LITERATURA › JUAN VILLORO Y LA CRóNICA LATINOAMERICANA
El autor de Dios es redondo analiza su obra de no ficción, recuerda a Roberto Bolaño y cuestiona a “los tutti frutti que se hacen los raros para tener éxito en Europa”.
› Por Julián Gorodischer
En los márgenes del mundo, donde no hay un The New Yorker que financie el rigor y el tiempo. Juan Villoro, cronista y novelista mexicano, prefiere, sin embargo, no quejarse. “No se nos hace mucho caso y la crónica no tiene mucho sitio de ocupación. Hasta los políticos hablan bien de los cronistas porque eso significa reconocer la riqueza de la realidad. Pero mejor no quejarse; grandes obras literarias se han escrito en esas condiciones.”
Desde el campo de la crónica, Villoro (el novelista de El disparo de Argón y El testigo, el cuentista de La casa pierde y Los culpables) explora la realidad del México actual, que alguna vez William Burroughs (cuya estadía mexicana Villoro retrató en un ensayo biográfico de Efectos personales) definió como “ni sencilla, ni festiva, ni bucólica”.
Para Villoro, México es un espacio en el que “el carnaval y el Apocalipsis por momentos se confunden”. Compleja tarea entonces la del testigo: captar el signo de la mezcla. Entrar en “la ciudad posmoderna junto a las 62 comunidades indígenas”. Su objeto puede estar dado por nuevos pasatiempos como descargarse voltios en los bares (el must en el DF). Su método es reunir mundos antitéticos: superponer el templo religioso al estadio de fútbol para leer el partido en clave de ceremonia (Dios es redondo).
La realidad mexicana de su época, dice, está atravesada por el sentimiento de culpa. “No nos responsabilizamos de nada –son sus notas para un autorretrato colectivo–. La realidad es más fuerte que nosotros, y nosotros somos inocentes. La culpa siempre es de los otros: de una iguana que se nos atravesó, de una persona que habló en el momento inadecuado. Lo malo no es cometer un error, sino asumirlo.”
Su México es plural pero también esquizofrénico. Si su non fiction admitiera una película seguro que estaría rodada por Carlos Reygadas (el director de Japón y Batalla en el cielo). Es el México de los centros urbanos superpoblados y humeantes que conviven con las tradiciones rurales de más de 500 años. Es el México centrípeto que atrajo las miradas de sus contemporáneos y de sus precursores, desde Carlos Monsiváis al Mario Bellatín, menos proclives que los argentinos a salir a rodar por el mundo. “La argentina es una cultura en tránsito”, analiza Villoro el nomadismo de los grandes textos del género desde Larga distancia, de Martín Caparrós, a Banco a la sombra, de María Moreno.
“México es un país piramidal –sigue Villoro–, telúrico, con muchas capas que se van abrumando unas a otras.” A falta de una reflexión sistemática sobre la existencia de un nuevo-nuevo periodismo latinoamericano (quizá como reacción al canon de el nuevo periodismo de Tom Wolfe) es Villoro quien da cuenta de un autoconocimiento profundo. Lo que sigue es la versión del propio autor sobre sus estrategias y técnicas para contar la no ficción:
–Crónicas comentadas, que se discutan a sí mismas. El hilo argumental, pero también lo que se dijo, los rumores, lo que se escribió al respecto. En México la practica bastante Carlos Monsiváis, por ejemplo.
–¿La polifonía es marca de la crónica mexicana desde que la inauguró Elena Poniatowska en La noche de Tlatelolco?
–Puede ser que haya cierto énfasis de la crónica mexicana en este aspecto; es muy importante la mirada externa para entender lo nuestro.
–¿Cómo se conecta con una historia?
–Voy coleccionando frases que no sé para qué voy a usar. Nunca las escribo porque soy muy supersticioso. Si no las recuerdo es porque no las merezco. Pero voy atesorando un paisaje, un objeto, una frase en una especie de desván de recursos que espero que acudan a mí... Simplemente lo tengo en la cabeza y de pronto me viene algo, en una manifestación o en un estadio de fútbol.
–¿De qué modo encara la escritura?
–La crónica debe su éxito a poner en contacto realidades que habitualmente no se tocan: se trata de encontrar por ejemplo el vínculo entre un estadio de fútbol y una situación teológica o, a la inversa, visualizar un sesgo deportivo en una experiencia religiosa. Por eso le puse a mi libro Dios es redondo, tratando de encontrar los ritos ceremoniales en un encuentro de fútbol. El problema es si se nota mucho que alguien está queriendo ser original.
–Déme un ejemplo de cómo hacerlo sin que parezca forzado...
–Me gusta cuando Tom Wolfe compara en Lo que hay que tener la carrera espacial con las viejas tribus que, de manera simbólica, elegían a dos capitanes para que combatieran sin diezmar a sus ejércitos. La carrera del espacio durante la Guerra Fría era un combate solitario en el que un cosmonauta luchaba contra un astronauta en vez de ser las naciones las que se destruían. Es ecología de la depredación: se entra en contacto pero no se destruye completamente al otro porque sería malo para ambos. Debió Wolfe leer sobre antropología para que luego la comparación se hiciera posible.
¡Es la realidad, estúpido! En Safari accidental se refirió a esa tendencia en la crónica latinoamericana a salir a cazar un rinoceronte y regresar a casa con un conejo.
