Lun 08.12.2008
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LITERATURA › VIVIANA LYSYJ HABLA DE SU NOVELA TRAGAMONEDAS

Los deseos y sus límites

Valiéndose de una estructura muy “coreográfica”, la autora presenta a un puñado de personajes impulsados por el deseo de amar, pero al mismo tiempo temerosos de lidiar con las consecuencias de ese dejarse llevar por los sentimientos.

› Por Silvina Friera

La coreógrafa de Tragamonedas (Alfaguara), de Viviana Lysyj, desprecia la danza narrativa, esas coreografías cuyos personajes tienen nombre y apellido y argumentos de novela balzaciana. El personaje y hasta cierto punto la autora también están más bien en la línea de los que creen que la danza es energía, fuerza, conos de oscuridad y copas de luz, desplazamiento de masa, cruce de líneas, explosión del espacio convencional, movimiento puro. Con una estructura muy coreográfica –cada breve capítulo fluye vertiginosamente en una especie de catarata de movimientos y pensamientos que sólo se detiene al final, cuando aparece el único punto y aparte–, la novela despliega un puñado de personajes sin nombres, impulsados por el deseo de amar, pero al mismo tiempo temerosos de lidiar con las consecuencias de ese dejarse llevar por los sentimientos. Después del imprevisto encuentro sexual con un percusionista, obsesionado con una especie de xilofón hecho de barras de hielo que quiere instalar en lo alto de la montaña, la coreógrafa recuerda ese no sé qué en el estómago que produce la atracción. Y siente, como sentía la escritora Colette, que el amor es ante todo deseo, promesa de intoxicación. El joven “bailarín jaguar”, fetiche de la coreógrafa en alza, tiene sed de gloria y una novia bailarina con trastornos alimentarios, violada por su tío, que se la pasa vomitando; y una madre cincuentona, orgullosa de sus abdominales sin un gramo de grasa, esculpidos por su personal trainer, que oculta a su amante porque “las mujeres de su especie nunca blanquean al chofer”.

En su departamento de Almagro, Lysyj le hace mimos a Principito, un cabezón y tierno gato gris de siete años que en pocos meses pasó de pelearse en la calle –aún conserva un par de rasguños en el cuello y el lomo– a vivir como un buen burgués. “El movimiento y la música me interesan mucho”, dice la escritora, autora del libro de relatos Erotópolis (1994) y de la novela Piercing (2006), y docente de francés y literatura francesa en el Laboratorio de Idiomas de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. “En la novela insisto mucho con el tema de la respiración de la coreógrafa Martha Graham, y puede ser que haya un ritmo que tiene que ver con una respiración nerviosa que después baja –-admite Lysyj en la entrevista con Página/12–. Me interesa más la plasticidad de la prosa; no es que no me importe el argumento pero me gusta más el tipo de sensación adonde me lleva la escritura.”

–¿De qué manera siente que se explicita en su novela el vínculo entre sexualidad y política?

–No tengo una explicación racional, pero el punto en común es el deseo. En el capítulo de la novela del 19 y 20 de diciembre me refiero a la noche libidinal; esa noche sentí que había libido en el aire, que la sociedad argentina tenía muchas cosas reprimidas que de repente estallaron. Tanto el sexo como la política tienen que ver con el deseo. En las grandes manifestaciones políticas hay algo de adrenalina, de libido, como en una cancha de fútbol. Cada vez que voy a una manifestación importante siento que hay una descarga, me parece una jugada casi corporal. El 19 y 20 de diciembre hubo una cosa reprimida que estalló, como un pus en la epidermis de la sociedad. Todos querían otra cosa pero al mismo tiempo tenían miedo de salir de la convertibilidad. Había pánico por el temor a perderlo todo; se sabía que la convertibilidad era mala, pero lo que venía después era como tirarte de un balcón al precipicio. Estoy convencida de que los grandes cambios en una sociedad tienen que ver con el deseo.

–¿Por qué la novela parece cuestionar, sobre todo en el capítulo de la fantasía de múltiple penetración de la coreógrafa, el deseo sin diques de contención?

–El año pasado con un grupo de alumnos leíamos Plataforma de Houellebecq, un autor que tiene fuerza literaria, pero sus ideas me revuelven las tripas. Lo que mis alumnos decían, y yo coincidía, es que Houellebecq piensa que toda fantasía se puede llevar a cabo y las pone en los libros. Houellebecq es un infantil porque para él no existe la represión; el ser social tiene necesariamente que reprimirse porque si no todo el mundo estaría matando a otros y acostándose con todos y entonces no habría límites. En una sociedad, en tu vida laboral y familiar, hay canales donde ciertas cosas pueden fluir y otras no. Todos mis personajes tienen miedo de amar y tienen ganas de amar, tienen ganas y miedo de arriesgarse, y están siempre como en ese límite medio sin resolver.

–La maternidad, en el caso de la coreógrafa, con ese sueño recurrente del bebé tragamonedas, es ese costo que ella no estaría dispuesta a pagar...

–No quiero caer en el extremo de decir que es una pregunta que toda mujer se hace, pero hay miedo de meterse con el tema. Hoy muchas psicoanalistas ponen en cuestión la existencia del instinto maternal y dicen que no es un instinto, sino algo desarrollado socialmente. Las mujeres tienen miedo de reconocer que al mismo tiempo que pueden sentir amor por sus bebés también pueden sentir odio. Esa parte del odio está muy reprimida. Yo no quise decir en esta novela que no tiene sentido tener un hijo. Lo que planteo es que en muchas mujeres el deseo de maternidad es muy contradictorio. Sé que muchas mujeres pueden leer ese capítulo de mi novela y pensar que es muy duro. Pero hay ternura en esa ensoñación. En las telenovelas siempre ves que los que se aman van a tener un bebé. No aparecen contradicciones con el tema de la maternidad. Y yo quería meterme con esa contradicción.

Principito maúlla y mira la puerta del departamento. “Me está volviendo loca porque quiere irse con la gata de enfrente”, aclara la escritora y se ríe del instinto poco domesticado de su gato.

Uno de los personajes más encantadores de la novela es la tortuga devoradora de cannabis. “Ella está encerrada en un balcón, pero está desesperada por volver a la naturaleza –subraya Lysyj–. Uno se siente como un bicho atrapado en un balcón. Yo soy un animal y soy un ser humano, y ésa es una de las luchas más tremendas que tenemos las personas que vivimos en una sociedad donde todo está muy pautado. ¿Qué hacés con tu parte animal tan fuerte que es el instinto? Yo propongo que el instinto tiene que estar controlado. En la gran urbe estás todo el tiempo domesticado. Siempre nos movemos entre un deseo irrefrenable y un control.”

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