LITERATURA › ALEDO LUIS MELONI, REVELACION DE LA FERIA DEL LIBRO CHAQUEÑO Y REGIONAL
Poeta excepcional y coplero suave y melancólico, a los 96 años Meloni –que fue maestro rural y corrector de pruebas de un diario– tiene ahora su obra total reunida en un solo volumen y se dedica al haiku. “Con el tiempo me fui achicando”, bromea.
› Por Silvina Friera
Desde Resistencia
La región está de fiesta. En el Complejo Cultural Guido Miranda, los ciudadanos de a pie buscan tesoros y los encuentran en la 9º edición de la Feria del Libro Chaqueño y Regional. Los chaqueños tienen un tesoro excepcional, un coplero suave y melancólico, llamado Aledo Luis Meloni. Y qué tesoro de poeta, qué sembrador de versos inolvidables cuyas semillas crecen en el corazón de los lectores que tengan la dicha de encontrarse con La tentación de la palabra, su obra poética total, publicada por Librería de la Paz. Construyó su canto sueño a sueño y vocablo a vocablo desde que llegó a esta tierra, en 1937, para trabajar como maestro rural. Sus coplas calan muy hondo y se las repite al rato de leerlas. “Tengo una pena chiquita/ que no se quiere mostrar:/ por fuera muy modosita,/ por dentro dele llorar.” Hasta la memoria, tan esquiva e ingrata, se rinde frente a la bella cosecha de Meloni. “Mi alma va como perdida/ llamando de puerta en puerta:/ el rumbo que halla, dormida,/ se le extravía, despierta”. Aunque tiene 96 años y es menudito y ágil, habría que inventar una medida especial para poder pesar el oro de su poesía. Desde el lunes pasado, todos los días presenta libros, participa en charlas o lee sus coplitas en la feria, y hasta se escapa a alguna peña con sus amigos porque, como dirá este hombre que practica yoga todos los días, excepto los domingos, “un vasito de vino de vez en cuando no viene nada mal”. Cualquier mortal, con ese ritmo infernal, estaría de cama. O al menos cansado y un tanto malhumorado. Pero este tesoro, que más de uno quisiera traer para Buenos Aires y tenerlo en la mesita de luz para escuchar su voz todas las mañanas, a las nueve de la noche está fresco como una lechuga. Y hasta se atreve a increpar a Página/12 cuando saluda con dos besos, costumbre chaqueña, y dispara: “A esta hora, por favor, no me haga preguntas difíciles”. Sin afeites ni grandilocuencias, el poeta repasa su vida como docente y poeta.
“Yo era maestro y no tenía trabajo en Buenos Aires; entonces había que hacer cursos afuera y para los que no teníamos cuña eso era imposible”, recuerda Meloni, que aunque lo anotaron como nacido en Bolívar (Buenos Aires) el 18 de agosto de 1912, ni nació en Bolívar ni el 18, sino en María Lucila, estación ferroviaria ya desaparecida, el 1º de agosto, el Día de la Pachamama. “Me salió un nombramiento y me dijeron que me mandaban a ‘un hermoso lugar’. ‘¿Lo conoce?’, le pregunté. Me dijo que no. ‘¿Pero cómo sabe que es hermoso?’ Me tocaba trabajar en un pueblo de Chaco, que entonces era territorio nacional, Campo del Cielo al que le pusieron así por los meteoritos que habían caído en la zona. Llegué el 28 de julio de 1937. Durante los primeros seis meses no cayó ni una gota de agua y hacía un calor insoportable.” Ay, viejo pícaro y entrañable. De pronto le brillan los ojos, la risa traiciona sus pensamientos, y agrega: “Los maestros ganábamos bien. Yo me casé con una maestra, pero las señoritas del pueblo nos miraban con ganas porque teníamos un sueldo seguro. Eramos un buen partido, pero mejor partido eran los empleados bancarios. Cuando llegué al Chaco, ganaba 196 pesos con veinte centavos; en ese momento la pensión con comida costaba 40 pesos. Al año, cuando me nombraron director, empecé a cobrar 330 pesos, un dineral”, celebra Meloni una cifra que se pierde por el túnel del tiempo de los cambios de moneda.
