LITERATURA › PAULA PéREZ ALONSO Y LA ESENCIA DE FRáGIL, SU NUEVA NOVELA
La escritora admite que el protagonista de su libro “por momentos te da mucha bronca porque es el antihéroe absoluto”, pero que a pesar de todo la conmueve. En Frágil, la historia de Bruno y Celeste va mutando a un “policial metafísico”.
› Por Silvina Friera
Bruno no quiere ser igual a los otros. La idea de homogeneidad le parece una pesadilla asfixiante. Tal vez este gesto aristocratizante sea el lazo que lo conecta con su pasado, aunque él esté empeñado en perder la memoria, en borrar del disco rígido de sus recuerdos todos los archivos –curiosa paradoja la de este joven que trabaja con computadoras, que es programador en una empresa–; él quiere ser una tabula rasa, vaciar su mente para liberarse de todo tipo de ataduras, para sepultar esa espiral de violencia, abusos, humillaciones y abandonos que padeció de su abuela paterna. Hilvanado con esas hilachas de hombres que son los personajes de Beckett o Musil, con un aire familiar al Travis Bickle de Taxi driver, sobre todo cuando camina por la ciudad y espía a través de las ventanas la intimidad de los demás, sin llegar a la paranoia en la que cae Robert De Niro, el impasible protagonista de Frágil (Seix Barral), la tercera novela de Paula Pérez Alonso, cuanto más intenta huir, menos puede ocultarse. “La visión de sí mismo le resulta insoportable, pero en el caso de que le gustara mirarse... ¡qué frustración! Siempre sería una persona incompleta, parcial. Su argumento podría ser: si no puedo verlo todo, no me interesa ver fragmentos o partes. Si uno no se ve más que a través de un espejo, ¿qué se puede conocer o saber que no sea una intuición, una percepción, un amague, una visión de astigmático?”, señala el narrador sobre el drama de Bruno en las primeras páginas de la novela.
Afortunadamente, en el camino de Bruno, ese hombre “sin personalidad y sin historia”, se cruzará Celeste, una joven sobre zancos que reparte volantes fosforescentes en la transitada esquina de Corrientes y Diagonal Norte, y que sale a la ciudad con sus cinco pares de anteojos y, según cómo esté de ánimo o cómo esté la ciudad y sus espíritus, elige cuál se pondrá. De pronto ella será un cable a tierra para la existencia anémica y astillada de Bruno, un salvoconducto hacia la redención. Con Celeste irrumpe la posibilidad de que Bruno pueda inventarse a sí mismo, de que pueda ser otro. Pero la viabilidad de un noviazgo queda clausurada ante la fragilidad de los vínculos humanos. “La ciudad es un lugar que me atrae muchísimo, me resulta una pregunta permanente, cotidiana”, cuenta Pérez Alonso en la entrevista con Página/12. “Bruno aparece como alguien que, en un mundo como el nuestro, puede vivir sin generar ninguna pregunta alrededor de él, alguien que puede aislarse, que puede borrar su pasado y no contar nada de su vida. Pero al mismo tiempo vive en una soledad profundísima, con una gran incapacidad para comunicarse llevada al extremo”, plantea la escritora, autora de las novelas No sé si casarme o comprarme un perro (1995) y El agua en el agua (2001) y editora de ficción y no ficción de la editorial Planeta.
Celeste es un pez en las aguas de una ciudad de la que emergen seres más vulnerables y precarizados laboralmente. Entrenada para moverse en un ambiente hostil, para soportar la violencia, la brutalidad, la miseria y la agresión con los recursos que desarrollan quienes crecieron en la escasez (en una familia “sin un peso”), Celeste tiene curiosidad y sed de conocimiento, que en parte sacia a través de los libros que lee. “Hay una gran imposibilidad para comunicarse y para amar; el amor no es un ideal al que aspirar en la novela, ni siquiera está en juego entre ellos cuando se encuentran. Ese ideal de amor, como algo que te redime y te salva, está desplazado. Hay gestos de mucha ternura, pero no más que eso –explica la escritora–. Cuando empecé a escribir la novela, no tenía claro si era posible que alguien obture absolutamente el pasado y pueda darse una vida en la que no exista la emoción y la capacidad de los afectos.”
