcla obras que han sido recuperadas para las nuevas generaciones –como “La distancia”, reciclada por Andrés Calamaro en El Cantante– y alquimias olvidadas que, de sonar por un altoparlante, harían que cualquier fiesta juvenil termine en pánico y desbandada. Surge la veta mística con “Jesucristo”, y pegadito un tema que profetizó la fiebre del chat, “Yo quiero tener un millón de amigos”. Con “Amada amante” ya se pueden ver parejas maduras bailando, mirándose a los ojos como si tuvieran quince, veinte años. La escena es emotiva. Algo deben tener estas canciones. Tras casi dos horas de espectáculo, la multitud se dispersa. En una de las puertas laterales, un marido espera que su mujer cumpla el sueño de esperar la salida del Rey ¿No se pone celoso? “Para nada”, sonríe él. “Yo mismo lo imitaba de chico. También me gustaban Silvestre, Beto Orlando, Johny Alon, Fred Bongusto”, recita el petiso, como si hablara del Boca de Marzolini. “Y estaba Heleno, que era pelado. Le decían la rodilla que canta, ¡qué época!”

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Roberto Carlos convocó a una mayoría de madres con sus hijas.
Imagen: Rolando Andrade
 
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