El poeta recuerda a los padres de muchos de sus alumnos de la escuela rural en Colonia de San Antonio, de la que fue director. “Era gente muy buena, muy trabajadora y muy sacrificada. Nosotros éramos maestros de jornada completa. Mi filosofía era que si el chico no iba a juntar el algodón para ir a la escuela, yo lo tenía que retribuir enseñándole. Por eso no faltaba nunca. Ni yo ni los demás”, aclara. Es el único momento en que Meloni, tan sencillo y transparente que sorprende –al punto de que algo que debiera ser natural se transforma en una rareza, quizá la única que tiene, además de su nombre–, se inflama de orgullo por esa asistencia perfecta.
–¿Sabe por qué le pusieron Aledo?
–Ni mi mamá sabía por qué, fue mi papá el que eligió el nombre. No es un nombre que exista en el campo; sí existe en algunos pueblos de España. Cuando era chico, no me gustaba Aledo. “¿Por qué me pusieron ese nombre tan horrendo?”, le preguntaba a mi mamá. A lo mejor me quisieron poner Alejo o Aldo, pero la verdad que sigue siendo un misterio por qué me llamo así. Mi papá murió en un accidente cuando tenía 38 años. Mi mamá quedó viuda a los 36 años con nueve hijos, en el campo, en la provincia de Buenos Aires. Luis sería un nombre trucho, como dice uno de mis bisnietos, porque no estoy anotado con ese nombre. Cuando me bautizaron, según contaba mi mamá, el cura dijo que me faltaba un santo protector, y ahí me pusieron Luis para que tuviera mi santo.
–¿De qué modo aparece reflejada su experiencia como maestro rural en su poesía de juventud, en lo que empezaba a escribir?
–Cuando vine al Chaco, el paisaje cambió mi vida, el trabajo de la gente, el monte, la sequía... Esta aventura vital me ayudó a escribir. En el año ’40 leí la poesía de Antonio Machado, que fue la que me enseñó a escribir. Porque la poesía no la enseñan los textos, los textos enseñan las normas de cómo se escribe un verso. La poesía la enseñan los poetas a través de sus obras. Machado, con esa poesía escueta, sin muchos adornos, me mostró cuál debía ser mi camino. Deseché todo lo que había escrito antes de venir acá y no me arrepentí. Publiqué mi primer libro a los 52 años, Tierra ceñida a mi costado, en 1965. Muchos escritores, entre otros Borges, se arrepintieron del primer libro que escribieron, pero yo no. Siempre conviene tirar los poemas de juventud. Suelen ser muy inflamados, y la poesía no se lleva muy bien con esa inflamación porque necesita maduración.
–¿Machado tuvo que ver con que usted adoptara entre otras formas, la copla?
–No. Después de haber publicado mi primer libro, leí un libro de Victoria Pueyrredón, que murió hace poco, que era de coplas. ¡Mirá qué bien: con cuatro líneas podía decir algo! Y ahí se me ocurrió probar con la copla, aunque ya tenía algunas escritas. En el trabajo literario hay que tener siempre a mano un canasto grande para tirar lo que no sirve. Porque escribir un poema es como tirar al blanco: en algún momento acertás. Pero también le pifiás mucho, y si no tirás esos poemas, perdés. Sé que al decir esto puede haber alguien que al leer mi obra poética me diga: “Don Aledo, por que no tiró este poema” (risas).
–¿Cómo se escribe una copla?
–La copla viene sola, no es que yo la busque y la encuentre. Toda mi obra se hizo por añadidura. Trabajé veinticinco años como maestro rural y otros veinticinco en el periodismo, como corrector de diarios. Yo soy como esos pordioseros que anda con la mano extendida esperando que pase alguno y le tire una monedita. La copla es el sentimiento, es el alma; casi todas las coplas son del sentimiento porque el paisaje necesita más escritura, un desarrollo más amplio. La copla registra con precisión matemática la diástole y la sístole del corazón del hombre.
El poeta Víctor Redondo, vicepresidente de la Sociedad de Escritoras y Escritores de la Argentina (SEA), plantea en el prólogo de La tentación de la palabra –libro en el que se reúnen los 16 poemarios que publicó el poeta, del primero al último, La hora del cierre (2004)– que si alguien quiere saber lo que es la poesía puede usar la obra de Meloni “como una perfecta guía de navegación”. Redondo subraya que el poeta “escribe con la naturalidad del que danza, seguro de sus pasos porque éstos siguen el ritmo del corazón y tiene detrás una cultura que lo sustenta, que cuanto más oculta más poderosa”.
