Jueves, 17 de julio de 2008 | Hoy
LITERATURA › ENTREVISTA A LA POETA COLOMBIANA ANDREA COTE BOTERO
La ganadora del premio Puentes de Struga –el más antiguo del mundo– vino a Buenos Aires invitada por el Festival Latinoamericano de Poesía “Salida al mar”. Leerá el material de su poemario Puerto Calcinado.
Por Silvina Friera
Hay que seguirle el ritmo a la poeta Andrea Cote Botero, considerada una de las voces más interesantes de la poesía colombiana. No alcanza con trotar a la par de sus palabras. Ella impone su propia velocidad y corre como si fuera una atleta olímpica, casi sin hacer pausas, sin dejar espacios en blanco, acaso con la urgencia de quien tiene sólo veinte minutos para llegar a la meta. Por momentos parece imposible alcanzarla. “Hablo hasta por los codos. Si me tapan la boca, me salen letreros”, dice a PáginaI12. El vértigo inicial que provoca escucharla hablar en su primera visita al país –invitada a la quinta edición del Festival Latinoamericano de Poesía Salida al mar, que termina hoy en Buenos Aires y continúa mañana y pasado en Rosario– es inversamente proporcional al efecto que generan los poemas de su primer libro, Puerto Calcinado (2003), una lúcida invocación de Barrancabermeja, ciudad petrolera del centro de Colombia, a orillas del río Magdalena, una de las zonas más calientes del país, con temperaturas que suelen superar los 40 grados, donde la poeta nació en 1981. Ese poemario le permitió ganar en 2005 el Premio Internacional de Poesía Puentes de Struga, el más antiguo del mundo, otorgado por la Unesco y el Festival de poesía de Macedonia (antigua Yugoslavia), que también obtuvo Pablo Neruda. Los poemas de Cote Botero, con un aire de morosidad provinciana y un dejo de canción de cuna, buscan el lento estallido del sentido en cientos de imágenes que permiten ver la aridez de un paisaje, sus grietas, sus cenizas. Y los rostros del miedo. Bien se podría parafrasear a la poeta y afirmar, sin exagerar, que si a Cote Botero le tapan la boca, le salen poemas.
La obra de Cote Botero ha sido elogiada por sus pares colombianos. Piedad Bonnett dice que “recrea, en un lenguaje ambiguo, pleno de significados, un mundo muy propio, de tendencia intimista, poblado de elementos recurrentes que señalan la urgencia de sus fantasmas, la necesidad de transformar la experiencia en palabra”. Para Juan Manuel Roca, los poemas de la autora de Puerto Calcinado “revelan un impulso por no escamotear ni la tragedia, ni el olvido, en los que se envuelve nuestro drama individual y colectivo. Es la suya una poesía reflexiva que busca la expresión de un paisaje calcinado en imágenes justas, en ritmos diversos”. La ciudad natal de la poeta floreció a principios del siglo XX por el hallazgo de unos yacimientos petrolíferos cuya explotación fue concedida por el Estado colombiano a la empresa norteamericana Tropical Oil Company. “Los españoles le pusieron Barrancabermeja a ese lugar, que los indios llamaban La Tora, porque la tierra es roja, muy seca, y se desmorona fácilmente. Es como si fuesen estalactitas de arena. Visualmente es muy bonita, pero muy infértil; es un desierto con mucha maleza. El encuentro con ese paisaje fue una manera de aprender a decir ciertas cosas”, cuenta Cote Botero, autora de los ensayos Blanca Varela y la escritura de la soledad (2004) y Una fotógrafa al desnudo. Biografía de Tina Modotti (2005) y del poemario A las cosas que odié.
“El gran misterio de la literatura es para mí la correspondencia, cuando descubres que lo que otro dice es pertinente para ti, no importa que lo diga a la otra orilla del tiempo”, plantea la poeta. A Barrancabermeja, como tantas orillas alejadas del “centro”, no llegaban fácilmente los libros. “Recién comencé a armar mi propia biblioteca cuando un profesor de dibujo que me daba clases particulares empezó a regalarme libros.” Tenía 11 años y muchas ganas de contar historias. “Escribía diarios no para hacer algo con la escritura, sino para que la escritura hiciera algo conmigo, que es lo que siempre pasa porque comienzas a escribir con un propósito, pero sales del otro lado con un resultado diferente. Uno no escribe lo que piensa sino que piensa escribiendo; la escritura piensa, es el lenguaje mismo”, explica Cote Botero. Nieta de un obrero petrolero socialista y de una inmigrante italiana, Cote Botero, a punto de cumplir 27 años el próximo 27 de julio, admite que su familia le dio muchas nociones del encuentro y del viaje, que fueron y son fundamentales en su poesía. “Al principio mis padres pensaban que no estaba mal que escribiera, que no importaba lo que hiciera con mi tiempo. Pero cuando les dije que iba a hacer la carrera de letras, se asustaron un poco”, recuerda la poeta. En la puerta de la facultad de literatura donde estudió, en la Universidad de los Andes, en Bogotá, hay una placa con un fragmento de un poema de Quevedo, Burla de los eruditos de embeleco, que enamoran a feas cultas: “Mala cara y buen lenguaje/ pidan cátedra y no coche/ tengan oyente y no amante”. Sí, suena tremendo, pero Cote Botero invita a quien no le crea a acercarse a esa facultad para comprobar que la placa sigue allí.
En el festival de poesía de Medellín, sin duda uno de los más importantes del mundo, Cote Botero leyó sus poemas ante más de 3000 personas. “Cuando los poetas leemos no somos muy concientes de qué manera aquello que escribimos va a significar para otros. Pero comunicamos nuestro deseo de decir. Leer ante mucha gente es una experiencia abismal porque lo que estás presenciando es una afirmación de la vida, sobre todo porque el público es fundamentalmente gente joven, que son lectores en otros espacios solitarios y de repente se encuentran de una manera muy ancestral en un lugar que es casi ritual”, subraya la poeta. “El festival de poesía logra convocar a un grupo de personas que, al momento de escoger una representación, en términos de quién habla en nombre de sus sentimientos, eligen la poesía como manifestación. Y recuerda la manera en que lo elemental se vuelve invisible en ciertos contextos. “En mi país parece haberse olvidado que la vida es sagrada. Ni una sola vida más se debe pagar para que Colombia salga de esta guerra”, advierte la poeta.
Lectora de literatura de Latinoamérica, Cote Botero sostiene que uno de los libros que más la marcó, que vuelve a leer infinitas veces con el deseo de aprender de esa sensibilidad, es Pedro Páramo, de Juan Rulfo. Además de Rulfo, César Vallejo y su amadísima Blanca Varela, confiesa que es muy lectora del boom y de Gabriel García Márquez, “como todos los colombianos”, pero especialmente de El otoño del patriarca “porque esa escritura trabaja con el ritmo y la evocación”. De la literatura argentina menciona a Osvaldo Lamborghini, César Aira y poetas contemporáneos como Washington Cucurto, Damián Ríos y Fernanda Laguna. “Tengo la sensación de que hay una generación de escritores argentinos que está escribiendo muy buenos libros, pero que también está trabajando en nuevas maneras de circulación, de asociación y de encuentros con el otro.”
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