–¿Llegó a alguna conclusión sobre si es posible borrar completamente el pasado?
–No llegué a ninguna conclusión, realmente fueron líneas de exploración que tracé mientras escribía. Más allá de la historia que vas armando, siempre aparecen líneas de exploración que están por detrás de lo que escribís. La capacidad para estructurar la memoria está muy vinculada con la experiencia. Bruno quiere ver si es posible algo que no te lleve siempre al pasado; ésa es una pregunta que yo también me hago, si el interés y la riqueza de una persona siempre te mandan inmediatamente hacia el pasado. El tema ya se tocado en el cine, en El hombre sin pasado, de Kaurismaki, pero la desmemoria del protagonista es accidental, no es deliberada como en el caso de Bruno. El tema de la identidad es si te la da la memoria o si es algo que se puede construir. Así como Celeste usa los anteojos para ver, así como los anteojos crean una realidad, Bruno cree que Celeste le va a poder prestar esa mirada ultrapotente que ella tiene.
Poco a poco Frágil mutará hacia el “policial metafísico” con el asesinato de un anciano de ochenta y dos años en el barrio de Almagro, un hombre que solía frecuentar el mismo bar al que iban Bruno y Celeste. “Cuando empecé la novela, no sabía cómo terminaba esta historia, no tenía la menor idea –confiesa Pérez Alonso–. A mí me gustaba mucho jugar con la ambigüedad de que ese viejito que tiene el mismo apellido que Bruno pudiera ser o no un familiar. Al principio pensé que Bruno se iba a atribuir algo que no había hecho, que era una forma de darse identidad, de dejar alguna huella, pero después fui más al extremo.” La escritora admite que fue un desafío construir una novela a partir de un personaje tan poco querible como Bruno. “Por momentos te da mucha bronca porque es el antihéroe absoluto. Pero a pesar de todo, me conmueve mucho.” En la novela –situada temporalmente después de la crisis de 2001, “cuando todo lo que uno cree que conoce se torna extraño y hay que volver a mirar las cosas de nuevo”, aclara Pérez Alonso– aparece mencionado el crimen de una maestra en las instalaciones del Club Gimnasia Esgrima de Buenos Aires, GEBA (Fabiana Gandiaga, ocurrido el 20 de octubre de 2001).
–En los últimos años, las novelas se “contaminaron” de la realidad más inmediata del país. El post 2001 se fue metiendo de distintas maneras, como en Combi, de Angela Pradelli. ¿Qué opina sobre esta “contaminación”?
–La realidad siempre es una fuente de historias, y cuando la realidad inmediata te interroga de manera profunda, mucho más. ¿Qué hacés con eso? Podés hacer ficción, claro, pero creo que el realismo ya no puede describir nada más, hay que filtrar y filtrar. A mí me da mucho miedo cuando una novela incorpora inmediatamente el discurso de los diarios o de los medios de comunicación, me parece que el efecto que se produce es muy peligroso. Como editora y escritora, trato de filtrar la realidad lo más posible. El discurso muy periodístico dentro de la ficción te pega demasiado a la realidad y no te permite leer con una libertad mayor. Los escritores tratamos de describir el mundo, el tema es si lo hacemos con palabras nuevas; funciona bien, si está bien filtrada esa realidad en la ficción. El problema es cuando se traspola directamente el discurso periodístico o la realidad conocida por todos sin estar mediada por la literatura. Eso no me interesa, además de que es difícil hacerlo bien. En Frágil está el relato del crimen de GEBA pero el corazón de la novela no es la realidad. Para mí la ficción consigue contar mejor lo que la no ficción intenta explicar.
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