Mié 30.07.2008
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LITERATURA › SILVIA PLAGER Y LA NOVELA LAS DAMAS OCULTAS DEL GRECO

“Logré escapar de la cotidianidad”

La escritora indaga en el mundo afectivo y social del célebre pintor del Renacimiento, bucea en la intensa y apasionada relación con Jerónima de las Cuevas y se pregunta cómo es ser un artista adelantado a su tiempo.

› Por Silvina Friera

A Silvia Plager no le alcanzan los adjetivos para calificar la época de la Inquisición, en tiempos de Felipe II: terrible, espantosa, monstruosa. Pero hubo un artista oriental que se paró frente al lienzo, “igual que un guerrero ante la proximidad del ataque” con la convicción de que sería un hombre occidental, pero sin renegar de sus raíces. No fue fácil abrirse camino en el siglo XVI con ese impronunciable nombre griego, Domenikos Theotokopulos, primero en Roma y en Venecia, después en Toledo, donde fracasó en lo que se supone fue el principal designio de su aventura española: la conquista de la corte. Paradójico destino extemporáneo del Greco que, de Oriente a Occidente, del mar al seco desierto castellano, del refinado sensualismo a la más severa ascética, perece buscar su lugar sin encontrarlo jamás. En Las damas ocultas del Greco (Planeta), la escritora indaga en el mundo afectivo y social del célebre pintor del Renacimiento.

Atraviesan las páginas de esta novela la intensa y apasionada relación con Jerónima de las Cuevas, con la que tuvo un hijo, Jorge Manuel, que con el tiempo se convertiría en uno de sus más aventajados discípulos; con la noble e influyente Irene de Spilimbergo y con una criada imaginada por la autora, con la que también tuvo otro hijo. Los romances del creador de La anunciación bien podrían ser vistos como pequeños anzuelos que Plager lanza para explorar las dificultades de ser un artista adelantado a su tiempo en un período tan desgraciado de la historia, sobre todo para las mujeres, y para quienes no eran “limpios de sangre”, una obsesión de entonces cuyos ecos resuenan en la actualidad.

La escritora cuenta que su nueva novela comenzó a gestarse hace diez años, cuando viajó a Toledo, donde fotocopió los planos de la antigua ciudad, consultó distintos documentos y fue juntando datos sobre la vida del Greco (1541-1614) “como los chicos que juntan figuritas”, bromea la autora. Disciplinada y obsesiva por los detalles que sirven para ambientar una narración, hasta se compró libros de cocina para saber qué se comía en la época. “No es una novela histórica –aclara Plager a PáginaI12–. Es una novela que lógicamente tiene un encuadre histórico, y tuve que encontrar el tono. Me prosterno ante Rulfo, que decía que el modo de hablar de los campesinos de sus cuentos era una convención. Yo tenía que buscar la convención de un lenguaje para que el lector pudiera sentir la atmósfera del siglo XVI.” Plager recuerda que su maestro, el escritor rosarino Roger Pla, decía que hay que leer para olvidar. “Eso es lo que traté de hacer: dejé que entrara ese mundo y cuando creí que tenía el tono para contarlo, tenía tal contaminación que por ósmosis yo era el Greco y era sus mujeres. Ya escribí novelas desde el punto de vista del hombre, por eso no me resultó difícil”, plantea la autora de Mujeres pudorosas, La baronesa de Fiuggi y La rabina, finalista del premio Planeta en 2005.

–¿Por qué El Greco no logró conquistar la corte española?

–El Greco era un hombre contestatario que no se adaptaba al canon. En Toledo era considerado un excéntrico porque contrataba músicos para amenizar sus cenas y tenía una biblioteca, algo que era extraño en esa época, no sólo para un pintor sino para cualquier persona. Un artista no tenía biblioteca, pero él tenía de todo en la biblioteca, inclusive libros sobre conducta sanitaria, sobre medicina, lo que se podía saber de medicina en esa época en la que se decía que el hombre debía aceptar el designio divino, que la enfermedad le venía por destino de un ser superior. No pudo con su espíritu contestatario y se le ocurrió decir que Miguel Angel era un escultor magnífico, pero que no manejaba bien el color. Eso era como decir que Jesucristo no existe. Me interesó mucho tratar de entender por qué el Greco no se casó, por qué no dijo nunca quién era la madre de su hijo. Todas esas intrigas me permitieron fantasear. Se dice que la mujer del cuadro La dama del armiño (que ilustra la tapa de la novela) puede haber sido Jerónima (de las Cuevas), la madre de su hijo, pero nada de lo que leí me da esa certeza. Otros dicen que puede ser que el Greco se haya casado muy joven en Creta y que como en España no podía probar su soltería, temía que si se unía a la madre de su hijo fuera acusado de bígamo.

–¿Cómo explica su interés por la Inquisición?

–Era una época tan terrible que el ser humano que no tenía dinero no era nadie, el que no pertenecía a una casta determinada era menos, los chicos morían casi todos antes del año, las mujeres morían en los partos y la Inquisición veía en las mujeres un mal intrínseco. En ese mundo, si a los hombres les iba mal, a las mujeres peor. Cuando el mundo es terrible, para la mujer es peor. Las mujeres que entraban de beatas en los conventos tenían supervisores que cuando las veían mal desconfiaban de ellas; decían que estaban en estado de éxtasis, que tenían histeria, siempre pensaban que estaban locas. Las mujeres son muy desgraciadas porque no tienen lugar en ese mundo de hombres. La prueba es que El Greco protegió a su hijo porque la madre tenía sangre impura y él no tenía un pasado muy limpio, en el sentido de que venía de un lugar poco considerado en el concierto mundial de aquel momento. No era español, no era italiano, era un cretense con un entorno poco definido y unos pocos amigos influyentes que lo defendían, pero la iglesia desconfiaba del Greco. Su cuadro El expolio, una de sus obras más hermosas, fue confinado por Felipe II en un sótano porque en los Evangelios no aparecían las tres Marías, que estaban en el cuadro, y porque no sangraba el rostro de Cristo.

–En la novela el arte y la vida del Greco aparecen siempre en tensión.

–Sí, es verdad. Raúl Gustavo Aguirre, un poeta que murió hace años, decía: “La vida que es y la vida que no es sangran las dos en mí”. Para triunfar en el siglo XVI, un artista debía dedicarse a su arte. El lastre de una familia numerosa y los problemas sociales le habrían quitado tiempo para crear.

–¿Por qué importaba tanto en el siglo XVI la pureza de sangre?

–La Inquisición fue uno de los períodos más monstruosos de la historia. Felipe II decía: “A Dios le complace el olor a carne quemada”. Me gustó la actualidad del tema ahora que algunos rabinos hablan de judíos genuinos. ¿Quién se cree limpio? ¿Quién se cree puro? Todavía no puedo creer que exista gente que sostenga este discurso, que el Papa sea más complaciente con los pederastas que con los divorciados. La pureza de sangre es una cosa que me obsesiona porque me parece ridículo que se sostenga en el tiempo. Me fui al siglo XVI para lograr escaparme un poco de la cotidianidad. El periodismo y la noticia son tan importantes que escribir sobre la realidad sin perspectiva es empobrecedor.

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