–A esta altura del partido, ¿qué es para usted la poesía?
–Es una buena compañera, aunque ya no sea tan fiel (risas). Cuando escribo un verso que me parece que está bien, me siento feliz. Cuando sé que alguien lee un verso mío, me pongo contento porque se produce la transmisión del sentimiento, que es tan necesaria en la poesía.
–De todos sus libros, ¿cuál es el que prefiere?
–El que prefería mi señora. A ella le gustaba el primero, Tierra ceñida a mi costado, porque decía que era más auténtico. Ella se quejaba y me decía que después de mi primer libro me puse literato (risas). Pero a mí el que me parece mejor es... (piensa) ay, me falla la memoria (manotea un ejemplar de su obra poética total y busca en el índice hasta que lo encuentra), Antes que sea noche, que comienza con una cita de Salvatore Quasimodo: “Cada uno está solo sobre el corazón de la tierra, traspasado por un rayo de sol: y de pronto anochece”.
–¿Sigue escribiendo?
–Poemas casi no porque las musas son jóvenes y no van a atender a un amigo de 96 años. No es que el poema me abandonó: me abandonaron las musas. Coplas sigo escribiendo, aunque de tanto en tanto me dicen: “chauuuu, viejito” (risas). Con el tiempo me fui achicando: del poema pasé a la copla y ahora a los haikus. Los haikus me vienen solos; estoy caminando por la calle y aparece algo. Por eso ando siempre con mi libretita porque escribo mucho en los bares, y después los paso a mi máquina de escribir.
Del bolsillo de su camisa gris, Meloni saca la libretita que lo acompaña a todas partes. No podría salir de su casa sin esa diminuta reliquia. Y muestra su letra apretada, chiquita, casi infantil. Pero muy prolija. “Le voy a leer el último haiku que escribí hoy”, promete mientras pasa las páginas hasta encontrarlo. “La dicha plena es como el horizonte: nunca se alcanza”, lee este tesoro de poeta al que le gusta alimentarse con la poesía de Borges, Machado, Raúl González Tuñón y Juan L. Ortiz y los cuentos de su amado Horacio Quiroga. En un texto que escribió para La tentación de la palabra, Mempo Giardinelli señala que Meloni es una de las personas más transparentes que hay en esta región. “Nada hay, ninguna página, que muestre con luz tan cierta y clara nuestro paisaje, y no me refiero solamente a la geografía áspera y doliente de esta provincia arrasada, sino al paisaje humano que, también arrasado y condenado a la ignorancia y el desconsuelo, siempre encontrará en los versos de Aledo algunas pizcas de esperanza”. Redondo afirma que Meloni es “genial justamente porque no pretende serlo”. “Tiene la humildad de los grandes. Y nos habla con la cercanía de un hermano, nunca desde la altura de un profeta”.
Meloni, que tuvo cuatro hijos (el mayor murió hace seis años y su mujer en 1998), tiene 9 nietos y 15 bisnietos, más uno que está en camino. Una de sus hermanas, que vive en Quilmes (Buenos Aires), está por cumplir 104 años, y tiene otro hermano de 99. El poeta sigue revisando su libreta, contrae las cejas, parece que leyó algo que no le gustó o no lo convenció, hasta que de pronto se detiene en una de las páginas. “Escuche este otro; es para mí, para que nunca me la crea: ‘Si nos halaga, cualquier mentira es verdad de fe’”.
–Si usted hubiera vivido en Buenos Aires, hoy quizá sería “el” poeta de la Argentina, ¿no?
–Nooo, si hubiera vivido en Buenos Aires no habría sido nada. El paisaje me hizo a mí. Y la gente sufrida de este paisaje. En Buenos Aires habría sido un poeta de cuarta. Acá soy de segunda, pero estoy en mi lugar.
–Vamos, Aledo, ¡cómo de segunda! ¿Será que el paisaje y la gente le enseñaron a domesticar el ego?
–¿A domesticar el ego...? No creo, disfruto mucho el hecho de que haya mejores poetas que yo. ¿Qué voy a hacer? ¿Me voy a poner a llorar? ¿Me voy a enojar con la vida? No, aceptémoslo así como viene. Yo escribí lo que pude.
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