Dom 16.11.2008
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LITERATURA › EL ESCRITOR POLACO TOMASZ PIATEK, INVITADO AL FILBA

“El periodismo fue un mal necesario”

El autor de Algunas noches fuera de casa habla sin reservas de sus adicciones, su experiencia en un diario de Varsovia y la transformación vivida en los últimos años por la cultura polaca.

› Por Silvina Friera

Después de tres días de paseo, el polaco Tomasz Piatek –invitado al Festival Internacional de Literatura en Buenos Aires, que termina hoy– tiene la impresión de que Buenos Aires es “in-cre-í-bleee”. Silabea la palabra y extiende los brazos como si no le alcanzara la sala del hotel para representar las emociones que enfrenta. “Me sorprendió que hay tejidos sociales muy distintos, pero que de algún modo conviven generando un clima único. Acá todo es cinco veces más grande que en Europa. Y vi algo que por poco me mata –cuenta–. Iba en un taxi, en un tránsito muy intenso, que se detenía en los semáforos. Y de pronto avanzó un tipo en una bicicleta de una sola rueda y empezó a hacer malabarismos con una pelota de fútbol. En Polonia lo arrestarían de inmediato.”

–¿Por qué?

–¡¡¡Porque es pe-li-groo-so!!! –responde, enojado, en español–. Tengo miedo de contarlo en Polonia porque nadie me lo va a creer (risas).

–¿La impresión que se lleva de los argentinos es que son un poco desquiciados?

–Ehhh, sí (risas). El argentino tiene dos almas. Una abierta, simpática, enérgica, laboriosa, llena de buena voluntad. La otra, totalmente paranoica. Fui a cambiar dólares y el chico me pidió el pasaporte. Tomó mis datos, hizo una fotocopia, llamó a mi hotel para verificar los datos, me hizo firmar una declaración que decía que conozco la ley argentina y que había ganado ese dinero de manera decente. ¡Es ridículo! Las instituciones argentinas son enemigas de la gente; las personas son simpáticas y tratan de ser eficientes, pero se ponen los grilletes en los pies. Pero viéndolos me doy cuenta de que de algún modo los argentinos se las arreglan. Y eso me inspira respeto.

A los 34 años, Piatek también inspira respeto, sobre todo cuando se ríe. Su risa, a veces, se aproxima “al grito de horror”, como dice una voz anónima en el teléfono, hacia el final de Algunas noches fuera de casa, publicada por Interzona. La historia comienza con el protagonista, Maciek, en el departamento fuera del cual vivirá sus noches decisivas. Periodista en un diario de Varsovia, Maciek comenzará a investigar asesinatos y secuestros comunicados a través de un portal llamado Criminet. “Siempre quise escribir ficción y el periodismo fue un mal necesario –admite Piatek, ya en polaco–. Mientras trabajé como periodista estuve cerca de la locura porque recibía demasiada información. Después leí que el periodismo es el oficio en el que más aparece la depresión, por la imposibilidad de metabolizar tanta información. El periodismo es destructivo para el periodista. Y no es ético. Porque no es ético consignar información que uno no pueda vivir, verificar, sentir. La esencia de nuestra vida es lo que sentimos. Si la información no les sirve a los sentimientos, es como comer algo que no es comestible.”

Piatek, que acaba de publicar en Polonia su novela número once, El palacio de los Ostrogskich, confiesa que escribir es “una experiencia bella y dura”. Lo dice en español, como si encontrara una fuerza apropiada en la lengua de Cervantes. “A pesar de mi inmenso egocentrismo, algo se transformó en mí desde que escribo. Pero la experiencia que más me enriqueció fueron los nueve meses que pasé en un centro de rehabilitación, porque soy adicto a las drogas y al alcohol. Estuve con ladrones, con gangsters, con policías, con muchachos bien... pero todos fuimos, como se dice en Polonia, aplastados de buena manera. Hacíamos trabajos físicos, deporte; era un trabajo permanente en una sociedad cerrada en la que la gente destruía sus mentiras. Por un lado, fueron tremendas humillaciones, pero uno se da cuenta de que no es todas esas cosas a las que les daba importancia. Yo soy mucho más importante.”

–¿Pudo escribir mientras estaba en ese centro o cuando usaba drogas?

–Fue imposible escribir porque casi no tenía tiempo libre. Escribía sobre los propios sentimientos, pero no podía escribir ficción. Tenía publicados ocho libros y mientras estuve internado salió el noveno. Los que estaban conmigo temían que los pudiera describir. La directora del centro me amenazó, me dijo que si llegaba a describir a alguien del centro en algún libro me destruiría... Por supuesto los describí en mi última novela, cambiando los nombres y detalles para que nadie se sintiera perjudicado. Pero tengo miedo de que se me cierren las puertas de ese centro. Sería una lástima porque saqué muchas cosas de allí. Casi nunca escribí en estado alterado. En cuanto al tema, en mi primera novela, Heroína, quería que fuera un libro no sólo sobre la droga sino también sobre la felicidad, donde muchos héroes nos hablan y escuchamos sus voces interiores. Todo el tiempo están en estado de felicidad, aunque alrededor de ellos muera gente, o ellos mismos. De repente nos damos cuenta de que es siempre la misma voz la que nos habla, la de un parásito espiritual que vive en un estado de perpetua felicidad.

–¿Ese estilo tan irónico que se percibe en su escritura es una herencia de la literatura o la cultura polaca?

–La ironía en Polonia está muy generalizada y es muy ácida. La base de la cultura polaca es que todo está mal. Hay una convención de que alguna vez hay que decir algo optimista, no se sabe por qué. Usamos la ironía para demostrar que todo está peor todavía, pero la ironía puede ser liberadora: si me río de esas concepciones positivas puede significar que no creo en lo positivo, o que anhelo cosas más positivas aún. Como adicto, soy un extremista, quiero a Dios, el paraíso, el bien absoluto, y sé que no es posible. Pero nadie me va a impedir sentir nostalgia por eso. A pesar de la tradición del pensamiento romántico y el culto a la cultura, los polacos se convirtieron en seres increíblemente aburridos que cuentan dinero. Los polacos no se ríen juntos, pero tampoco lloran juntos. Dejan dentro de sí sus emociones, y eso no estaría mal si fueran suecos, porque estarían callados. Pero son más sociables que los suecos y tratan de agruparse, pero para eso necesitan inventar un enemigo común. Hay muchos polacos que dicen que un hombre de más de 30 años ya no tiene amigos, sólo aliados. Yo tengo más de 30 y me quedé sin amigos... Si no fuera porque tengo esposa, un hijo y una familia, me habría pegado un tiro.

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