En esa imprevisibilidad siente que hay un valor; se aferra a esos viajes que muchas veces bordean el sinsentido, que incluso reaccionan contra la norma dada por la novela realista a la crónica norteamericana desde Capote a David Foster Wallace. El relato fantástico está más cerca de algunas de las historias pescadas en una calle del DF. “Hay que estar abierto a lo que propone la realidad –recomienda Villoro–, con tus palabras guardadas para aplicarlas ahí. Pero la realidad es siempre distinta. La realidad siempre se agiganta o se achica. Donde creías que estaba la historia, va para otro lado.”
“En Latinoamérica hay identidad en la diversidad –sigue–: vasos comunicantes y búsquedas comunes. Pero hay mucha diferencia entre una crónica de Martín Caparrós, una de Carlos Monsiváis, en México, o una de Santiago Roncagliolo en Perú. Se aplica lo mismo que para la narrativa: las influencias y los diálogos no dependen de la región a la que uno pertenece sino de búsquedas voluntarias y dispersas. Rodrigo Fresán tiene más influencia de Martin Amis que de José Martí, eso es clarísimo.”
–Lo difícil es encontrarle unidad a lo real. En una biografía tienes los límites de la vida y la muerte; pero en una cobertura en un estadio deportivo es más complejo definir cómo empieza y cómo acaba la realidad: entontrarle el hilo conductor me parece muy interesante. Ir a un estadio o a un combate de box para verlo en una pantalla es una locura. Fue un combate fulminante y masacró a su rival. No había mucho que contar. El problema es cómo articular todo: tuve la suerte de que se acercara uno de esos tipos pícaros que siempre se están colando a los sucesos, como un Zelig de la historia. Apareció durante la pelea sobre el ring, en la fiesta de Julio César Chávez; me quedé persiguiendo al colado a los sucesos, hasta que se fue a buscar un taxi en la oscuridad de la noche.
–¿Cómo logra correrse de la dinámica de diario descriptivo de observación?
–Yo creo que las buenas crónicas derivan de una encrucijada en la que el suceso colectivo hace que la noticia y su relevancia se exprese en la mirada de un testigo, de alguien que se parece mucho al lector.
–¿Así es como selecciona a los protagonistas de sus relatos de realidad?
–Muchas veces tus mejores testigos o informantes deben ser figuras laterales a las que se tiene que entrevistar más para saber qué sintieron ellos. Uno sintió miedo y otro se sorprendió de agigantarse y salvar a un niño o salvar a alguien. El conocimiento lateral acerca al lector, lo prepara para reaccionar de la misma manera.
–En su ensayo Iguanas y dinosaurios (del libro Efectos personales) se plantea la dificultad de narrar lo local, cuando la exigencia desde la demanda externa es lo exótico. ¿Cómo reacciona contra el producto típico?
–Pienso en cómo seleccionar lo que vale la pena entre lo que vemos todos los días. Cómo investigar lo común para que sea desconocido a nuestros ojos. El buen cronista es siempre un extraterrestre recién aterrizado que ve algo con novedad. Debes hacer el ejercicio de buscar la novedad en la calle en la que vives. El genio del buen cronista es saber desplazar su mirada a cómo lo ven los demás. Me resulta muy sugerente cuando un amigo me dice algo sobre el territorio que compartimos. Esa mirada externa ayuda a entender lo que somos.
–Cuando la crónica del “folklore” se convierte en un discurso único, ¿puede Latinoamérica contar el desarrollo urbano, el progreso, la tecnología? ¿O tenemos unos pocos temas asignados?
–Hay una sed de exotismo sobre lo latinoamericano. México tiene una convulsa relación con lo español, y a la vez 62 comunidades indígenas, al mismo tiempo ciudades futuristas posmodernas. Es inevitable pero lo que sí podemos controlar es en qué medida nos concebimos como sujetos exóticos. Mucha gente opta por el pintoresquismo para satisfacer la mirada ajena. Nadie puede ser típico para sí mismo.
–¿Cuál es la contrapartida?
–El buen cronista borra esto y se dedica a otra cosa. A destacar los misterios de lo cotidiano. La mayoría de los escritores de mi generación ha roto por completo con esto. Leí un relato muy interesante de Alberto Fuguet sobre un personaje chileno que busca su identidad en Google. Eso es muy revelador sobre la identidad de un personaje latinoamericano, que puede estar en una profecía maya pero también en Google.
–Entre tanto, la demanda europea de realismo mágico sigue vigente...
–En Gabriel García Márquez o en Alejo Carpentier funciona perfectamente. pero después están las plumas tutti frutti, que se hacen los raros para tener éxito en Europa. Folklorizarnos para parecer más identitarios es una construcción artificial bastante ridícula. Pero la tradición está abierta: hoy en día el escritor latinoamericano más leído es Roberto Bolaño y no es un escritor folklórico. La última palabra que escribió en su vida es “México”, pero su figura es la de un poeta heroico.
Dice Villoro que dice Burroughs que México no es sencillo, ni festivo, ni bucólico..... “Es inexplicable en general y también lo es para los mexicanos –advierte–. Explícame por qué la gente en una cantina se da toques eléctricos para divertirse, qué sentido de la diversión hay en eso. Por qué coexiste tan fácilmente el carnaval con el Apocalipsis hasta confundirse los signos de uno y de otro y ya no sabes qué es fiesta y qué destrucción. No hay una sola manera de entrar a México. Es una realidad interrogable, irritante y fascinante. Ante esta realidad que nos excede solemos tener la tentación de no responsabilizarnos de nada. La realidad es más fuerte que nosotros, entonces somos inocentes.”
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